Ateneo de saberes: rescatar los oficios artesanos que subsisten en un Madrid que los ahoga

Uno de los primeros capítulos del podcast Ateneo de saberes –que se emite online y en Radio Almenara– trata sobre un artesano en cuyo local figura el letrero Artista multimedia. Entonces, el oyente puede pensar, ¿artesano un multimedia? ¿No estaremos ante una metáfora hípster de última hora? Pues no. José de Diego es un artesano polifacético, que usa distintos materiales y toca muchos palos (de ahí el apelativo). Un octogenario que es, además, artesano reparador de camas antiguas, de aquellas metálicas que quizá conservas en la casa familiar del pueblo y que a veces precisaban de un punto de soldadura. En el resto de los capítulos del podcast nos sumergimos en charlas cotidianas con un ebanista, un tallador de cristal, un relojero, un carbonero, un guarnicionero o un trapero y cisquero, entre muchos otros artesanos que desarrollan o han desarrollado su trabajo en el distrito de Tetuán.

Eduardo y Jesús empezaron a interesarse por el conocimiento de los saberes populares en la época del 15M. Fantaseaban entonces con la idea de montar una escuela de oficios artesanos, con su local y todo. Finalmente, han decidido llevar a cabo un podcast y una web sobre el tema, un proyecto abordable que, como veremos, se está convirtiendo en un fondo antopológico de gran utilidad para entender la historia y la actualidad de los distintos oficios artesanos que, a duras penas, subsisten en Madrid.

Y necesitaban un espacio. Vecinos como son de los cercanos barrios del Pilar y de Chamartín, solían quedar en Tetuán, territorio intermedio, y se dieron cuenta de que era un buen lugar para emprender su aventura. Así que se compraron una grabadora y se lanzaron a la calle. De la idea inicial queda, en el nombre y en el espíritu que los mueve, la inspiración de los viejos ateneos, centros de cultura popular en los barrios, muchos de ellos de orientación libertaria.

Consideran que su labor es un quehacer arqueológico de un patrimonio inmaterial y humano, oculto a veces tras las puertas de locales aparentemente cerrados y hasta sin letreros que los expliquen, a los que solo se accede teniendo muy abiertos los ojos y hablando con los vecinos. “Queremos dejar un registro de carácter antropológico y sociológico, pero el propósito también es el puro placer de hacerlo”, cuentan. Quedamos con ellos para que nos explicaran su trabajo en un bar de Bravo Murillo y mantuvimos una larga charla frente a la grabadora, con el mismo modus operandi que ellos llevan a cabo cuando llaman a la puerta de los talleres escondidos en las calles secundarias de Tetuán.

Aunque al principio albergaban dudas sobre su capacidad para encontrar los pocos talleres artesanos que aun perviven, llevan ya dieciocho entrevistas publicadas –y muchas más grabadas– en solo seis meses. Comenzaron la búsqueda preguntando en asociaciones del barrio, con pocos resultados, y se dieron cuenta que tendrían que patearse la calle sin descanso. Se encontraron con muchos talleres que habían echado ya la persiana, pero, pronto, dieron con una senda de artesanos en Tetuán, cada vez más desvaída entre las formas de la ciudad actual.

“Nos está costando cada vez menos encontrar artesanos para entrevistar porque la producción artesana era realmente una red económica pero también de relaciones sociales y personales. Normalmente son gente muy mayor porque es un tipo de vida que está desapareciendo, pero aun así cada uno con el que hablamos nos pone en contacto con otros artesanos con los que trabajaban. Por ejemplo, el ebanista colaboraba con un guarnicionero, y todo esto estaba dentro de los límites del propio barrio, a mano.”

En su camino de indagación, a menudo, se encuentran con situaciones tristes asociadas a talleres cerrados. A veces han localizado a los artesanos retirados para entrevistarlos, “aunque es difícil, intentamos al menos dejar registro fotográfico de lo que queda allí, lo llamamos cápsulas digitales”, explican. Afortunadamente, a veces han llegado “justo a tiempo”, como ocurrió con un tallador de cristal, a cuyo taller arribaron apenas una semana antes de que echara el cierre.

“Pasear por el barrio y ver esos letreros en locales hoy cerrados hace ver lo que era antes, un lugar de artesanos y clase obrera. A partir de los años cincuenta esos talleres eran la economía del barrio. Por ejemplo, el grabador de cristal del que te hablamos tiene el negocio arriba y debajo un taller en el que pudieron trabajar del orden de quince o veinte personas”.

