Mi rollo es el rock: recorrido por el Madrid periférico que fue heavy en los ochenta
Hace poco tiempo un amigo me dijo señalando a unos chavales, “mira, dos niños heavys; qué buen rollo, creo que hace años que no veía chicos tan jóvenes con esas pintas”. Lo cierto es que la imagen del heavy cotidiano se asemeja más al incombustible padre de familia de melenas ralas, pero dignas, y camisetas desvaídas que a la de los críos y crías con pantalones elásticos de cuando nuestro cabello también era más vigoroso. Aunque hay más relevo del que uno pudiera pensar, vamos hoy a echar la vista atrás: hacia los mejores tiempos del heavy en Madrid, durante los años ochenta y primeros noventa, aprovechando la actualidad de la exposición Madrid Metal, que se puede ver en CentroCentro (Cibeles) hasta el próximo mes de abril, donde se recogen ilustraciones basadas en los recuerdos de los protagonistas de aquella época.
Aunque siempre se dio un sincretismo de escenas y una cierta promiscuidad estética, conviviendo en festivales y garitos distintas ramas del rock (del madrileñísimo rock urbano al punk-rock), en algún punto hay que colocar la línea de salida del heavy patrio. Fernando Galicia Poblet, autor de la tesis doctoral El Heavy Metal en España, 1978-1985: fases de formación, cristalización y crecimiento, lo sitúa maduro en 1980:
“…hay que volver a mirar hacia Madrid, donde el momento de ebullición cultural que se vive hace que se centralice allí todo el movimiento del rock, del rock duro, del rock urbano y, de forma inminente, del heavy metal. A pesar de la dificultad que puede entrañar establecer la línea que dé comienzo a la cristalización del heavy metal en España, es posible, paradójicamente, citar no ya un año, sino una fecha concreta que resuelva el problema: 16 de agosto de 1980, momento en el que la escisión de Coz compuesta por los hermanos Armando y Carlos de Castro, José Luis Campuzano Sherpa y Hermes Calabria da su primer concierto, en la localidad de Leganés, bajo el nombre de Barón Rojo.”.
Los Obús, sin embargo, llevan a gala ser los primeros en incluir la denominación en un disco español. En cualquier caso, es en aquellos primeros ochenta cuando podemos pensar la eclosión de nuevos grupos madrileños (como Panzer o Mazo) y se comienzan a ver en las calles de Madrid heavys por doquier.
Años que estuvieron animados por programas de radio pioneros como el Disco Cross de Mariano García, Mariscal Romero Show o Emisión Pirata; además de por las ondas huidizas de las radios libres, lanzadas desde la Cadena del Water, Onda Verde o Radio Luna, entre otras. El kiosco y el papel también jugaron un papel importante. En 1983 nacía en Madrid la revista Heavy Rock, a imagen y semejanza de la inglesa Kerrang!, conviviendo con un puñado de fanzines sobre el género, como el carabanchelero La Bestia.
Los garitos del momento estaban diseminados por toda la geografía madrileña: en Argüelles, Vicálvaro, Vallecas, Quintana o San Blas. La zona de Arguelles y los bajos de Aurrerá eran zona heavy. Lemmy, TNT, El Pipas, Osiris y, al final de la noche, Studio Rock. Y el gran barrio rockero, claro, el de Ángeles (la Abuela Rockera). En Vallecas estaban el recientemente cerrado Hebe (casi un espacio fundacional del barrio), el Killer, La Urbe del Kas o, un poco después, el mítico Excallibur.
Uno de los garitos de más solera y éxito fue el Barrabás de Vicálvaro, que cerraría en los noventa. El Barras era lugar de peregrinación para rockeros de todo Madrid pero Vicálvaro era todo territorio heavy, con otros bares más pequeños (hoy sobrevive La Mazmorra).
Pero seguramente el más mítico de los locales fue Canciller, El Canci, que se abrió en la calle Alcalde López Casero (Quintana), en los bajos del cine del mismo nombre. Por aquella sala, donde cabían unas dosmil personas, pasaron grandes bandas internacionales y nacionales. La primera parte de su historia acabó hacia el 93, cuando tuvo que cerrar en tiempos del temible concejal Matanzo, pero conoció un tiempo de prórroga en el también mítico Canci de San Blas. Canciller II abrió, por cierto, en el local de otro espacio mítico para el rock y el heavy, la Sala Argentina –el Argenta– que llevaba abierta desde 1971.
Igual que ocurre con los garitos, muchos de los grandes escenarios del heavy, donde ocurrieoron los conciertos multitudinarios, ya no existen. Por ejemplo, el Pabellón Deportivo del Real Madrid (tocaron AC DC, Iron Maiden, Barón Rojo, Ozzy Osbourne o Def Leppard), el Palacio de Deportes pre incendio o el Rockodromo de la Casa de Campo.
Lo mismo sucede con los grandes eventos, como la Fiesta del PCE o las fiestas de San Isidro…que sin haber desaparecido, son ya otros. En junio de 1984 se celebró en la Casa de Campo la Fiesta Roja del PCE, un festival muy recordado que duró desde las 7 de la tarde a las 5 de la mañana, con Barón Rojo, Banzai, Asfalto y Topo. Y un año después, por las fiestas de San Isidro, tuvo lugar en el Paseo de Camoens el que suele considerarse el concierto heavy más concurrido de nuestra historia: Barón Rojo, Santa, Goliath y Tritón actuaron ante 200.000 personas.
Álvarez del Manzano, que entonces estaba en la oposición, dijo demostrando su talante clasista:
“Es una irresponsabilidad absoluta más por parte del gobierno municipal organizar una concentración musical gratuita, que por su contenido sin duda atraerá a delincuentes, drogadictos y marginados de mal vivir que pueden provocar incidentes violentos y ensuciar el buen nombre de las fiestas de nuestro patrón San Isidro”.
Sin embargo, un evento con marchamo institucional resultó de gran importancia para la popularización de heavy: el Trofeo de Rock Villa de Madrid. Creado en 1978 por el Ayuntamiento, dio un salto importante en 1981, cuando se celebró en Las Ventas coincidiendo con las fiestas de San Isidro. Obús se llevó el primer premio y los años sucesivos la presencia de grupos de rock duro será ya una constante.
Pero no todo era periferia. Algunos de los espacios del heavy, como de otras escenas musicales, se vivieron en el centro de Madrid, puerto de arribada los fines de semana. Entre todos ellos, destaca El Rastro con sus puestos de compra-venta de discos y cintas piratas, donde se podían conseguir grabaciones de conciertos y novedades traídas de Londres. Tenderetes en los que la música sonaba a todo volumen que congregaban a su alrededor la naciente cultura juvenil. También estaban allí las camisetas y parches de Marihuana o las chapas manufacturadas del puesto de Mario Scasso. Otro de los lugares céntricos que muchos aficionados al metal recuerdan con cariño es el viejo Dicoplay de los bajos de la Gran Vía, aunque también había en la época nuemrosas tiendas de discos en los barrios.
En este repaso de lugares con chupas de cuero y botas J'hayber tendrían que caber también un montón de garitos de barrio, que son el mejor recuerdo de multitud de lectores pese a no salir en las crónicas. También parques, bancos con litros al pie, billares, recreativos o viejas bodegas de tinaja con botijos muy fríos. Si recuerdas alguno más, cuéntanoslo en los comentarios por favor.
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