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El valor patrimonial y la protección del caserío original de Tetuán: un debate que no puede esperar más

Luis de la Cruz

10 de noviembre de 2020 00:17 h

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El pasado 1 de octubre, un tuit de Mariano Fuentes, concejal de Ciudadanos y Delegado del Área de Desarrollo Urbano de Madrid, desató una fuente polémica en la red social. Su mensaje rezaba: “Avanzamos con nuestro Plan AntiOkupas, esta vez en el Paseo de la Dirección, demoliendo un edificio íntegramente una vez desoKupado. Aviso: Madrid no es ciudad para Okupas #StopOkupas

El derribo del edificio, que se produjo en el contexto del Plan de Planeamiento del Paseo de la Dirección, causó bastante revuelo por diferentes razones, una de ellas por el valor patrimonial de los viejos edificios de ladrillo, típicos de Tetuán y otras zonas de desarrollo coetáneo (como Puente de Vallecas, Prosperidad, o Carabanchel, estre otras). Sin embargo, para los vecinos de estas áreas no es ninguna novedad que esta arquitectura apreciable sea pasto del abandono y la piqueta.

A propósito del valor patrimonial e histórico del caserío típico de Tetuán, y para introducir el debate sobre su valor patrimonial, hemos hablado con dos vecinos, arquitecto e historiador respectivamente, que trabajan sobre el terreno.

Miguel Díaz es tetuanero militante y militante tetuanero en el ámbito del urbanismo. Además de arquitecto. Al preguntarle sobre el valor patrimonial de las casas populares y obreras de Tetuán, Miguel habla de “un conjunto de patrimonios” antes que de uno solo, que trasciende el imaginario de la casa baja, tantos años adherido al distrito:

“Si hablamos de patrimonio, creo que hay que ir un poco más allá de las casas bajas, para comprender el contexto de estas viviendas, alejado de cualquier ideal de vivienda unifamiliar contemporánea como para descubrir un patrimonio diverso y por tanto rico, de ahí su valor. Tetuán, junto Puente de Vallecas, Carabanchel, Prosperidad, etc., constituyen las periferias históricas, y comparten elementos comunes: situación al borde del ensanche, crecimiento sin planificación, bastante denso, por tanto con pocos equipamientos, especialmente de espacios libres o verdes. Y por supuesto, con una profunda razón de ser obrera, tanto como lugar de residencia y acogida para trabajadoras como asentamiento de pequeñas industrias, talleres, almacenes, etc. Luego, aquí entra la memoria del trabajo, de las migraciones, de las luchas por derechos, servicios, equipamientos, etc.

Se trata, nos cuenta el arquitecto y vecino, de un patrimonio de difícil comprensión “presente en testimonios, fotografías, prensa o literatura pero frágil, volviendo al caserío, por su sustitución silenciosa pero continua”.

 En relación con las políticas urbanísticas de conservación del caserío de Tetuán (y de otros distritos con una historia paralela en Madrid), Miguel es claro:

 “No existe ninguna figura de protección para las construcciones asociadas a los orígenes del distrito. Tampoco encontramos un valor actual que anime a su conservación o mantenimiento, son solares edificables en base a la NZ-4 [Edificación en manzana cerrada]. Aun pudiendo entrar en generalizaciones, cada vivienda histórica que veamos, podemos encontrarnos un montón de ladrillos al verano siguiente. Considero que hay que entender a sus propietarios históricos, que en un buen número de operaciones hacen una permuta por una nueva vivienda a cambio de su propiedad. Otras situaciones, como la reciente demolición en Valdeacederas, hay que ponerlas en el contexto del ”Área de Planeamiento Remitido 06.02 Paseo de la Dirección“.

No obstante, no se muestra muy optimista respecto de la utilidad de una inclusión de las viviendas en el catálogo de urbanismo, aunque, precisa que “si se protegiera un buen número de viviendas populares, sería un punto de partida por el reconocimiento, podría generar mayor atención sobre riesgos de desaparición y espero abriera un debate muy necesario sobre qué son las periferias históricas. Pero si se va a proteger, habría que acompañarlo de intervenciones de mejora y equiparación en espacios y servicios públicos, además de ofrecer estímulos que faciliten la actualización de estas viviendas, que sean atractivas para sus propietarios, no solo una pieza sujeta al cumplimiento de normativas seguramente poco adaptadas a una vivienda obrera. No nos engañemos, muchas de estas viviendas, no pasarían hoy de ser infraviviendas. Cometeremos un error si se musealizan sin más explicación cuál yacimiento arqueológico”.

