La noche prometía ser mágica. Después de haber recorrido buena parte de la ciudad durante el día, subirse a uno de los autobuses navideños que circulan por la capital era la excusa perfecta para ver el alumbrado de las calles desde la comodidad de un asiento. Además, en un fin de semana marcado por las aglomeraciones, subirse al Naviluz parecía la opción más inteligente para evitar agobios innecesarios. La cita estaba prevista para el sábado 30 de noviembre a las 21.40, la franja horaria en la que los billetes son más baratos (ocho euros, dos menos que en hora punta). Sin embargo, esa noche lo barato terminó saliendo caro.
Con las entradas reservadas varias semanas antes, la gente comenzó a llegar al punto de encuentro, la parada de la calle Felipe IV, frente al Hotel Ritz. Todo el mundo tenía grandes expectativas. “Estoy emocionada y todavía no hemos subido”, comentaba una mujer que esperaba su turno. Pero la ilusión se derrumbó rápidamente cuando las personas encargadas de organizar a los pasajeros informaron de que los autobuses circulaban con más de una hora de retraso.
Eran las 21.40 y estaban subiendo al Naviluz las personas que habían comprado billetes para las 20.15. “Esto es una vergüenza”, se escuchaba entre el gentío. Niños, mayores y personas con movilidad reducida llevaban esperando una hora y media en la calle, con frío y sin ninguna explicación por parte del personal. Muchos de ellos habían venido a pasar el fin de semana a Madrid y específicamente a ver las luces. Conforme transcurrían los minutos la tensión era cada vez más palpable en el ambiente.
Muchas personas decidieron abandonar e irse a casa antes de que su bus llegara a la parada: “Ya me darán las explicaciones necesarias cuando envíe mi reclamación”. Eran más de las 22.00 horas y todavía quedaban nueve viajes por salir. Según comentaban algunos de los trabajadores los retrasos se habían producido por el corte de algunas calles debido a la manifestación de bomberos que había tenido lugar esa misma tarde. Sin embargo, nadie había avisado a los pasajeros de esos retrasos que se estaban produciendo y tampoco brindaban ninguna solución más que esperar.
La situación se complicó aún más cuando alrededor de las 22.30 llegó un autobús que, en un intento por despejar la creciente multitud de pasajeros en la calle, permitió que la gente subiera sin respetar los horarios ni las reservas. Este gesto, lejos de solucionar el problema, desató un auténtico caos.
Los pasajeros, muchos de ellos ya desesperados por la larga espera, se apresuraron a ocupar los asientos disponibles, independientemente de si les correspondían o no. Esto provocó discusiones entre los usuarios por no poder hacer uso de sus plazas reservadas. El personal encargado, que se encontraba visiblemente desbordado, no supo cómo gestionar la situación y en lugar de calmar los ánimos se resignaron al descontrol.
Como es lógico, las quejas por parte de aquellos que no pudieron subir al autobús que les habían asignado previamente no tardaron en llegar. “Llevamos esperando casi dos horas y ahora llegan los listos de turno y nos quitan nuestros asientos”, criticaba una de las afectadas. Los autobuses llegaban, pero la acera no terminaba de despejarse.
A las 22.45 llegó por fin llegó el Naviluz que correspondía a los pasajeros del turno de las 21.40. Más de una hora tarde. Los autobuses navideños tienen capacidad para 61 personas (algunos para 53) y pese a que los billetes estaban agotados, había plazas libres. Muchos ya habían desistido antes de que llegase su turno y el ambiente más que de celebración era tenso y cortado.
Un recorrido decepcionante
El autobús navideño arrancó a las 22.50. “No me creo que lo hayamos conseguido”, decía una de las pasajeras. Sin embargo, la experiencia no mejoró una vez comenzó el viaje. Lo que debería haber sido un recorrido de 50 minutos por las principales calles iluminadas de Madrid se redujo a apenas 25. El paseo, que hace parada en los enclaves más destacados de la decoración navideña madrileña, quedó reducido a la mitad dejando a los pasajeros aún más insatisfechos de lo que ya estaban.
Arrancó en la calle Felipe IV y la primera estampa navideña que hizo su aparición en el recorrido fue la Puerta de Alcalá con su tradicional belén de luces. Las muestras de asombro por parte de adultos y pequeños comenzaban a ser notables. “Mira las luces mamá”, gritaba un niño a su madre. Continuó por Velázquez y Serrano con sus cielos estrellados y los numeros diseños de cadenetas colgantes.
Los pocos niños que iban a bordo se encontraban totalmente prendados por el alumbrado que sobrevolaba sus cabezas. Aunque la velocidad a la que circulaba el autobús no permitía fijarse lo suficiente en los detalles. Este aspecto cobró especial importancia en los puntos en los que se concentraban mayor cantidad de árboles a los lados de la calzada. Las ramas consiguieron alcanzar varias veces las cabezas de los pasajeros y, lo que al principio parecía hasta divertido, podría haber terminado en una desgracia.
Temeridades aparte, el autobús ya iba a la altura de la plaza de Colón, donde esperaba su ángel gigante, cuando no habían pasado ni diez minutos. Para eso momento todavía quedaba por recorrer Cibeles, Gran Vía, Neptuno y otros cuantos puntos del alumbrado más. Los pasajeros se encontraban tan ensimismados con el paseo que ni siquiera eran conscientes del tiempo que les quedaba a bordo.
Al llegar a la esquina de Gran Vía con Alcalá les esperaba uno de los grandes atractivos del tour: el enorme belén que en años anteriores había formado parte de la iluminación de Colón. El nacimiento marcó el inicio de los problemas en el recorrido, por si no habían sido ya suficientes. Gran Vía se encontraba completamente abarrotada. Esto provocó que el autobús tardase algunos minutos más de los estipulados en recorrer la calle. Por ello, al llegar a la calle Alcalá de nuevo el conductor decidió pisar el acelerador. A partir de ese momento el recorrido se convirtió en una carrera. Por no hablar del frío, un hándicap que muchos de los usuarios no tienen en cuenta y puede costar un catarro a más de uno ya que el autobús no cuenta con calefacción.
Los pasajeros comenzaron a quejarse: “No hemos pagado ocho euros por billete para ver las calles a la velocidad de la luz y congelados. Esto es un timo”, murmuraba un hombre. Ocho euros por viajero -diez en hora punta- que van directos a Alsa, la empresa que desde hace unos cuantos años gestiona el servicio que previamente era municipal y que también gestiona los autobuses turísticos City Tour, que circulaban sin incidencias esa misma tarde.
El autobús hizo su último giro en Cibeles para dirigirse a su punto de partida. Ya quedaban pocos puntos del alumbrado por ver: la menina del Paseo del Prado y las cadenetas entre Cibeles y Neptuno. Antes de llegar a la parada final, algunos viajeros comenzaron a bajar al piso inferior, hartos de pasar frío.
Al finalizar el trayecto y mirar sus relojes todos quedaron sorprendidos. Eran las 23.15. El autobús no había circulado ni 25 minutos, la mitad de lo que el servicio navideño promete en su página web. “Deberíamos poner todos una queja colectiva”, sentenciaba una mujer mientras abandonaba el Naviluz. Los trabajadores no fueron capaces de dar ningún tipo de explicación. Alsa, por su parte, no ha ofrecido bonificación alguna a los pasajeros que han reclamado el importe de sus billetes y únicamente se ha ceñido a pedir disculpas, algo que después de lo vivido a bordo del Naviluz parece insuficiente.