Vivo en una ZBS (Zona Básica de Salud) confinada, General Moscardó, en el distrito de Tetuán. Esta declaración inicial viene al caso porque este es un artículo en primera persona. Un recuento del último mes de este vecino-periodista en busca de comprender el funcionamiento de facto de los confinamientos perimetrales, piedra angular de la Comunidad de Madrid en su estrategia en la lucha contra el Covid.
La zona de General Moscardó, en el barrio de Cuatro Caminos, está limitada más o menos por la calle Raimundo Fernández Villaverde al sur, Bravo Murillo al oeste, la Castellana al este y la calle Ávila y la avenida General Perón al norte. Su confinamiento –el nuestro– comenzó el pasado 28 de diciembre con una incidencia acumulada de 405 casos por cada 100.000 habitantes. Casi un mes después, la zona tiene una incidencia acumulada de 796 y el resto del ZBS del distrito también han disparado sus méritos, que están hoy por encima de la cifra de contagios que en el mes de diciembre sirvió para decretar el cierre perimetral de la mía.
Durante estos últimos 28 días, a veces me sorprendo preguntándome con curiosidad adónde van las personas que me encuentro por la calle. ¿Viven todos dentro de nuestra jaula invisible de calles? ¿Vienen o van a realizar actividades laborales o de fuerza mayor? Ayer me fijé en unos poemas que alguien ha pintado hace poco sobre un par de paredes, ¿estaría el escritor desarrollando su pulsión literaria dentro del ámbito de la legalidad? En el descampado de los perros, en la calle de Tiziano, están de moda los perrazos y me sé de alguno que viene con su dueño allende las calles permitidas, sin que a nadie en el vecindario extrañe su presencia.
El transcurrir de las calles alrededor de mi casa no es muy diferente estos días del de este invierno extraño que estábamos atravesando ya antes del cierre. El fluir constante de la calle Bravo Murillo, que limita el área por el oeste, es imparable, pero tampoco en el resto de las vías es apreciable el antes y el después. El Mercado de Maravillas está dentro de la zona y hay diferentes comercios, por lo que tampoco mis hábitos alrededor de la cesta de la compra han cambiado. Esta mañana, eso sí, tuve que saltar la línea imaginaria para comprar comida para las tortuga y algunas veces olvido el cierre anticipado de los negocios y me quedo sin coca-cola para la cena. Me muevo por Madrid porque voy a trabajar y a llevar a los niños al colegio, que está en otra ZBS. En todo este tiempo, he recibido un SMS para hacer las pruebas de antígenos y, recientemente, un par de recordatorios de mi condición de confinado. Poco más que añadir al recuento.
Una de las diferencias más significativas de vivir en una ZBS confinada es que los parques infantiles están cerrados. El barrio de Cuatro Caminos no tiene, prácticamente. Normalmente, íbamos a la Dehesa de la Villa o cruzábamos al bulevar de la calle General Perón (que cae en la acera hoy prohibida de la calle); ocasionalmente, a la Plaza del Poeta Leopoldo de Luis (en Bellas Vistas) o a los espacios abiertos y parques de AZCA. Aunque nos quedan algo a desmano, estos últimos quedarían dentro de la ZBS confinada… de nos ser porque se ha indultado la zona de oficinas y de El Corte Inglés (aunque, ya sea por desdén o por descaro, no desprecintaron las áreas infantiles y de gimnasia para adultos).
Como la percepción de un solo hombre no vale mucho, pregunto a mi vecina Esther por su experiencia, y su mes se parece bastante al mío. Advierto que he preguntado a otros vecinos y vecinas también: no reproduzco sus palabras porque todos nuestros meses se parecen.
Dice Esther: “en este mes confinada, la vida en nuestra casa no ha cambiado nada con respecto a los meses anteriores. Hemos salido y entrado del área confinada sin ningún problema, con la única sensación de que el confinamiento es más voluntario que otra cosa y que la vida de la calle no ha variado un ápice. Sigue habiendo las mismas colas en las mismas tiendas de siempre, el movimiento de vehículos no ha bajado y las calles han estado llenas de gente como antes del confinamiento zonal. No sé cómo están gestionando esto desde la administración, pero desde luego, bajo mi punto de vista, solo funciona, o no, el sentido común de los que estamos afectados”.
Tiro de teléfono. Pienso que, quizá, mi percepción es demasiado superficial y decido llamar a Javier Segura del Pozo, médico, salubrista y epidemiólogo, que fue además miembro del Comité técnico de la desescalada entre mayo y junio de 2020.
