Por el WhatsApp muere el pez
Si te aburres en la reunión familiar navideña, siempre podéis jugar a aquello que proponía Alex de la Iglesia en Perfectos desconocidos: todos los móviles al centro de la mesa, y cada vez que alguien reciba un WhatsApp, debe dejar que todos los comensales lo lean. Ya veo, te entran sudores fríos, preferirías jugar a la ruleta rusa con un revólver, o al juego del cuchillo y arriesgarte a perder un dedo, antes de que nadie vea tus mensajes personales. Yo también, y eso que, como tú, tampoco tengo nada que ocultar. Nada, lo típico: vergüenzas, miserias, engaños, cotilleos, placeres culpables, secretitos. Como cualquier hijo de vecino, vaya.
En este 2024 ha sido popular otra variante más peligrosa del mismo juego: coger los WhatsApps de alguien y dárselos a un juez, o publicarlos en una portada de periódico (que para el caso es lo mismo). Eso sí que es deporte de riesgo: que venga mañana la UCO sin avisar, clone tu móvil, y se lleve todos tus mensajes de unas cuantas semanas. O que alguien que se escribió contigo tiempo atrás, y de quien igual ya ni te acuerdas, haga pantallazos de vuestra conversación, la lleve al notario, o la acabe difundiendo.
Sí, yo también pienso que eso solo les pasa a los corruptos y corruptores, y que no tengo nada que temer. Pero no estaría tan seguro, sabiendo la ligereza con que hablamos cuando es por escrito, cómo algunas conversaciones se nos van de las manos, interactuamos sin mucho pensar con gente que casi no conocemos, y lo fácil que es coger un mensaje, sacarlo de contexto, y que parezca lo que no es. Estos días circulan de juzgado en juzgado, por las redacciones de los diarios y las sedes de los partidos, supuestos pantallazos de WhatsApp que se usan como munición política: los de Aldama o Koldo con ministros y dirigentes socialistas, los que borró el fiscal general del Estado, los que el mismo fiscal intercambió con sus subordinados, los de Moncloa con Lobato, y cualquier día esperamos ver las comunicaciones de Mazón con alcaldes el día de la DANA, que no aparecen pero él asegura que hablaron por WhatsApp.
Hubo un tiempo en que los corruptos y corruptores grababan sus conversaciones telefónicas para tener un seguro de vida. Aquellos audios, que por supuesto se filtraban a los medios, nos dieron grandes momentos de vergüenza ajena. Incluso hubo un tiempo en que algunos encargaban a un detective privado que fotografiase y grabase reuniones, con gadgets encantadores comprados en la Tienda del Espía. Estaba también Villarejo, que no salía de casa sin grabadora, y cuyo archivo alimenta leyendas urbanas. Y recuerdo que en los noventa se decía que circulaban por las redacciones voluminosos dosieres que quitaban el sueño a los agraciados. Hoy basta con un pantallazo de WhatsApp, sin siquiera verificar, para acabar con una carrera política.
No sabemos en qué quedarán todos esos mensajes, si valdrán como prueba, si el ministro o dirigente de turno podrá explicarlo todo y no será lo que parece, si la UCO encontrará las cenizas de los borrados por el fiscal, si Aldama seguirá dosificando sus pantallazos, ni si alguien filtrará otros mensajes que no hemos visto y que tal vez existen (entre Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez; entre dirigentes del PP y ciertos jueces, entre las acusaciones ultraderechistas y el juez Peinado, puestos a fantasear). Lo seguro es que en adelante todo el personal se lo pensará un poco más antes de apretar “enviar”.
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