Hoy se celebra el día de Todos los Santos y mañana el de Fieles Difuntos, dos fechas marcadas en el calendario y dedicadas al recuerdo de los que ya no están entre nosotros. Algunos puntos de Chueca y Salesas albergan en sus fachadas o tras sus paredes algunas historias negras que hoy aprovechamos a repasar.
La Casa de las Siete Chimeneas
Es, sin lugar a dudas, el paradigma de truculentas leyendas del barrio, donde dicen se produjeron extrañas muertes y paranormales apariciones desde prácticamente el momento de su construcción en el siglo XVI. Una de sus principales particularidades son sus características siete chimeneas, consideradas la representación de los siete pecados capitales. El vecindario aseguraba que el rey Felipe II ocultaba allí una de sus numerosas amantes, Elena, hija de un caballero al servicio del rey. Para desarticular esos rumores, el monarca acordó el matrimonio entre la joven y el capitán Zapata y ejerció de padrino en la ceremonia, obsequiando a los novios con siete arras de oro que auguraban desgracias a la flamante esposa.
Fuera fruto de la mala fortuna o de la más pura casualidad, lo cierto es que el marido perdió la vida en la batalla de San Quintín y, al enterarse de la desgracia, Elena se recluyó en sus aposentos hasta que, al cabo de unos meses, apareció muerta con evidentes signos de violencia. Su cadáver desapareció misteriosamente y acusaron a su padre de haberla emparedado en algún lugar de la casa.
Por si la historia no fuera de por sí lo suficientemente truculenta, al poco tiempo de los hechos apareció colgado en una de las vigas el cuerpo sin vida de un caballero. El rey ordenó una investigación y que se aplicara la pena capital a los asesinos. Una decisión que no hizo sino aumentar los rumores acerca de sus amoríos con Elena o que, en realidad, se trataba su hija ilegítima y que eso desató su ira.
Deshabitada durante años, cuenta la leyenda que, durante las noches se aparecía una misteriosa mujer, toda vestida de blanco, que recorría sus tejados saltando de chimenea en chimenea. A fines del siglo XIX la casa fue adquirida por el Banco de Castilla y durante los trabajos de reforma apareció un esqueleto humano –al parecer de mujer– y varias monedas de oro del siglo XVI que recuperaron la antigua leyenda del olvido.
En 1960 la casa vuelve a ser noticia por un macabro hallazgo: durante la construcción del aparcamiento subterráneo de la Plaza del Rey, el edificio sufre una serie de refacciones que hacen surgir el cadáver de un hombre entre los escombros. Con el hallazgo vuelven a alimentarse todo tipo de versiones, convirtiendo a este palacio –junto al de Linares (hoy Casa de América)– en uno de los que más historias negras han generado en Madrid.
El crimen de la calle Fuencarral
Otro espacio que pasará a la historia negra de España es número 109 de la calle Fuencarral, escenario de un crimen que apasionó a los madrileños de la época y tuvo extrañas connotaciones. En 1888 fue encontrada muerta Luciana Borcino, viuda de Vázquez y propietaria de la vivienda. Al más puro estilo del actual sensacionalismo televisivo, los medios de la época le dedicaron páginas y páginas a una historia en la que sólo se responsabilizó a una culplable: Higinia Balaguer, una de sus empleadas domésticas. Con el transcurso de los días, se conocieron intimidades y el perfil poco presentable del hijo de la víctima, conocido como “el marquesito”, que muchos piensan fue el auténtico asesino.
La leyenda del soldado despechado
Hace años la actual calle de Barbieri era conocida como calle del Soldado. Su denominación se debía a que allá por el siglo XVII fue el escenario de una trágica historia de desamor en la que perdió la vida Almudena Gontili, una bella y acaudalada joven que vivía en esa vía de la que se quedó prendada un soldado de las guardias españolas. Ciego de amor, el hombre puso en práctica todo tipo de estrategias para conquistarla, recibiendo en cada intento el rechazo de la mujer, cuya vocación religiosa le había llevado a convertirse en novicia del convento Caballero de Gracia.
En vista de que no iba a poder conseguir su objetivo, el soldado hizo suya la frase «si no eres para mí no serás para nadie» y, después de asesinarla, le cortó la cabeza y la depositó dentro de un saco delante de la puerta del convento. De nada le sirvió salir corriendo del lugar de los hechos. Poco tiempo después lo detuvieron y, lleno de remordimientos, confesó su crimen. Condenado a la pena capital y ajusticiado en la Plaza Mayor, le cortaron la mano derecha y la clavaron en el lugar del asesinato. Unos días más tarde, los vecinos comenzaron a comentar que, durante las noches de luna, en un muro aledaño a la casa de la joven aparecía la imagen del rostro del soldado.
Una historia que caló tan hondo entre la población que un grupo de intrépidos hombres decidió salir al encuentro del “alma en pena” del soldado. Faroles y hachas en mano, una noche se dirigieron hasta el lugar y, al cabo de unas horas de vigilancia, desvelaron el misterio: el soldado había realizado un dibujo con pinta fluorescente y sus rasgos se destacaban a la luz de la luna.
El incorrupto cadáver de El Nazareno
Aunque cueste creerlo, en la calle Regueros estaba ubicado hace años el campo santo de la parroquia de San José, lugar donde eran enterrados los pobres de la feligresía. Allí se dio sepultura a un enigmático personaje que llegó a Madrid en el siglo XVIII y al que apodaron El Nazareno. Los vecinos de la zona nunca le vieron comer ni beber y, al morir, se llevaron una enorme sorpresa: su cadáver se mantuvo incorrupto. Tan sorprendente era la escena que la gente acudía masivamente todos los días al lugar para comprobar con sus propios ojos el milagro, hasta que las autoridades acordaron enterrarlo.
La historia del Nazareno cayó en el olvido hasta que, décadas después, se derribó la capilla y se comenzaron a trasladar los cuerpos del obsoleto cementerio al campo santo general del Norte. Cuentan las crónicas de la época que todos se quedaron estupefactos cuando vieron que el cuerpo de este misterioso personaje estaba totalmente entero.