El pasado viernes, 24 de octubre, se presentó en el Patio Maravillas el libro Indies, hipsters y gafapastas, uno de los ensayos culturales del momento, a tenor de la pasión vertida –a favor y en contra- en las reseñas.
La sala estaba a rebosar. Entre el público hubo rostros reconocibles del mundo de las letras y de la crítica musical, algún hipster con ganas de echarse al autor a la cara y la aristocracia del tejido antagonista madrileño al completo. No faltó quien fue a ver a Nacho Vegas que, junto con el sociólogo y DJ Isidro López, ofició de presentador y escudero del autor. Al final de la presentación hubo un interesante debate en el que, más que de música, se habló Malasaña, de la gentrificación y del momento político.
Victor Lenore, el autor del libro, ha tenido la gentileza de contestarnos unas preguntas.
Víctor, para quien no haya leído aún tu libro, ¿de qué hablamos cuando hablamos de modernos?modernos
Lo que intento explicar en el texto es que muchas veces confundimos modernidad con estar a la última en tendencias de consumo. Si te interesa el sindicalismo, el cierre de los CIEs (Centros de Internamiento de Emigrantes) o la iguladad salarial te pueden ver como un antiguo, mientras que alguien que conoce la última aplicación de Apple o el último grupo que recomienda la web Pitchfork se percibe como muy sofisticado. Hemos comprado la idea despolitizada de la modernidad que nos sirven desde arriba. La Movida, el indie o la cultura hipster no son subculturas de resistencia, sino el reflejo del capitalismo posmoderno.
En Indies, hipsters y gafapastas trabajas mucho el concepto de distinción, en la música, en los gustos, en el consumo... ¿Podrías explicarnos un poco el concepto y cómo determina nuestras vidas? (o las de los hipsters)Indies, hipsters y gafapastasdistinción
Una dinámica básica en el hipsterismo es la alergia a que les consideren “masa” (lo pongo entre comillas porque me parece un concepto elitista). Están condenados a un esfuerzo constante por distinguirse, que se traduce en la obsesión por estar “a la última” en productos culturales. Ellos lo llamarían ser “early adopters”, que suena más “cool” . En el fondo, es el mismo mensaje que la mayoría de los anuncios: “si compras este producto serás alguien especial y diferente de la masa”. Las revistas de tendencias usan la misma lógica, pero con un grupo de música, una serie de HBO o un gadget de Apple. Hay escenas culturales, como el punk, el folk tradicional o la música jamaicana, que fomentan la fraternidad, mientras que la música indie/hipster apuesta por la distinción. Por eso las agencias de publicidad sintonizan con artistas indies como Vampire Weekend, Pixies o Russian Red. En realidad, lo peor del hipsterismo no son sus gustos, sino como la adhesión a cierta estética disuelve los problemas políticos. En las oficinas de una revista hipster, de una editorial moderna o de un festival tipo Primavera Sound no existe la tensión entre trabajadores y jefes porque todos sienten que el eje de lucha no está entre directivos y asalariados sino entre la gente sofisticada (ellos) y la gente que no lo es (por ejemplo, los empleados de Radio Olé). En los casi veinte años que fui hipster no escuché nunca la palabra “sindicato” más que en el telediario. Tampoco escuché la palabra “feminismo”, ya que al creernos “especiales” dábamos esos problemas por resueltos (como si el maltrato y la discriminación laboral fueran cosa de pobres y gente de pueblo). El hipsterismo funciona como una disolución de problemas políticos en posturas estéticas. Es una especie de domesticación política.
Tratas también en profundidad el fenómeno de los festivales musicales. Recientemente, está desembarcando en el centro de la ciudad una versión urbana de los mismos ¿Cómo ves este panorama?
Los festivales son consecuencia de la cultura del evento, un réplica pop del efecto Guggenheim. Muchos ayuntamientos apuestan por eso porque se ha frenado el crecimiento inmobiliario y es una forma de atraer turismo cultural a la ciudad (o bien atraer público al centro desde la periferia). Los festivales hippies de los sesenta y setenta tenían lógicas igualitarias, con precios bajos, sentimiento comunal, actividades políticas en favor de una mayor libertad (desde el uso de marihuana al antimilitarismo o la igualdad racial y de género). Ahora la mayoría de los festivales son eventos empapelados de publicidad para conectar con el segmento juvenil con más poder adquisitivo. Por supuesto, me parece un paso atrás…
En el libro hablas de Malasaña cuando hablas de la gentrificación, vamos a dedicarle un poco de espacio...
Si paseabas por Malasaña en los noventa encontrabas un barrio popular y tirando a simpático, lleno de vida y bares tradicionales. Ahora gran parte de los comercios tienen nombres en inglés y venden productos cool, fashion y caros. Alguna vez, paseando, he tenido la sensación de estar atravesando un cásting para Zoolander 2, la película de Ben Stiller que satiriza el mundo de la moda. La gentrificación no es una dinámica inocente. En el Triángulo de Ballesta hubo una operación inmobiliaria orquestada desde arriba para subir el precio de los alquileres. Se intentó mediante una alianza de ayuntamiento de derechas, diseñadores cool y unos cuantos inversores de las mafias inmobiliarias. Lo peor de la gentrificación no es el aspecto estético, sino la expulsión del barrio de los vecinos más vulnerables. Son dinámicas que explica muy bien el libro La nueva frontera urbana: ciudad revanchista y gentrificación del geógrafo Neil Smith, fallecido recientemente. Vivimos en ciudades donde los ricos tienen todo lo que quieren y los pobres nos conformamos con lo que sobra. Estamos también ante un mecanismo de homogeneización, que hace más parecidos los barrios “creativos” de Nueva York, Berlín y Barcelona, que son aplastados por el rodillo del consumo chic.
