Servando Rocha intenta salir andando en línea recta de la ciudad en su último libro, una geografía secreta de Madrid

Para empezar el artículo sobre De fuego cercada. Geografía secreta de Madrid, del escritor Servando Rocha –alma mater de la editorial La Felguera, aunque esta vez publique con Alianza– me he visto impelido a acercarme a la calle de la Cruz.

Esta vía, situada detrás de la Puerta del Sol, es el punto de partida del viaje exploratorio del propio Rocha tras los pasos de José Ribalta, un enigmático oculista flâneur de principios del siglo XX, cuyos pasos se perdieron para siempre mientras salía andando de la ciudad. En la misma calle de la Cruz residió también el explorador Henry Morton Stanley y desde allí partió hacia un viaje que le llevará a pronunciar la frase con la que ha pasado a la historia: “¿El doctor Livingstone, supongo?”. Como no podía ser de otra manera, desde esa trasera de Sol empezamos el viaje los lectores de Servando Rocha a través de una historia caprichosa y heterodoxa de la ciudad.

Hoy, la calle de la Cruz nos sigue hablando de cómo era aquella ciudad movediza con la que dialoga el autor. Las huellas del turismo en la capital se dejan sentir en forma de hostales cutrones cuyos nombres se visten de sonoridad inglesa, tablaos flamencos que han sustituido sus carteles castizos por pantallas, tiendas de licores para guiris borrachos y una lavandría con consigna de maletas para los airbnb. Elementos que conviven con tascas clásicas y una tienda de capas españolas en un ejemplo perfecto de cómo el centro de Madrid nunca podrá llegar a ser el escenario limpio que le gustaría a los touroperadores globales.

El camino de Ribalta, que tratará de reproducir Rocha, es una senda hacia el norte en línea recta, en busca de las puertas informales de la ciudad. ¿Se podía salir de Madrid andando en 1916? ¿Sigue siendo posible hoy? La respuesta, en el libro, habla de caminar sobre otros Madrid desaparecidos que, de una u otra forma, siguen estando presentes. La ciudad bajo los pies de Ribalta era una urbe en pleno proceso de modernización, huyendo del Madrid de Mesonero Romanos. La de 2024 también muta a gran velocidad, se gentrifica y demuele los contornos humanos que lo hacen reconocible.

La mirada –a través de la metáfora del oftalmólogo a la deriva– es la clave. La misma que aplican otros parientes literarios que escriben sobre la ciudad, como el psicogeógrafo Iain Sinclair, a quien Rocha acude como inspiración e incluso convierte en uno de los muchos personajes reales que surcan el libro.

De fuego cercado se presentó en la librería Rafael Alberti el pasado martes. Estaba anunciada la presencia del grupo Biznaga pero a última hora les llamaron para grabar en La Resistencia. Los músicos no se sentaron junto al escritor durante la presentación y el chascarrillo se hizo ineludible, “primero Pablo Motos le robó el entrevistado a Broncano y ahora este a nosotros a Biznaga”, dijo en broma el autor al comienzo de la presentación.

Aún así, el estribillo contundente de su Madrid nos pertenece flotaba en el ambiente de una librería abarrotada a través del subtexto rebelde del libro. Es obvio que los mimbres del relato estaban muy presentes en la cabeza de Rocha cuando pronunciaba su sonado discurso durante la presentación de la última Noche de los libros frente al consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid. Como en De fuego cercada, allí se habló de los Baroja y Carrere, de que “Madrid es hoy una ciudad poblada de fantasmas” y una urbe construida sobre los muertos, que en aquel discurso cobraban la forma numérica 7.291.

Rocha ha estudiado a los noctámbulos de la bohemia -y la golfemia- madrileña, los ha reconocido como parientes lejanos y se ha dado cuenta de que apenas salieron del centro de Madrid. A él le sucede algo parecido, en realidad: dedica más de la mitad del grueso volumen a escapar de los contornos de la Puerta del Sol que tanto le fascina (Puerto del Sol, le dice). Cruzar la Gran Vía es para Rocha-Ribalta como atravesar un océano.

Llegado a la otra orilla, caminan decididamente hacia el norte en busca de la salida de la ciudad, siguiendo el curso de antiguos arroyos subterráneos, cruzándose con buques varados y pisando el suelo edificado sobre antiguos cementerios. “Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son”, el lema del viejo Madrid se extiende hacia el extrarradio.

El narrador comparte parte del camino con zahoríes, con los que conversa sobre el territorio. En el centro le habían interesado especialmente las voces de extranjeros perdidos circunstancialmente en Madrid (Stanley, Clifford, Dumas, Edmundo de Amicis, Aleister Crowley, Trotsky, Tristan Tzara…). Fuera del viejo Madrid, en cambio, pasea con vecinos como Virginia Mayalde, bisnieta de un enterrador en Chamberí; el fotógrafo García-Alix, con estudio en Tetuán; o el viejo constructor de bicis okupa de La Ventilla, Perucha, que ha construido un barco en el interior de su local para evitar que lo desahucien.

No sería honesto obviar que mi nombre aparece también entre las páginas de De fuego cercada. Durante las horas que compartí camino con Servando, entre Tetuán y Fuencarral, conocí lo que eran los caminos del deseo, esas sendas informales formadas por la erosión de los zapatos o las pezuñas de los animales sobre la hierba. Una suerte de planificación espontánea, del pueblo, que contribuye al diseño invisible de la ciudad y se convierte en el sistema nervioso del libro.

“Madrid es una ciudad acogedora...para los inadaptados”. Con esta aseveración terminaba Servando Rocha su presentación en la Rafael Alberti que, como en las buenas historias, tuvo un final inesperado. Cuando el autor llevaba un rato firmando libros, ¡llegaron los Biznaga con sus instrumentos!