'Bird', la película que nació de la imagen de un hombre desnudo en una azotea y lleva el realismo mágico al barrio
Una simple imagen puede desatar un proceso creativo. Por lo que sea no se va de la cabeza, y hay algo en ese recuerdo que sirve de chispa para escribir un personaje, una historia. Puede que incluso esa imagen no tenga nada que ver, a priori, con el resultado final, pero fue el detonador. Es lo que le ocurrió a la cineasta Andrea Arnold, una de las más importantes del cine europeo de las últimas décadas gracias a títulos como Red Road, Fish Tank o American Honey (con las que logró el Premio del Jurado en el Festival de Cannes).
En este caso fue la de un hombre desnudo en una azotea. Lo contó casi como chiste cuando presentó el resultado, Bird, en el pasado Festival de Cannes, pero lo explica con más detenimiento en un encuentro con unos pocos periodistas con motivo del estreno del filme en toda Europa (ella es candidata al premio a la mejor dirección en los Premios del Cine Europeo). No era solo un hombre desnudo, sino que con tono jocoso añade que era “un hombre con un pene largo en lo alto de un edificio, envuelto en niebla”. Por lo que fuera, esa imagen se convirtió en el primer largo de ficción de la directora desde 2016. Entre medias un documental, Vaca, y la segunda temporada de Big Little Lies en Hollywood.
Para ella esa imagen se convirtió en un “misterio” que empezó a intentar descifrar. “¿Quién es el hombre? ¿Por qué está desnudo? ¿Por qué la niebla? ¿Por qué está de pie sobre un edificio? ¿Quién lo está mirando? ¿Es un extraterrestre? ¿Qué edad tiene? La imagen me animó a hacerme muchas preguntas, y se convirtió en una especie de rompecabezas que tengo que resolver. Normalmente, si la imagen me sigue molestando, si sigue viniendo a mi cabeza, es algo que tengo que explorar. Así que empiezo a tomar notas y a pensar en cuáles son las respuestas a algunas de las preguntas. Eso me hace pensar en escenas y posibles imágenes y personajes. Luego lo construyo a partir de ahí”, cuenta sobre su proceso creativo.
El trayecto ha sido largo, de más de cinco años, y en él ha incluido algo que hasta ahora no había entrado en su cine, “el realismo mágico”. Un realismo mágico que se mete en el barrio al que ella sabe mirar sin paternalismo ni condescendencia. Ahí es donde cuenta la historia de Balye, de 12 años, que vive con su padre soltero Bug (al que interpreta Barry Keoghan), que comercia con sapos bufos, y su hermano Hunter. Su encuentro con el hombre de la azotea al que vio Arnold es el comienzo de una historia de crecimiento en los lugares donde el cine no suele mirar. La parte de realismo mágico vendrá del encuentro de la protagonista con ese misterioso personaje, al que da vida uno de los actores más indescifrables e hipnóticos del cine actual, el alemán Franz Rogowski.
Esa novedad en su cine “surgió naturalmente durante el proceso de escritura”. No pensó en ninguna referencia, ni literaria ni cinematográfica. Prefiere no pensar en otras obras cuando escribe para que, como aquí, lo que surja sea de “manera natural”. “Simplemente, mi imaginación se puso ahí y la dejé fluir. Fue liberador, pero es que en una película puedes dejar que suceda cualquier cosa. Yo lo he sentido como una progresión natural en lo que yo hago, porque todas las cosas que hay en la naturaleza son mágicas, y si posas la cámara en una libélula, puedes plasmarla como lo más extraño y mágico que puedas imaginar”, explica.
En Bird, con música de Fontaines D.C., vuelve a plasmar a una familia disfuncional en el barrio, algo que Andrea Arnold cree que es uno de los nexos de unión de casi todas sus películas porque su propia familia era “bastante caótica”. “Me interesan bastante ese tipo de familias. Supongo que es algo natural, cuando escribo estoy obligada a escribir sobre cosas que sé o entiendo. No quiero hablar mucho de ello porque creo que es algo personal, pero obviamente viene de mi propia vida”, apunta.
Aunque hable poco de ella, sí que da pistas, y cuenta que su familia era de clase trabajadora y de la misma zona donde se desarrolla Bird. Vuelve otra vez a uno de sus mantras, hablar de algo que conozca muy bien y con lo que sienta una conexión íntima y profunda: “Yo no tengo prejuicios sobre nadie, eso está en mis huesos y creo que es algo que se va a reflejar siempre en lo que haga. No fuerzo nada, es que simplemente es lo que siento. Creo que todos deberíamos respetarnos y ser cariñosos unos con otros”.
Su mirada a la clase obrera no la hace “como un gesto político”, sino como un “intento de mostrar a la gente como realmente es, de forma tridimensional”. “Poder mostrarlo así es un privilegio para alguien como yo, que viene de ese entorno de clase trabajadora. Ser cineasta es un privilegio. Es un lugar increíble en el que me encuentro. Es un privilegio poder hacer películas y para mí es una gran responsabilidad, pero no trato de hacer un gesto político, solo trato de contar mi punto de vista”, señala
La directora imagina un futuro “igualitario” y “justo”, con más riqueza para todos, donde la gente “no tuviera que luchar por comer o por tener un lugar para vivir”, esa es su manera política de entender el mundo. “Con la COVID hay muchos edificios vacíos, y pienso que por qué no todas las personas que no tienen hogares no pueden vivir ahí con el gran problema de vivienda que hay en todo el mundo. De hecho, mi idea era que la familia de la película viviera en un bloque así, pero no lo encontramos y no lo metimos, pero esa era la intención, pero no lo llamaría un gesto político, sino contar el mundo de una forma que es verdadera para mí”, concluye.
0