Una de las tesis centrales del libro es que la minoría hipster determina los cánones del buen gusto a través de su preponderancia en los medios de comunicación y su posición social. Desde los cafés de Malasaña está sucediendo esto seguro pero ¿Cómo crees que se le vuelve en contra esto al barrio? ¿Determina este “buen gusto” también el de la ciudad?
La posición de Malasaña como barrio “creativo” es muy importante, ya que se asume que lo que pasa allí tiene cierta calidad. En los noventa, ayudé a organizar varios conciertos en la sala Maravillas, que solían tener prensa y eco en revistas especializadas, aunque mirándolo ahora me doy cuenta de que sobre todo traíamos a artistas de segunda fila del undeground británico. El prestigio de lo anglo siempre ha sido muy fuerte en el barrio y creo que es algo que hay que sacudirse para mirar a otros lugares. En ese sentido, me gusta que en el Patio Maravillas se apueste tantas veces por la música africana y jamaicana. O que Siroco tenga una buena programación de electrónica, donde vienen artistas de origen latino como Silent Servant o DJs míticos de las raves autoorganizadas. Por otro lado, no me gusta que se llame Malakids a un festival infantil porque forma parte de ese tic tan paleto de querer que esto parezca Nueva York.
Recuerdo un artículo en PlayGround donde, desde tu propia experiencia, desmitificabas el recuerdo de la Malasaña indie de los años noventa. Yo recuerdo aquella Malasaña como un espectador lejano, pero vivía otro barrio más politizado, más de botellón que de garito, y que tenía sus propias imposturas también ¿Temes que un libro tan sinceramente vivencial pueda dejar fuera paisajes de la ciudad?un artículo en PlayGroundindie
No pretendía que el libro fuera un retrato generacional ni de la ciudad. En los noventa vivía en Villaviciosa de Odón, uno de los pueblos más pijos de Madrid. Era el aburrimiento máximo. La alcaldesa no quería un tren que conectase con Móstoles porque tenía que el pueblo se llenase de macarras. Hay mucho clasismo en los pueblos ricos de Madrid. Para alguien que viene de un sitio así Malasaña es muy contracultural, pero luego con el tiempo te das cuenta de que más bien representa un reflejo de cierto espíritu underground que suena elitista y caduco. Mi impresión de forastero es que el barrio necesita una reflexión cultural para hacerlo más abierto, empático y popular.
Continuando un poco con las distintas ciudades que se superponen en Malasaña. Aquí el Ayuntamiento prohibió hace años las fiestas del Dos de Mayo, y la gente de El Patio, de las AMPAS y de la asociación de vecinos, empezó a hacer unas fiestas autogestionadas que son pequeño orgullo del barrio. Con los años, se han ido incorporando comerciantes a la organización, y entre el público asistente se aprecia cierto ambiente hipster, sin con ello haber dejado de tener contenido político ¿Es posible la politización del hipster o dejaría entonces de ser hipster?
El hipsterismo, desde los años noventa hasta 2011, fue sobre todo una burbuja estética. Ahora la cosa ha cambiado para mejor y se reconoce la importancia de lo político. Eso es una victoria para todos, ya que dar la espalda a la dimensión colectiva y las relaciones comunitarias hace nuestras vidas mucho más pobres. Por supuesto que un hipster se puede politizar: es el caso de Nacho Vegas, de programas de radio como Carne Cruda y de muchos otros hipsters (yo entre ellos). Me alegra que ahora mismo escuchar música “moderna” no sea incompatible con tener una posición política igualitaria. Mi opinión personal es que la música hipster se basa en valores individualistas, narcisistas y mitómanos, por lo que no fomenta la sintonía con procesos colectivos.
Hablando de El Patio, presentaste el libro allí, y ya sabes que el Centro Social se encuentra en un proceso de desalojo ¿Qué crees que supondría la pérdida de este proyecto para Madrid?
Desde la instituciones, nos venden que la solución para el sector cultural está en el emprendizaje, pero es un emprendizaje exclusivamente individual. Cuando alguien propone un emprendizaje colectivo, caso de El Patio, se contesta con desalojos y represión policial. Ahí el ayuntamiento muestra su cara más inhumana y neoliberal. Si Madrid va a mejorar será a partir de proyectos que se parezcan mucho al Patio: inclusivos, antirracistas, colectivos y conscientes de los problemas públicos.
Para terminar ¿Alguna receta para pensar Malasaña desde fuera de la mirada de un varón blanco de clase media?
No hay que pedir perdón por haber nacido hombre, blanco y de clase media. Lo que sí veo necesario es cuestionar esos privilegios. Creo que el barrio mejoraría con precios más bajos, políticas públicas de defensa a los vecinos más vulnerables y alguien que prohiba los carteles en inglés para ponerlos en cristiano.