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Sobre el turismo como posibilidad para refrescar el infierno en la Tierra (o sea, Madrid)

Pedro Bravo

12 de agosto de 2023 01:00 h

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“Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada; la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el primer amor. Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”. El infierno es, después del cielo, el destino turístico más publicitado de la historia. Es verdad que en muchos casos se ha hecho a través de publicidad tenebrista, como en la cita de la Divina Comedia de Dante Alighieri que empieza este texto, pero también ha habido cantos más animados, desde Dinamita Pa Los Pollos —“nos vemos en el infierno, un buen lugar para conocernos…”— al Highway To Hell de AC/DC.

La noticia, hoy, es que el infierno ya está en la Tierra. Antonio Guterres, secretario general de la ONU, lo ha dicho: “Hemos pasado de la era del calentamiento global a la de la ebullición global”. El mes de julio de este año ha sido el más ardiente desde que hay registros, incluso hay científicos que estiman que no hemos pasado un calor igual desde hace 120.000 años, lo cual eleva mucho el caché de la especie humana como plaga.

Ya lo escribí aquí el año pasado, cuando nos freímos durante junio y julio, que aquel sería el verano más fresco del resto de nuestra vida. En ese texto retrataba unos poderes mundiales imbéciles, incapaces de frenar su codicia y, por tanto, las emisiones y, por eso, el achicharramiento, pero también unas cuantas ciudades que trataban de paliar sus efectos y adaptarse a la penosa situación. La excepción era y sigue siendo Madrid y lo más excepcional es que a sus habitantes esa rareza ya nos va pareciendo normal. La vida sigue igual pero peor. A quienes administran este territorio no se les conoce ni una actuación de adaptación a la realidad climática porque ni siquiera reconocen que nos estamos cociendo. Pero, a diferencia de Dante, los que tenemos que soportar su zoquetería no debemos abandonar la esperanza.

Igual suena extraño que lo diga yo, pero creo que el turismo puede aliviarnos un poco. No es broma. En su alocada carrera por querer ser lo que no es —Miami, Londres—, Madrid quiere arrebatar a Barcelona el puesto como ciudad con más visitantes de España y puede que lo acabe consiguiendo. Solo tiene un problemilla: aquí, de junio a septiembre, no hay quien viva ni de pasada. Los titulares ya lo avisan: la mayor amenaza para el negocio turístico de los países del sur de Europa —los más dependientes de este sector, por cierto— es el socarrat, y no precisamente el de la paella.

No tengo ninguna duda que nuestros mandantes escuchan con mucha más atención lo que pueda decir la patronal turística o cualquiera de las grandes consultoras que los suspiros de ahogo de los vecinos. Lo explica muy claro Jorge Dioni López en su último libro, El malestar de las ciudades (Arpa, 2023): las urbes, como lugares de creación y desarrollo de los modelos económicos imperantes, ya no son para los habitantes, son para crear valor y rentabilidad para los fondos y empresas que invierten en ellas y esto ahora se hace convirtiéndolas en un producto, en un souvenir. “La clave de la nueva economía urbana escribe— es el movimiento. Es decir, la gente importante no es la que vive ahí, cuya capacidad de trabajo es fácilmente sustituible, sino la que pasa por ahí”.

Lo que importa no es tanto esta gente que pasa —los turistas— sino el consumo de ciudad que realizan y los resultados que obtienen los inversores. Como también explica Dioni López, la labor de los gobernantes en todo este negocio es facilitarlo, y en eso Madrid sí que es líder. Por eso, me apuesto un ventilador de techo a que las primeras acciones para hacer soportable el calor que se tomarán en la región estarán pensadas para el uso y disfrute de los visitantes. Sobre el turismo como responsable del 10% de las emisiones globales ya hablamos otro día, que he quedado con un tal Caronte para dar un paseo en barca por el estanque del Retiro.

“Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada; la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la divina potestad, la suprema sabiduría y el primer amor. Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”. El infierno es, después del cielo, el destino turístico más publicitado de la historia. Es verdad que en muchos casos se ha hecho a través de publicidad tenebrista, como en la cita de la Divina Comedia de Dante Alighieri que empieza este texto, pero también ha habido cantos más animados, desde Dinamita Pa Los Pollos —“nos vemos en el infierno, un buen lugar para conocernos…”— al Highway To Hell de AC/DC.

La noticia, hoy, es que el infierno ya está en la Tierra. Antonio Guterres, secretario general de la ONU, lo ha dicho: “Hemos pasado de la era del calentamiento global a la de la ebullición global”. El mes de julio de este año ha sido el más ardiente desde que hay registros, incluso hay científicos que estiman que no hemos pasado un calor igual desde hace 120.000 años, lo cual eleva mucho el caché de la especie humana como plaga.