Hablar de un agricultor en pleno centro de Madrid puede sonar extraño, pero es el oficio de Usman Camara desde hace una década. La hectárea que cultiva y que le da de comer está a unos cuantos kilómetros de donde vive y de donde residen la mayoría de sus clientes -junto al río Jarama, en el llamado Parque Agroecológico Soto del Grillo, una parcela municipal en el término de Rivas Vaciamadrid-, pero eso ni invalida ni desmiente el título oficioso de agricultor de Lavapiés que ostenta Camara (Mauritania, 1965).
El pasado 30 de junio, a las 12:30 horas, el huerto de Usman sufrió un gran incendio y perdió todo lo que tenía en él: la cosecha de verano, las herramientas de labranza, un completo y caro sistema de riego y muchos años de trabajo. Los únicos 40 kilos de calabacines y de pimientos que pudo rescatar del fuego los donó a las despensas solidarias del barrio de Lavapiés. Con ellas y con otras de Vallecas, Carabanchel y Usera ha estado colaborando este hombre desde que comenzó la pandemia, entregándoles durante este período, desinteresadamente, alrededor de 15.000 kilos de alimentos.
Sin un seguro que cubra su desgracia, la situación en la que se encuentra Usman es muy complicada, si bien le queda una pequeña esperanza. Habiendo escuchado antes las historias de desesperación de muchas familias de su barrio, atrapadas por la crisis social generada por la Covid-19, y reaccionado ante ellas regalando los excedentes de sus cosechas, es ahora su barrio el que escucha su propia historia y se ha movilizado en su ayuda poniendo en marcha una campaña de apoyo para conseguirle herramientas y materiales con los que pueda rehacer su modo de vida.
“Usman ha ayudado cuando más se necesitaba, ahora es nuestro turno. Por eso lanzamos una campaña para recaudar fondos con los que pueda seguir trabajando”, indican desde el Banco de Alimentos del Barrio (BAB Lavapiés), principal impulsor de una acción a la que se han sumado ya numerosos colectivos y entidades. El número de cuenta para colaborar en este micromecenazgo -concepto 'Cesta 0'- lo ha puesto Supercoop, el supermercado cooperativo, autogestionado y ecosocial que se está montando en Embajadores (IBAN: ES90 3025 0006 2214 3328 2942).
Confinamiento, Filomena y... fuego
“Física y mentalmente es muy duro recuperarse de algo así, pero a ver si lo intentamos”, cuenta Usman, con quien nos encontramos en el diminuto local que tiene alquilado en la calle Fe y que le servía de almacén y de lugar de venta y reparto a particulares de los productos que venía cosechando de manera ecológica.
Llueve sobre mojado: primero fue la pandemia y el confinamiento, que no le permitió acudir a su huerto durante un tiempo y que, luego, lo dejó sin clientes, encerrados en sus casas; tras recuperarse del bache con una cosecha espectacular en el verano de 2020, Filomena arrasó con todo en enero de 2021 obligándole a remontar de nuevo; con esfuerzo, el viento le fue una vez más favorable, hasta el punto de permitirle alquilar el local donde lo entrevistamos, pero ahora, lo del fuego puede ser la puntilla definitiva para su huerto.
“Son muchas cosas, aunque mientras estemos vivos hay posibilidad de un plan B. Siempre me he buscado la vida, pero no me gustaría tirar la toalla de un proyecto en el que lo he invertido todo desde hace 10 años antes de intentarlo todo para ponerlo de nuevo en marcha. La mitad de los árboles frutales que tenía se han quemado: perales, manzanos, melocotoneros, granados... Calculo unas pérdidas de 5.000 euros sólo en esto. Todas las herramientas que tenía, la caseta donde las guardaba, el invernadero, los fitosanitarios y los cientos de metros de goma del sistema por goteo que había instalado junto a las tuberías de riego han ardido. Son otros 10.000 euros como mínimo los que se me han ido ahí. No tengo dinero ni para comprar plantel nuevo para lo que sería la futura cosecha de invierno y que debería plantar en agosto, no sin antes remover la tierra con un tractor y echar nuevo abono a la misma”.
Usman es un hombre tranquilo o, al menos, es lo que transmite hacia el exterior, pero la procesión debe de ir por dentro: “Va a ser difícil arrancar de nuevo con el huerto aún con todo lo que me están ayudando. Si no logro plantar en agosto, en invierno no tendré nada que vender y debo pagar autónomos, el alquiler de este local y el de mi casa y cubrir las necesidades mínimas de mi día a día. Veremos”.
Usman vive en Lavapiés desde 2003, después de pasar unos años en Francia, país en el que se instaló tras salir de su Mauritania natal. Caminar junto a él por las calles en las que se mueve desde hace casi dos décadas es hacerlo junto a un vecino al que todos conocen y con quien intercambian saludos y comentarios sin parar. No es un lavapiesino más, sino uno popular, de los que hacen barrio.
Camara viene de una familia ganadera y agrícola, de la que aprendió desde bien pequeño cómo es trabajar en el campo y cultivarlo con prácticas agroecológicas. “En Mauritania sembrábamos mijo, maíz, opra, arroz, cacahuetes... Con el cambio climático las cosechas fueron a menos y me vi obligado a emigrar. Tras años trabajando en mil cosas distintas, hace una década surgió la oportunidad de que tres chicos españoles me contrataran para cultivar la tierra de un proyecto de producción ecológica de alimentos que pusieron en marcha en Rivas Vaciamadrid. La empresa no les fue tan bien como esperaban y cuando ellos abandonaron decidí quedarme yo con el campo y comercializar por mí mismo los productos que obtenía. Había visto que había demanda en la ciudad de verduras ecológicas y, poco a poco, fui contactando con grupos de consumo de Lavapiés, Carabanchel, Usera y Vallecas que compraban lo que producía. Al mismo tiempo, tuve ayuda para abrir una página web, redes sociales y comenzar a contactar con consumidores particulares interesados en mis productos, de temporada y directos de la huerta, que podían recoger en mi local o, incluso, pedir que se los entregara en sus casas”.
Antes del incendio, este hombre había logrado tener un grupo fijo de entre 30 y 45 clientes semanales, a los que vendía bolsas de frutas y de verduras de 5 y de 10 kilos, y con eso le daba para vivir bien. Usman tarda cerca de una hora en llegar en transporte público a su huerto, donde acude todos los días menos el domingo. Sabe que sus clientes están contentos con la calidad de los productos que les ofrece, pero también conoce lo débiles que suelen ser las fidelidades de los consumidores y teme que les cueste volver en el caso de que este parón obligado por el fuego sea remontable, tal y como espera y desea.
El origen del incendio que arrasó con su huerto no está claro. Según Usman, pudo ser cualquier cosa la que lo iniciara pero cree que la falta de mantenimiento de las parcelas no cultivadas que rodeaban su campo lo alimentaron. Tal y como hemos apuntado, la propiedad de todas ellas es del ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid, el cual las cede a cambio de un módico precio para que se desarrollen en ellas proyectos como el de Camara.
“Vinieron bomberos y técnicos del Ayuntamiento, hicieron informes y un inventario de daños y ya no sé nada más pero, incluso, en el caso de que decidieran ofrecerme algún tipo de compensación llegaría demasiado tarde. No puedo contar con esa ayuda. En agosto debo estar plantando ya coles, brócoli, repollos, remolacha, zanahorias, etc, para tener algo que vender a finales de año. Quizá así podría salvar el huerto y mantenerme trabajando en esto”, concluye.