Cae la tarde del 2 de junio en el distrito madrileño de Villaverde. A las puertas del centro de salud de Los Ángeles comienzan a agruparse decenas de personas, que en unos minutos se acercarán al centenar. La cita se repite cada jueves desde hace un año y por un mismo motivo: exigir la reapertura de los Servicios de Urgencias de Atención Primaria (SUAP), centros que abrían a las 20.30 horas, tras el fin de la jornada de los ambulatorios, y se mantenían activos hasta las 08.30 horas de la mañana del día siguiente y los fines de semana, y que la Comunidad de Madrid cerró en marzo de 2020 con la llegada de la pandemia.
Esa exigencia explica que unos metros más abajo, en la parte trasera, por la que se accedía a las urgencias, haya cinco tiendas de campaña con sus respectivos colchones dentro, dos carpas, varias sillas plegables y cuatro mesas. Aunque están recogiendo porque ya “les obligan” a irse, algunas de ellas todavía conservan restos de comidas y bebidas y también periódicos y un pequeño tarro que hace de cenicero y que está lleno de colillas apagadas. Además, hay varias neveras portátiles y otros utensilios: es la prueba de que decenas de personas han pasado una semana a la intemperie para que el Ejecutivo que preside Isabel Díaz Ayuso vea “que no son imbéciles”. Así de claro lo dice Sol, que se encuentra custodiando las cosas mientras sus compañeros se acercan a la concentración de arriba.
“Sobre todo que no mientan. Además, con algo tan obvio como es que el SUAP está cerrado… que no nos traten de tontos”, dice en conversación con elDiario.es, al tiempo que explica que “en todas las noches” que han estado allí han visto llegar a personas diferentes con distintas dolencias buscando ser atendidas en urgencias: “Uno con una quemadura, otro que no podía ni andar u otro con ahogos, que no podía respirar”, narra. “Hay personas que se tiran horas llamando a la puerta; han pasado dos años y aún hay mucha gente que no sabe que estos servicios están cerrados”. En el último año que funcionaron, en 2019, las urgencias de Atención Primaria atendieron a 753.678 pacientes, un 1,70% más que el ejercicio anterior, según la memoria del SUMMA.
Mientras la vecina habla con este periódico, va comenzando la protesta en la puerta del centro. Pasados unos minutos, ya se escuchan cánticos reivindicativos. “Sanidad, sanidad, sanidad, te quiero. Pública y de calidad, pública y de calidad, para el mundo entero”. “La sanidad no se vende, la sanidad se defiende”, “Sanidad pública”, corean los asistentes a la concentración. En sus manos, pancartas con mensajes como “Ayuso abuso”, “¡Peligra SUMMA 112!” o “Despidos en Sanidad, no”. Las reivindicaciones llegan incluso a las camisetas: “Faltan servicios públicos, sobran corruptos”, puede leerse en una de ellas. La semana que viene cambiarán el centro de salud por una manifestación que llegará hasta el Hospital 12 de Octubre para exigir mejoras al Servicio Madrileño de Salud (Sermas).
“Lo que nos movió a hacer esta acampada fueron las palabras de Ayuso en las que dijo que los SUAP estaban abiertos”, aporta Valdi indignado. Tiene 71 años y es uno de los precursores del movimiento. “Era la oportunidad de hacer ver que no es así”, dice este vecino, que asegura que “han conseguido” lo que querían. “A ver si se les mueve la conciencia a los gobernantes de que tienen que hacer algo. Que se den cuenta de que somos personas, no tornillos”.
A lo largo de esta semana, por las mañanas, desgrana Valdi, podían llegar a juntarse 50 personas. Luego, para dormir se iban la mayoría a sus casas y se quedaban en torno a cinco en la sede de la protesta. Este vecino, con años de lucha sobre sus espaldas, fue de los que durmieron las siete noches en uno de los colchones que llevaron al aparcamiento. “Hace 30 años estaba luchando porque construyeran esto [señala el edificio del centro de salud] y ahora estoy luchando porque no lo dejen vacío”, cuenta.
