La plaza de Santa Ana, en pleno centro de Madrid, ofrece en invierno una estampa que vista de lejos recuerda a un campamento scout o un conjunto de almenaras: una serie de luces y fuegos resplandecen en puntos diseminados por todo el enclave. Hasta una docena de terrazas emplean estufas de gas en invierno, con las que los hosteleros esperan atraer a esa clientela que quiere protegerse del frío sin recluirse en un interior. Una maniobra que parecía tener fecha de caducidad el 1 de enero, con la entrada en vigor de la Ordenanza de Terrazas municipal aprobada en 2022. El Ayuntamiento concedió a bares y restaurantes casi dos años para que adaptaran sus negocios a un modelo de veladores sin emisiones contaminantes.
Pero la pasada semana la Justicia anulaba la medida. La Federación Española de Asociaciones y Empresas Distribuidoras de Gases Licuados del Petróleo judicializó el asunto y el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) entiende que esta prohibición fue puesta en marcha sin un estudio obligatorio sobre el nivel de contaminación que emiten los calefactores. “No teníamos ni idea de que al final no las tenemos que quitar”, comenta un empleado de Zoko, un local situado en la avenida Menéndez Pelayo, a pocos metros del parque del Retiro. Porque las estufas contaminantes no son un problema exclusivo de Centro, aunque en este distrito su proporción sea mayor ya que la normativa municipal impide instalar terrazas con cerramiento.
Un grupo de seis amigas que toman algo en Zoko, franqueadas por dos de los 2.952 artefactos de este tipo autorizados en establecimientos de la ciudad, explica que ellas desconocían la problemática: no sabían ni que iban a ser retiradas ni que finalmente podrán permanecer. Solo una de ellas afirma tajantemente que son un elemento a valorar para seleccionar una terraza en la que sentarse: “Yo quiero estufas”, bromea. “Si habían aplicado la medida sería por algo”, dice otra compañera. “Cada vez hace más calor, hasta en diciembre, porque nos estamos cargando el planeta. Así que igual de aquí a unos años ya no son ni necesarias”, comenta una tercera compañera.
De vuelta a la turística plaza de Santa Ana, el asunto también genera cierta indiferencia entre la clientela. Carmen y Manolo, que han venido de visita a la capital desde Miranda de Ebro, cuentan a Somos Madrid que en el municipio burgalés estos calefactores están muy limitados “aunque hace tanto frío como aquí”. Indican que son más habituales las estufas colocadas en pérgolas, eléctricas o que utilizan pellets, un combustible de biomasa generado a partir de madera prensada. No obstante, las estufas que se nutren de esta fuente de energía en Madrid no se libraban de la normativa municipal que entrababa en vigor este 1 de enero (la ordenanza hablaba de “estufas de gas o emisoras de gases de efecto invernadero”).
Pese a que son fumadores y tienden al terraceo, Carmen cree que debería buscarse “la alternativa que menos contamine, suficiente emiten ya los coches y las empresas”. “Que las pongan solares”, hipotetiza Manolo. Un empleado de uno de los muchos restaurantes con estufas de gas en la zona apostilla que “no es tan fácil”. El Ejecutivo de José Luis Martínez-Almeida lanzó una partida de 100.000 euros para que los negocios pudieran adaptar la climatización de sus terrazas y cumplir con la nueva normativa, a la que el trabajador no puede confirmar si este local se acogió.
El Gobierno de Cibeles todavía no ha aclarado qué será de esa inversión destinada a los establecimientos ahora que la obligatoriedad del reacondicionamiento ha quedado en agua de borrajas. Fuentes municipales sí confirman a este medio que el consistorio no va a recurrir la sentencia judicial: “Los servicios jurídicos del Ayuntamiento de Madrid han concluido que no procede presentar recurso de casación, ya que en su opinión carece de posibilidad de ser estimado”. Y añaden: “Una vez que el TSJM ordene la publicación de las sentencias y que estas sean firmes, quedarán retirados de la Ordenanza de Terrazas los dos artículos anulados por los tribunales relativos a la prohibición de las estufas de gas”.
Hostelería Madrid, la patronal del sector en la Comunidad, celebra esta nueva situación a través de un comunicado: “En previsión de que esta Sentencia no fuera firme antes de fin de año, reclamamos al Ayuntamiento de Madrid una moratoria de la prohibición de estufas de gas hasta el fin de la temporada de invierno el 15 de marzo de 2024, que estaba siendo estudiada por las concejalías responsables. Con esta sentencia conseguimos ese propósito no solo para el invierno sino para el futuro”.
Así, la organización abre la puerta a solicitar nuevas instalaciones de estos aparatos contaminantes “desde el momento en el que la sentencia sea firme”. José Antonio Aparicio, su presidente, ya se mostró muy crítico con la ordenanza que los limitaba: “Una prohibición no justificada de elementos de calefacción sin alternativa viable para el hostelero que dejaba las terrazas de Madrid sin posibilidad de dar un servicio en las mínimas condiciones de confort, con consecuencias negativas para la actividad de las empresas y la contratación de trabajadores”.
El “efecto psicológico” de las estufas de gas
En Sotoverde, un restaurante-cafetería de Chamberí situado en la calle Santa Engracia (cerca de Cuatro Caminos), el impacto habría dictado mucho de ese augurio apocalíptico. A las 18.30, mientras el interior es un hervidero de gente, solo una de las mesas de la terraza está ocupada. Dos chicas, María y María, hablan al calor de la estufa de gas. El otro calefactor permanece apagado.
“Los encendemos solo cuando viene alguien, aunque hay gente muy especialita que se queja y nos dice que por qué no los dejamos puestos para que lleguen y se encuentren ya con el calor”, relata Eliseo, camarero. También manda un recado a “quienes se sientan en la otra punta de una mesa que ya tiene la estufa encendida, cuando podrían sentarse cerca y así no habría necesidad de activar la otra”.
Sus años de experiencia en el sector le han hecho desplegar su propia teoría sobre los veladores en terrazas y el papel sugestivo que ejercen sobre la clientela: “Hay un 30% de calor que transmiten de verdad y un 70% de efecto psicológico”. También cree que la gente empieza a perderle completamente el miedo a los interiores una vez la pandemia queda atrás, así que han superado los años en los que esta apuesta cobró especial importancia (como la ampliación de terrazas en aparcamientos, que sí desaparecerán a comienzos de 2024).
Un compañero de Eliseo especifica el coste que el negocio asume por una recarga de cada estufa: 18 euros. En Sotoverde dicha recarga les dura aproximadamente dos días, aunque en otros locales donde suelen dejarlas en funcionamiento aunque no haya nadie ocupando las mesas adyacentes (es el caso en varios de la plaza de Santa Ana) este periodo puede reducirse drásticamente.
María y María, las únicas guardianas de la llama en esta gélida tarde de diciembre en Sotoverde, valoran mucho “estar fuera al aire libre”, aunque matizan que las que tienen forma de champiñón les parecen “una mierda”. Eso sí, no coinciden con Eliseo en que el calor se deba en gran parte a un efecto mental: “Teníamos frío y hemos dejado de tenerlo”.