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Sobre la normalidad enmascarada

De todos los presentes posibles, el que nos ha tocado es éste en el que si te presentas ante un policía sin tener la cara tapada puedes tener problemas. La normalidad ahora es así, rara y enmascarada. Lo malo es que la máscara no es un disfraz para pasarnos un rato la realidad por el forro, sino que es la realidad misma. En Madrid, que nunca hemos sido de disfrazarnos mucho, ahora nos liberamos cuando podemos estar a cara descubierta. Ése es nuestro pequeño carnaval diario, el que celebramos sin mascarilla en casa o en una terraza (ese gran misterio de esta rara normalidad, por cierto). Pero el problema no está sólo en cómo nos vemos.

De los cinco sentidos, Madrid es sobre todo tacto. Aquí somos tan de abrazarnos que ésa es la identidad sobre la que por fin se consensuó hace unos años el relato de la ciudad; el de un lugar que acoge y que te hace suyo sumando tu personalidad a un carácter que por eso está en constante evolución. Madrid es la ciudad del abrazo. ¿Lo seguirá siendo?

Aparte de miles de muertos, centenares de miles de enfermos, una crisis económica gigante y otro feo espectáculo de la clase dirigente, la pandemia nos ha dejado miedo y desconfianza; dos cosas poco sanas y muy poco madrileñas. Cuando ahora nos encontramos fuera de una videoconferencia, gastamos los preliminares yendo contra nuestro instinto de tocarnos y besarnos. Incluso hay quienes ni siquiera salen al encuentro de nadie y siguen mayormente encerrados porque el miedo y la desconfianza son asuntos comunes pero las dosis son tan personales como la situación familiar y de salud de cada uno.

Hay debates constantes y muy interesantes sobre cómo puede y debe cambiar la ciudad: más carriles bici, defensa y fortalecimiento del transporte público, más zonas verdes y espacios peatonales, más teletrabajo y viviendas que lo permitan, cambio del modelo económico… Habrá que ver de todo eso que quedará en el presente que nos toque vivir en el futuro, pero habrá que ver también algo tan importante o más.

La ciudad, más allá del espacio físico y su organización, somos sobre todo las personas que la vivimos y la forma en que lo hacemos. La ciudad, cualquier ciudad, se hace a base de intercambios, de encuentros, de roces, de golpes, de caricias. Como parece que la normalidad enmascarada y con gel hidroalcohólico está aquí para quedarse, tendremos que ponernos a pensar cómo podemos lograr seguir siendo como somos sin contagiarnos, ni de más virus zoonóticos ni de más miedo y desconfianza.

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