Javier me cuenta que los profesionales aún están esperando un estudio de la CAM que demuestre científicamente que los confinamientos perimetrales tienen efecto sobre la mejoría de nuestra salud, “sobre todo en zonas densamente pobladas”. Datos. Heurística. La sensación de Javier es que su puesta en funcionamiento coincidió con una bajada general de la incidencia que ya se había iniciado, “no hubo decalaje, lo normal es que la bajada, si hubiera estado ocasionada significativamente por los cierres, hubiera tardado más. Pensábamos entonces que sí podrían haber tenido un efecto luego por el autocontrol de la gente, en todo caso”.
Los profesionales aún esperan un estudio que demuestre que los confinamientos tienen efecto
La opinión de Javier coincide con la de otros expertos. Javier Padilla, Pedro Gullón y Mario Fontán han hecho un estudio comparando la tendencia de zonas confinadas con otras altamente afectadas, pero no confinadas, y no han hallado ninguna tendencia atribuible a los confinamientos.
La hipótesis de Javier Segura, a la vista de los datos de movilidad del Ministerio de Transporte y de que la anterior bajada fue hacia el 15 de septiembre, es que pudo influir el final del periodo vacacional, con el cambio de los patrones de sociabilidad y la vuelta “a la normalidad”.
“En cuanto a los cierres perimetrales son un es como si. Para que los confinamientos perimetrales tengan sentido deben darse una serie de condiciones que no se cumplen. Que la diferencia de casos entre la zona confinada y las de alrededor sea significativamente mayor; que, una vez se haga, se lleve a cabo en serio, no con un sinfín de excepciones. Madrid es una ciudad especialmente porosa, con una distribución norte-sur de los trabajos y los cuidados acusada y el porcentaje de personas que trabajan en las inmediaciones de su casa es bajo. Si a esto le añades que no hay muchos controles, llegamos a la conclusión de que los confinamientos han sido un estado mental, un MacGuffin para que parezca que se está haciendo algo y una proyección de una radicalidad que no es tal”.
¿Es cierto que no hay muchos controles? Volvemos a la parte vivencial del artículo. Por razones de trabajo periodístico, tuve que estar atento a los controles en las dos ZBS confinadas en el distrito de Tetuán con anterioridad, las de Infanta Mercedes y Villaamil. Ya entonces, los controles eran escasos, concentrados en algunos puntos y prácticamente solo lo fines de semana. Solo para coches.
La tónica durante el último mes en la ZBS de General Moscardó ha seguido la misma línea. La mayoría de los pocos controles que he presenciado se han producido en un curioso punto ciego de la cartografía pandémica. El límite entre las zonas de Infanta Mercedes y General Moscardó dibuja una extraña península en la calle de Dulcinea que hace muy confuso saber de qué lado caen las aceras de la calle. Pues bien, es esta vía la que ha sido frecuentemente elegida para hacer controles aleatorios a los coches. Consultados otros vecinos y vecinas por su experiencia, coinciden en la escasez de controles y, en todo caso, después del día de la nevada estos parecen haber desaparecido definitivamente.
Pero lo mismo cambia la cosa. Simultáneamente a mi teclear, hemos sabido que el Ayuntamiento de Madrid va a poner en marcha este lunes un nuevo plan con 56 puntos de control en las zonas confinadas, con el concurso de la Policía Municipal y el uso de drones. El anuncio llega seis meses después de la puesta en marcha de los confinamientos por zonas básicas de salud.
Y, ¿qué pasa con el ocio? Sabemos que los negocios de hostelería son espacios centrales de sociabilidad y, especialmente sus espacios cerrados, están en el punto de mira por razones obvias. El barrio de Cuatro Caminos tiene bares, pero no es una zona de moda donde los establecimientos estén particularmente masificados. Hay terrazas también, aquí y allá, aunque, sobre todo en las calles estrechas adyacentes a Bravo Murillo, no abundan. El aspecto de los bares, hoy en día, es más o menos el que solía presentar antes del cierre: el Covid ha hecho que menos vecinos bajen al bar y no se ven muchas reuniones post-laborales los viernes, como ya sucedía antes del 28 de diciembre.
El documento de Actuaciones de repuesta coordinada para el control de la transmisión de COVID-19, del Consejo Interterritorial, ofrece recomendaciones estandarizadas a los distintos territorios, clasificando las actividades por su riesgo. Madrid está hace tiempo en el Nivel 4 y sigue con las medidas recomendadas para lugares cerrados y negocios de hostelería del Nivel 2.
El final del confinamiento en nuestra Zona Básica de Salud no se vislumbra. Los vecinos nos encomendamos a la tregua social ocasionada por la resaca de hielo de Filomena para que la curva empiece a achatarse; también a la responsabilidad individual y a las medidas planificadas por las autoridades, claro. La semana pasada, en la cola de la panadería una vecina charlaba conmigo: “Hijo, siempre se me olvida que estamos confinados”. Pues eso.