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Tres años de las placas de la discordia en la esquina de Madrid que cuestiona el callejero y la historia oficial

Guillermo Hormigo

Madrid —
26 de septiembre de 2023 01:00 h

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La Memoria Histórica es un recuerdo muy presente, porque para cerrar heridas hay que contar con herramientas que las suturen. Con un concepto que revolotea en torno a estas y otras ideas, el artista Mateo Maté colocó una serie de placas como las de cualquier calle de Madrid en las dos paredes de una esquina del barrio de Pueblo Nuevo, en el distrito de Ciudad Lineal. En el muro de calle Llanos de Escudero dirigentes golpistas y franquistas. En el de la izquierda, en la calle Berastegui, destacadas figuras de la literatura, el arte y la cultura en general durante la Segunda República o el posterior exilio.

Maté llevó a cabo esta intervención artística, bautizada Fachada derecha - Fachada izquierda, en diciembre del 2020. Contó con el apoyo de los dueños de los dos bajos cuyas fachadas toma, unos promotores inmobiliarios que han invitado a otras artistas a moldear varias de sus propiedades, aunque nunca con un resultado tan controvertido. La acción se enmarca dentro de una serie titulada Nacionalismo doméstico, en la que Maté expone cómo la política emerge también en los gestos más íntimos y privados, desde el hogar hasta la vía pública.

La iniciativa despertó opiniones enfrentadas y algún que otro desencuentro entre los vecinos de la zona, aunque con el paso del tiempo la obra ha pasado a ser una parte más del paisaje del barrio. Asimilada, sí, aunque no por ello inmune a los cambios. Porque de las 25 señales con militares o políticos ligados a la Dictadura, 13 han sido vandalizadas con pintura o graffitis. En la mayoría de ellas los materiales han sido claramente empleados ex profeso para tapar los nombres, como en la de la Avenida Comandante Franco o el Pasaje del General Mola.

Si afinamos la lupa es posible comprobar que se ha actuado en distintos grados y con diversas técnicas en función de la placa. En la del General Varela, por ejemplo, la persona que la cubrió de pintura solo tapó el cargo de “General” y no el apellido del primer ministro del Ejército en el franquismo. Algo parecido, aunque en realidad también un poco opuesto, sucede con la Plaza Francisco Franco, donde el tachón no afecta a la palabra “plaza” pero sí al nombre y al apellido del dictador. En Capitán Blanco Argibay, quien actuó no optó por la pintura blanca: el nombre está cubierto de varios tachones oscuros y hay un pequeño graffiti en la esquina superior derecha de la lámina. Unos borrones grises similares cubren la insignia de la Plaza del Cuadillo.

Respecto al mural izquierdo (por ubicación del peatón y por sensibilidad ideológica), todo parece incólume. Las 21 placas están intactas y recuerdan personalidades tan destacadas como Luis Buñuel, Rosa Chacel, Carmen Laforet, Rafael Alberti, Joan Maragall o María de la O Lejárrega, así como a la Institución Libre de Enseñanza.

Pero en realidad, hay una ausencia cuyo vacío clama: la maestra republicana Justa Freire. Su placa fue arrancada de cuajo pocos meses después de que la intervención quedara finalizada y nunca fue repuesta (Maté no intercede en su creación una vez finalizada). Como si a la obra se trasladaran las afrentas del callejero real de Madrid, en el que la Justicia obligó a restituir el nombre de Millán Astray por el de la pedagoga en una vía de Latina, sin que el Ayuntamiento de José Luis Martínez-Almeida recurriera la decisión.

Es probable que estos cambios estuvieran en la cabeza de Maté cuando creó la obra con intención de cuestionar cómo los ciudadanos se relacionan con su pasado y con las figuras de él que todavía se honran. Por ello, cabe preguntarse si en una obra tan viva y abierta puede hablarse de vandalismo o más bien de participación colectiva. Y si con ello el artista plantea que actuar sobre las láminas “de verdad”, sobre todo aquellas que rinden tributo a figuras antidemocráticas, no es tan bien una manifestación lícita.