Ayer sábado, el grupo de dibujantes urbanos Urban Sketchers Madrid convocó una de sus quedadas para dibujar la nueva salida de metro de Gran Vía –la reproducción del viejo templete diseñado por Antonio Palacios, en la Red de San Luis–. Repetían, pues ya se habían reunido con sus acuarelas, sus cuadernos de viaje y sus rotuladores el pasado sábado 17 de julio, lo que da noticia del interés despertado por este nuevo elemento urbano.
Las grandes ciudades tienen prendidas en su ADN aquello del tránsito. A vista de pájaro, las zonas más céntricas y concurridas de nuestras urbes se aparecen como desfiles continuos de hormigas cuyos itinerarios, a veces, ni siquiera están delineados por el urbanismo. Son los propios trayectos, indiferentes a los monumentos, edificios y ornamentos de las calles, los que dibujan los mapas del día a día. Sin embargo, solapándose con el mantillo de ciudadanos en marcha, aparecen los cazadores de instantes. Típicamente, eran –éramos, todos los somos una u otra vez, en este o aquel lugar–los turistas. Temporalmente indultados de la rutina, con la cámara en una mano y la guía en la otra (o ambas cosas en su teléfono), los turistas siempre han sido cazadores de imágenes icónicas. Hoy, en tiempos de exhibición constante en redes y vómito de hypes, casi todos somos susceptibles de convertirnos en turistas interiores y cazadores de imágenes: de un paisaje, un café, una esquina o un trozo de ciudad icónico que enmarque nuestra propia figura.
La estación de Gran Vía reabrió el pasado 15 de julio después de casi tres años de obras y 825 días de retraso. La reinauguración trajo numerosos detalles en forma de hallazgos arqueológicos pero, sin duda, la mayor de las atenciones se la ha llevado la réplica de la obra de Antonio Palacios que albergó hasta los años setenta del pasado siglo los primeros ascensores de bajada al metropolitano madrileño. Parar un rato frente a la gran puerta nos permite ver las dos ciudades, la de las hormigas y la de los cazadores de imágenes. Gente que va y viene a sus quehaceres; y otra que encuentra el momento para pararse a contemplar la novedad. Muchos, haciendo fotos o dibujándolo, como hemos visto.
Un paseo por la etiqueta #Granvia en Instagram nos hace darnos cuenta de que el templete ya se ha convertido en uno de los atrezzos favoritos para las fotos –con o sin morritos– de muchos usuarios de la red social. En YouTube también empiezan a aparecer vídeos con el templete como objeto de atención.
El periodista especializado en comunicación turística José M. de Pablo, con el ojo bien entrenado en la nómina internacional de iconos turísticos, explica las posibles razones de un éxito que él aún no daría como certificado:
“El templete de Palacios está ubicado en el lugar perfecto, a medio camino entre Sol y Malasaña, para entrar en las listas de lugares instagrameables de la ciudad gracias al 'trabajo' desinteresado de instagramers, tik-tokers, etc, especialmente si les llama la atención a los jóvenes creadores de tendencias. Si esto ocurre, probablemente veremos en breve a los turistas y al resto de población buscar el templete para presumir en redes. Los turistas están saturados de imágenes y siempre queremos fotografiar la novedad”.
A pesar de todo, De Pablo advierte de que aún es pronto para saber si la fiebre icónica es cosa de la novedad o si el granítico objeto se asentará dentro del catálogo de imágenes ineludibles del turismo en la capital.
“Madrid tiene varios atractivos turísticos muy potentes y que funcionan muy bien en redes, es el caso del Palacio de Cristal o las vistas a la Gran Vïa desde azoteas como la del CBA, y son demasiado bellos como para que el templete de Palacios los supere. Pero bueno, lo que ocurre en las redes es siempre un poco irracional, así que a lo mejor ocurre todo lo contrario y los días de gloria del templete se alargan más de lo esperado”.
No hay duda de que, de momento, el templete ha despertado la curiosidad de quienes se lo han topado, aunque no han faltado tampoco quienes se han llevado las manos a la cabeza ante la reconstrucción por considerarla un falso histórico, o han señalado lo paradójico de evocar arquitecturas del metro y de Antonio Palacios de otras épocas –además del templete podemos citar la farola que se recuperará en Cuatro Caminos– a la vez que se destruyen elementos históricos auténticos del mismo autor como las primeras cocheras de Cuatro Caminos. Otros, sin entrar en disquisiciones técnicas, han señalado simplemente que la estructura les parece un pegote o un decorado.
De cara a saber si tenemos, o no, nuevo icono turístico en la Gran Vía, poco importan estas consideraciones estéticas o patrimoniales. Al final, la medida para saber si el nuevo elemento se integra en la vida cotidiana de la ciudad será observar si la frase “¿quedamos en el templete?” se convierte en habitual; y, para saber si termina de convertirse en uno de los grandes iconos turísticos e identitarios de Madrid, habrá que fijarse en cuánta gente posa con el granito de Porriño al fondo.
De momento, todo indica que la recia y noble carcasa del ascensor de la estación de Gran Vía ha venido para disputar la atención a otros iconos de la calle, como los edificios Carrión (el de Schweppes) o de la Telefónica. Si una de las estampas más repetidas por los turistas hasta la fecha ya los situaba debajo del cartel ordinario del metro de Gran Vía, ¿cómo van a resistirse a inmortalizarse delante de una de las puertas más excesivas de un metropolitano?