Récord de ventas en la manzana comercial de Azca indultada por Díaz Ayuso

Víctor Honorato

4 de enero de 2021 22:38 h

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En la tienda de carcasas de teléfonos de la calle Orense la mañana del sábado día 2 es muy provechosa. Venden “muchísimo, muchísimo, muchísimo más”, insiste a mediodía Ana, una de las dependientas, cuando por fin tiene un descanso. “Hace un rato no se podía ni entrar”, asegura. En vísperas de Reyes y en una de las grandes calles comerciales de Madrid sería normal que hubiese mucha gente, si no fuese porque la vía está en una de las zonas confinadas por el aumento de incidencia de la Covid-19. Se trata de la zona básica de salud de General Moscardó, que, sin embargo, solo está cerrada en parte porque el gobierno de la Comunidad sí permitió el acceso a la supermanzana de Azca, donde está El Corte Inglés de Castellana. Este es uno de sus centros emblemáticos, que estos días funciona a pleno rendimiento y que también ocupa algunas plantas del edificio que se construyó en el solar del Windsor tras el incendio y que ahora es propiedad de los grandes almacenes.

Los cierres perimetrales de Madrid fueron la solución intermedia del Gobierno de la Comunidad entre el confinamiento y la vía libre. Empezaron en los barrios obreros del sur de la ciudad y los municipios limítrofes en otoño y generaron protestas por lo que se entendía como agravio comparativo con zonas de similar incidencia del virus en distritos de mayor lujo. Pero la presencia policial para controlar que los vecinos de una zona no fuesen a otra nunca fue muy aparente. En la práctica la ciudad se sigue desplazando igual.

El sábado, en la cuadrícula de Moscardó entre Bravo Murillo y la Castellana, no se ve un solo agente. Nagore e Ignacio, que salen del centro comercial por el acceso sur, en Raimundo Fernández Villaverde, dicen que sí vieron a la policía en el extremo sureste. “Dimos la vuelta y entramos por Orense”. Problema resuelto. Una pareja con niños asegura no están de compras: “Nosotros hemos venido a las casetas de fuera”, despejan.

Ninguno de los transeúntes con bolsas parece estar muy al corriente de las restricciones. Gema y Raúl hacen cola para comer en el restaurante Vips. Abren los ojos: “No teníamos ni idea”, dice ella. Sandra, que vende castañas asadas unos metros más abajo, tampoco se había enterado, y no ve menos gente que otras veces. “Igual que cualquier día”, señala. Ana, la dependienta de la tienda de accesorios para teléfonos, apuntaba que había atendido a gente venida de Sevilla. 

Es difícil, de hecho, encontrar a alguien que viva en la zona, y ni siquiera estos tienen las cosas muy claras, caso de Carlos García de Cortázar, que viene con la hija y la nieta y bolsas del supermercado del 'corte'. “No me enteré, pero quizás es culpa mía”, asume, aunque en su caso, por ser residente, no tendría problemas para moverse por el área. Su hija, además, vino de Alemania en avión el 31 de diciembre, con la PCR hecha escrupulosamente en el plazo de 72 horas previas al vuelo. Tuvo que registrarse en una aplicación del teléfono y declarar que había dado negativo, pero no le llegaron a pedir el justificante.

En la tienda de deportes Decathlon City de la esquina hay cinco o seis clientes con bolsas del 'corte'. Una de las dependientas cuenta que está siendo “un día de ventas impresionante”. “Es lo lógico, por los días que son”, razona. Ella sí sabía del confinamiento del barrio; había hablado con los compañeros y todos entendían que con los justificantes del trabajo de hace unos meses no deberían tener problemas, pero pensaba que el cierre perimetral sí alcanzaba a la competencia de la acera de enfrente. “Qué casualidad”, ironiza.

En la acera de Orense hay una decena de taxis esperando. El primero es el de José. Los taxis no tienen restricciones de movimiento, así que, de haber controles, no le habrían afectado. Pero no se encontró ninguno. Y sobre si ha visto más o menos movimiento de gente, responde riéndose y frotando el pulgar y el índice: “El dinero es el dinero”.