El hombre asegura que “no queda otra” que estar en la calle si se quiere conseguir algo. Aunque, lamenta, en el barrio hay “149.000 habitantes y hemos estado aquí los justos”.
Mientras Valdi habla con elDiario.es, a la entrada del aparcamiento un señor cae al suelo. Le ha dado un pequeño ataque. Es algo que ya le ha sucedido más veces y ha tenido la suerte de que aún está abierto el centro de salud. “Cuando se cierre, si pasa eso y llamas a una ambulancia, tarda 20 minutos”, denuncia uno de los líderes de la protesta. Piensan lo mismo Sol, Ángeles y otras asistentes, que recuerdan que en los SUAP se han resuelto numerosos infartos y otros problemas ante los que si no se reacciona rápido pueden tener malas consecuencias. “Pedimos la reapertura ya. Un poquito de dignidad, que esto es nuestro. Si no hay dinero hay que destinarlo. Que no nos engañen, que ya está bien”.
Aunque la media de edad en el campamento ronda los 50-60 años, también hay jóvenes como Michi, de 23. “Me pillaron por banda”, confiesa a este medio mientras limpia con energía una mesa antes de plegarla. “Una compañera me preguntó si me iba a ir a la acampada. Vine y aquí me quedé”, dice sonriente.
“Y nada, nada, nada para la privada. Sanidad pública, sanidad pública”, cantan saltando Valdi y otros vecinos, mientras entre todos van levantando el campamento. “¿Esto de quién es? ¿La manta dónde está? ¿Y los cartelitos, dónde los guardamos?”, se preguntan unos a otros.
Los siete días que ha durado la protesta han sucedido con tranquilidad, salvo una noche en que la Policía identificó a dos de los allí presentes. Las jornadas han estado escrupulosamente organizadas, con cuadrantes para ver de qué se ocupaba cada quién o con planes previamente fijados en las asambleas que celebraban la noche anterior. “El sábado vimos la final de la Champions. El domingo, la película ‘El buen patrón’. El lunes, tuvimos un recital de poesía. El martes, intentamos ver la peli 'El pago justo', que nos cortaron los 'municipales' y el miércoles tuvimos un concierto de Michi [uno de los asistentes, al que define como 'cantautor alternativo']”, relata Luismi, otro de los participantes. Él llegó el viernes al campamento y ha dormido en él todos los días menos uno, porque “le obligaron” a irse. “Ha sido una experiencia increíble”, dice emocionado.
Eso mismo piensa Marta, de 33 años –otra de las más jóvenes de la reunión–, que ha bautizado a la protesta como “15M sanitario”. “La idea era reactivar la ilusión. Aquí la gente se manifestaba todos los jueves y veían que nada cambia. Si no hay solidaridad, no hay lucha social”, expresa.
“Mucha gente pasaba a las 7 de la mañana antes de irse a trabajar y nos mandaba ánimos. Hemos estado muy, muy arropados por la vecindad. No nos ha faltado de nada. Nos traían comida todos los días”, cuentan los asistentes, que valoran la red que se ha consolidado tras la concentración. En esa red también han sido claves los trabajadores del SUMMA que en algún momento pasaban por la zona. “Les vamos a echar mucho de menos”, asegura una de ellas, que aprecia la acción de estos vecinos. “Yo vestida así no puedo ponerme con ellos”, dice señalando su uniforme, “pero de corazón, a muerte con todos”.
“Estoy cansado, pero lo volvería a hacer sin duda ninguna. Esto no ha sido una juerga para mí, ha sido una reivindicación”, dice Valdi, que cuenta que hasta llegaron a barajar ponerse en huelga de hambre, porque esta causa “sí lo merece”. Sol y el resto de los que han participado también volverían a repetir si hiciera falta: “Hemos hecho comunidad y hemos compartido. La lucha hay que seguir haciéndola. ¿Que estamos locos? Pues que viva la locura”, termina la vecina, sonriente.