 Lo que el arquitecto reclama es superar el concepto de protección a modo de “chinchetas en un mapa” para ir hacia “un plan específico para las periferias históricas, orientado a proteger un paisaje y los elementos que lo definen, en toda su extensión que habría que definir.”

 Y llama la atención sobre un tema que habitualmente pasa despercibido: la destrucción del patrimonio no está desconectada de la calidad de vida de nuestros barrios:

 “Personalmente creo que el punto de partida, incluso sin la necesidad de un plan, es la ”humanización“, como se denomina ahora, de las calles. Equilibrar la ocupación del espacio público por el automóvil, sea en circulación o estacionado, medidas para facilitar la movilidad a pie, por ejemplo, con remontes mecánicos o ascensores, mejores espacios de juego o estancia y solucionar problemas, para nada extraordinarios, como la recogida de basura, limpieza, arbolado, bancos, etc. De lo contrario, seguiremos siendo un territorio atractivo para la inversión, pero no por la calidad de vida, sino por la ubicación”. 

 

¿Cómo dialogan las casas con la memoria de Tetuán?

 

Carlos Hernández Quero es vecino de toda la vida de Tetuán, investigador de la Universidad Complutense y, recientemente, acaba de terminar su tesis doctoral, que aborda, entre otros asuntos, el nacimiento y desarrollo de lo que hoy es Tetuán hasta los años 30 del siglo XX.

 Cuando le pedimos que reflexione sobre la situación actual de las casas que se levantaron en el periodo que él estudia, Hernández Quero se refiere a ellas como el vector de reconocimiento de algo más que un conjunto residencial.

“Aquellas viviendas son el mejor ejemplo de las distintas lógicas de construcción de la ciudad que hubo a finales del siglo XIX y a lo largo del primer tercio del XX. La de Chamberí o Salamanca era una de ellas. La de la Gran Vía, otra. La espontánea e informal del extrarradio, una bien distinta a ambas. La existencia de estas casas, y la conservación de buena parte de ellas hasta hace unas décadas, informa no solo sobre cómo hicieron su barrio los vecinos de las afueras, sino también sobre la incapacidad de las elites del momento para ordenar el espacio de acuerdo a sus valores y convicciones”.

El historiador amplía el valor explicativo de la vieja fisonomía del barrio, no se trata de cómo era sino de por qué era y, en parte, es como es:

“Lo exiguo e insalubre de las viviendas, habitadas, en muchas ocasiones, por familias numerosas o por varios núcleos familiares, llevó a los vecinos a una rica vida de calle. La calle se convirtió en el principal espacio de interacción y sociabilidad. Era una suerte de sala de estar para todos esos vecinos. Por ello, la desaparición de esas edificaciones va más allá de ellas. Aquellas viviendas explicaban mucho sobre los estilos de vida, los vínculos de solidaridad y las redes vecinales tan características de los barrios obreros de hace cien años”.

De igual forma que Miguel nos hablaba de un barrio atractivo para la promoción inmobiliaria por la ubicación antes que por la calidad de vida actual del barrio, Carlos explica que “ahora que el distrito parece aspirar a estar en el podio de los barrios gentrificados, podemos pensar que estos últimos vestigios de arquitectura popular tal vez resultan algo molesto, absurdo, anticuado o fuera de lugar. Parece cerrarse un círculo. Muchas de esas casas fueron construidas por el desentendimiento de la administración y hoy están siendo demolidas por la falta de sensibilidad por el patrimonio de los gobernantes actuales”.

Hernández Quero termina su reflexión con un ejemplo que inserta de lleno el valor de nuestras viejas casas en el devenir de los tiempos:

“Actualmente vivimos una fiebre sobre qué hacer con las estatuas. Casi siempre son monumentos individuales. En el distrito de Tetuán, construido colectivamente, apenas hay estatuas. Pero sí hay, aún, algunos rastros de un acervo cultural compartido. El debate general sobre tirar, cambiar, resignificar o erigir estatuas de políticos, militares o comerciantes no puede ocultar la necesidad de conservar, cuidar, rehabilitar y explicar el patrimonio común. El que es de todos”.