Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.
En Grecia pueden pasar muchas cosas
En Grecia se concentran, de nuevo, todas las miradas de la Europa política y financiera. Ese hecho es, por sí mismo, un indicador de la precariedad de los equilibrios en los que se apoya la actual marcha de la Unión Europea. Pero también una señal de que lo que ocurre en esa pequeña nación, hundida económica y socialmente, es observado por muchos como la posibilidad de un anticipo de cambios relevantes en otras mucho más importantes. Y de ahí las inquietudes, cuando no el miedo, que la dinámica política griega está provocando. Sin embargo, no está ni mucho menos claro qué es lo que va a pasar en el país heleno. En 27 días, que son los que faltan para que tengan lugar las elecciones generales, pueden producirse significativas modificaciones del panorama actual.
Más allá de los sondeos –que dan ganador a Syriza, pero por un margen no muy amplio, entre 2 y 6 puntos, y que además, según alguna encuesta, se habría reducido en los últimos días–, un hecho parece muy evidente: el de que la mayoría parlamentaria actual quería elecciones. La derrota, tercera en dos semanas, que ha sufrido este lunes el candidato de la derecha a la presidencia, Stavros Dimas, se habría podido evitar si algunos partidos menores, de derechas y de centro-izquierda no hubieran hecho oídos sordos a la petición de apoyo para evitar la disolución del Parlamento que les ha venido haciendo reiteradamente el primer ministro, Antonis Samaras. Eso indica la actual debilidad política del líder del centroderecha, que no es precisamente el mejor capital inicial para lanzarse a doblegar el signo adverso de los sondeos.
Pero si en casa Samaras está, en principio, bastante solo, en el escenario político europeo todos los poderes que hoy por hoy cuentan están con él. Desde el presidente del Consejo Europeo, que ha hecho unas declaraciones a su favor y en contra de Syriza que son una clara injerencia en los asuntos internos de un país, hasta los grandes diarios del continente –hoy mismo, tanto el Financial Times como Le Monde se han manifestado claramente en contra de las alternativas populistas, de izquierdas o de derechas–, pasando por las principales capitales. París, Londres y, por supuesto, Berlín. Si hace diez días el socialista francés Moscovici cantaba los logros del Gobierno de Samaras, hoy el ministro alemán de Economía ha lanzado un mensaje a Syriza advirtiendo que el nuevo Gobierno griego tendrá que respetar los acuerdos firmados por su antecesor y que, si se aleja de los compromisos acordados con Europa, tendrá “dificultades”.
La campaña electoral griega –que, de hecho, ya lleva varios meses en curso– se prevé, por tanto, muy intensa y en ella se jugarán todas las cartas posibles, algunas a la luz de todo el mundo, pero buena parte de ellas bajo manga, porque serán inconfesables. El establishment europeo podría estar fraguando toda suerte de maniobras. Porque no está dispuesto a que gane Syriza. Sobre todo, porque esa hipotética victoria daría demasiado aliento a las opciones de una u otra manera antisistema que pululan por todo el continente y que son particularmente fuertes en Francia, donde los últimos sondeos confirman que la ultraderecha es el primer partido, y en España, donde dicen que Podemos tiene muchas posibilidades, como poco, de reventar el bipartidismo.
Pero, a la postre, y si no hay pucherazos electorales, quienes van a decidir son los ciudadanos griegos. Y son ellos los que, en última instancia, van a ser sometidos a esas presiones. En sustancia, el dilema para cada uno de ellos estará entre optar por el mantenimiento del statu quo actual o el de apoyar un cambio auténtico. Es decir, entre preferir lo malo conocido –que seguramente no es tan malo para algunas capas de la población– o lo bueno por conocer. O sea, elegir entre el centro-derecha y Syriza. La opción por los partidos menores, que son unos cuantos, algunos de los cuales podrían decidir el signo del futuro Gobierno, estará igualmente marcada por ese dilema. De una u otra manera.
El resultado, por tanto, será una radiografía del estado de ánimo del conjunto de la población. Que dirá si son más los que quieren la continuidad o los que prefieren el cambio aunque esté lleno de riesgos. Sin trampas, aunque cada uno de los ciudadanos se haga sus propias componendas. Lo que todos, propios y extraños, deducirán de los resultados es si en Grecia existe o no una mayoría suficiente para romper la dramática deriva que han provocado las reglas de juego decididas por los poderes políticos y financieros europeos. Y ese mensaje se propagará por toda Europa.
Porque Syriza quiere romper esas reglas o, cuando menos, modificarlas sustancialmente. Por muchos acercamientos a Bruselas y al FMI que haya hecho en las últimas semanas, su líder, Alexis Tsipras, sigue teniendo muy claro que ese es su objetivo y, en última instancia, su bandera electoral.
¿Tiene garantizada la presidencia del Gobierno? Ni mucho menos. Para empezar, tendrá que confirmar los pronósticos demoscópicos y lograr que Syriza sea el partido más votado, porque eso le daría un premio de 50 escaños. Pero lo más probable es que ni eso sea suficiente y que luego tenga que acordar alianzas para formar gobierno. Con el Partido Comunista, que algunos califican de estalinista, eso es imposible porque el propio KKE ha dicho que lo es. Un candidato menos difícil es el pequeño partido de la Izquierda Democrática. Y no se puede descartar que, al final, Tsipras llegue a un acuerdo con el partido de la derecha populista Griegos Independientes, uno de los que ha provocado el adelanto electoral negándose a votar a Dimas para la presidencia. Todo eso será una incógnita durante bastantes semanas.
En Grecia se concentran, de nuevo, todas las miradas de la Europa política y financiera. Ese hecho es, por sí mismo, un indicador de la precariedad de los equilibrios en los que se apoya la actual marcha de la Unión Europea. Pero también una señal de que lo que ocurre en esa pequeña nación, hundida económica y socialmente, es observado por muchos como la posibilidad de un anticipo de cambios relevantes en otras mucho más importantes. Y de ahí las inquietudes, cuando no el miedo, que la dinámica política griega está provocando. Sin embargo, no está ni mucho menos claro qué es lo que va a pasar en el país heleno. En 27 días, que son los que faltan para que tengan lugar las elecciones generales, pueden producirse significativas modificaciones del panorama actual.
Más allá de los sondeos –que dan ganador a Syriza, pero por un margen no muy amplio, entre 2 y 6 puntos, y que además, según alguna encuesta, se habría reducido en los últimos días–, un hecho parece muy evidente: el de que la mayoría parlamentaria actual quería elecciones. La derrota, tercera en dos semanas, que ha sufrido este lunes el candidato de la derecha a la presidencia, Stavros Dimas, se habría podido evitar si algunos partidos menores, de derechas y de centro-izquierda no hubieran hecho oídos sordos a la petición de apoyo para evitar la disolución del Parlamento que les ha venido haciendo reiteradamente el primer ministro, Antonis Samaras. Eso indica la actual debilidad política del líder del centroderecha, que no es precisamente el mejor capital inicial para lanzarse a doblegar el signo adverso de los sondeos.