El viaje de Jesús y Eduardo también es, en cierto modo, un trabajo de reconstrucción del cambio de la ciudad. Por ejemplo, en las entrevistas con un ebanista que tenía su taller en la Avenida de Asturias, o con un soldador, las conversaciones los llevaron a través de la desaparición de lo que fue la Ventilla histórica, los realojos de vecinos, comerciantes y artesanos; a analizar la estructura urbana de talleres-vivienda, y hasta por la autoconstrucción que tan habitual fuera en el extrarradio madrileño. La historia de estos oficios en peligro de extinción está adherida a la de un modelo de ciudad y de barrios que también han dejado de existir. Con el guarnicionero sillero, que hacía monturas de caballo, escuchamos el sonido de una ciudad que aún se movía con motores de sangre, lejos de las calles colapsadas por el tráfico automovilístico de hoy.

También aparecen, de repente, las relaciones históricas de Tetuán con otros lugares, que quedan explicadas en la entrevista con un carbonero, que trabajaba con maderas traídas de El Pardo, “o el restaurador de camas antiguas, que nos decía que era del pueblo, y cuándo le preguntamos de qué pueblo nos respondía, pues de aquí, de Chamartín de la Rosa” [la población absorbida por Madrid en 1948 a la que pertenecía parte del actual Tetuán].

“Muchos de estos artesanos están jubilados, pero siguen acudiendo a trabajar mientras el cuerpo aguante”, nos cuentan. Es el caso de José, el carpintero de 88 años al que han entrevistado, cuyo hijo ha continuado el negocio en otro local del barrio. Historias como las de este carpintero personifican el tesón de hombres y mujeres que, probablemente, saben que no tienen a quien entregar el testigo de sus saberes y por ello continúan cultivándolos. “En muchos de los talleres a los que vamos, tienen fotos de sus padres o de sus abuelos”, explican nuestros interlocutores.

La respuesta a los capítulos de Ateneo de Saberes ha sido también una grata sorpresa para Jesús y Eduardo, pues cada una de ellas ha cobrado vida propia después. Por ejemplo, tras la emisión del episodio sobre el taller de los guitarreros Ramírez, como este tiene fama internacional, tuvieron escuchas de todas partes del planeta. “Este es un ejemplo de actividad artesana con presente y futuro –explican– lo que no sucede con otros porque acaban estrangulados por todos sitios, incluso a nivel administrativo, porque el Ayuntamiento no deja abrir nuevos talleres y las licencias expiran al jubilarse quienes están allí; esto se junta a los costes de mano de obra –el modelo de aprendices con salarios tan bajos es ya impensable– y la falta de recambio generacional”.

Ateneo de Saberes no solo preserva realidades que palidecen ante nuestros ojos, también nos da a conocer muchas que ya desconocemos por completo. En los prólogos a las entrevistas, Jesús y Eduardo nos ponen en contexto y aparecen campos semánticos de herramientas u oficios artesanos increíblemente especializados que nunca antes escuchamos.

“Me impresionó mucho, por ejemplo, entrar al taller del grabador de vidrio a punto de cerrar en la calle Federico Rubio y Galí, porque es un oficio que ya no existe y que fue importante. En los ajuares, los objetos llevaban tallados nombres o fechas. Bajamos allí abajo y vimos abandonado un taller lleno de tornos, pulidoras de vidrio…un espacio muy grande, con cinco o seis máquinas en cada lado; una pequeña fábrica de la que vivían muchas familias, y tenías la sensación de estar en un lugar donde el tiempo se había parado”, nos cuenta Jesús. “Algo parecido me sucedió al entrar en la carbonería, era como viajar a un Madrid lleno de chimeneas, donde la gente reutilizaba el carbón –la carbonilla–, con inviernos muy fríos”, añade Eduardo.

Volviendo a la idea original del Ateneo de Saberes, Jesús y Eduardo cuentan que la experiencia de campo hecha para preparar su podcast les reafirma en el interés que tendría hacer una escuela de oficios que contara con la participación de los artesanos en activo y jubilados, y creen que Tetuán sería aún un buen sitio para llevarla a cabo. “Pero tendría que hacerse desde lo público”.