“La última vez que fue ayer” (Candaya), de Agustín Márquez (Madrid, 1979), es un retrato íntimo y coral a la vez de la vida de barrio en los 80 y 90. Con un estilo aparentemente neutro, pero que rezuma sensibilidad, reconstruye las vivencias de unos personajes perdidos en los cambios que trae el progreso. “El título es un guiño al pasado, porque el narrador se ha quedado anclado en él. No hace más que desear que el barrio vuelva a ser como era”, explica el autor. Agustín Márquez presenta hoy a las 19,30h su novela en la librería Colette Letras y Tragos, de Murcia.
¿Por qué escribir sobre la vida de barrio?
Todo surge de una preocupación. He vivido toda la vida en el barrio de Leganés en que está basado la novela. Me fui de allí con treinta años. Después, cuando a veces regresaba, empecé a sentir que ya no lo reconocía como el lugar en el que me crié. Al principio no fui consciente, es algo de lo que me fui dando cuenta poco a poco. Eso me hizo pensar en la diferencia entre progreso y prosperidad. Muchos vecinos se habían ido y muchos otros seguían allí. Algunos habían progresado, pero sin recibir prosperidad. Me planteé entonces profundizar en cómo el progreso impacta en los barrios periféricos y quise hacerlo a través de la novela, mostrar los cambios que se producían tanto en el barrio como en el narrador. Por eso el libro está escrito en dos bloques: los años 88 y 92-94, porque en ese margen se ven los cambios, tanto íntimos como colectivos. No he querido hacer una tesina, sino que el lector sacase sus conclusiones.
El lugar donde la novela se desarrolla carece de nombre.
Lo que intentaba, sin querer ser pretencioso, es que el escenario fuera un poco universal, que cualquier persona que haya vivido en un barrio de gran ciudad o pueblo periférico o capital de provincia reconociese estos cambios que narro. Está claro que el de la novela es mi barrio, pero podría ser cualquier otro. Una amiga, por ejemplo, me dijo que había retratado muy bien Aluche, cuando yo no he estado ahí. Incluso gente de Sevilla me ha comentado que mi libro les recuerda mucho a su barrio. Lectores que no son de Madrid se han sentido identificados, y eso era lo que más me interesaba.
Tampoco los personajes, con alguna excepción, tienen nombre.
Es porque pienso que el progreso, la globalización o como quieras llamarlo, ha cosificado a las personas y ha personificado a las cosas. Por eso los personaje no tienen nombre: porque de alguna forma se ven casi como cosas.
Podías haber caído fácilmente en el relato nostálgico, pero no lo haces.
De hecho, es una de las cosas que tenía claras cuando comencé a plantearme la novela. La otra es que ésta no iba a ser autobiográfica. Quería que fuese como si el narrador llevase una cámara al hombro y mostrase lo que veía, sin opinar. Quería evitar el añadir drama porque es cierto que los barrios eran un espacio de libertad, pero también tenían bastantes cosas malas: había droga, suciedad… todo eso. Yo no quería hacer una apología nostálgica de los descampados y del barrio, pero tampoco demonizarlos.
Pese a la fuerte carga emotiva del libro, lo has escrito en un tono contenido, no exento sin embargo de humor ni poesía.
He intentado plasmar el barrio lo más realmente posible. Cuando escribes a través de tus recuerdos no dejas de ser subjetivo, pero recuerdo, o quiero recordar, que a las situaciones dramáticas las seguían a veces otras disparatadas, humorísticas. Y así he querido que fuese en el libro.
Toda la novela está recorrida por un sentimiento de desubicación ante los cambios. Es un sentimiento muy actual, pese a que el relato transcurra en los años 80 y 90.
Es que los barrios han ido cambiando: aparecieron grandes urbanizaciones, centros comerciales. Hoy son más iguales entre sí. Yo creo que han perdido su identidad. Prácticamente no tenemos que salir de casa: Vamos del garaje al piso y del piso al garaje sin cruzarnos con nadie conocido. Antiguamente existía esa identidad, ese ser parte del barrio. Hoy esto se ha perdido y nos encontramos bastante desubicados en ese sentido.