Leer el presente es leer La biblioteca de agua, la última obra de Clara Obligado (Buenos Aires, 1950), publicada en Páginas de Espuma en 2019. Con ella completa esa suerte de trilogía que inició con El libro de los viajes equivocados en 2012 (ganador del Premio Setenil al mejor libro de cuentos, otorgado por el Ayuntamiento de Molina de Segura) y prosiguió con La muerte juega a los dados en 2015. La escritora también colabora en medios periodísticos e imparte talleres de escritura creativa, como el realizado a finales de febrero en la ciudad de Murcia.
Su último libro sigue una estela del pasado más valioso, la de los libros de cuentos, desde Las mil y una noches o el Decamerón hasta Dublineses de Joyce, por ejemplo. Sin embargo, es un libro del presente, pues no pocos escritores defienden una construcción libresca con voluntad de unidad y no menos son los estudiosos que a partir de Ingram están analizando y poniendo en valor lo que, siguiendo la tradición anglosajona, se puede denominar “ciclo de cuentos”. ¿Cree que se está fortaleciendo hoy este tipo de género literario? ¿Cómo preferiría denominarlo? ¿Cómo concibe la arquitectura de un volumen de cuentos de este tipo? ¿Qué busca con él? Las mil y una nochesDecamerónDublineses
Lo llamaría también 'cuentario', o 'cuentos encadenados', pero lo de menos es su nomenclatura. En mi caso, trabajo el género como un híbrido entre cuento y novela ya que busco narrar desde espacios no centrales, es decir, periféricos. Esto, que dicho así parece una declaración de principios a nivel formal, lo es también a nivel político. Hoy por hoy, enormes contingentes de refugiados están impelidos a atravesar fronteras, y yo misma soy extranjera. ¿Cómo se cuentan estas historias? ¿Con qué género? ¿Desde una estructura fija, o desde una estructura puesta en cuestión? ¿Desde una literatura nacional, o desde una literatura trasnacional? No busco, espero que se me entienda, escribir sobre política o sociología, sino que pienso, más bien, que la forma literaria es una decisión que tiene que ver con lo que sucede en la sociedad.
Hay, también, una investigación sobre el cuento: en mi escritura subyace el deseo de devolver al género lo que la novela consideró como propio, es decir, la trama de largo alcance, la creación de psicologías complejas, por ejemplo. Encadenar cuentos permite abrir mucho la lente, ir más allá de lo que una novela podría contar, tanto en el tiempo como en el espacio.
El título de La biblioteca de agua es borgianamente sugestivo y refleja con acierto la conexión fluida, laberíntica o ininterrumpida de todos los cuentos que lo componen. Pero también se trata de un homenaje a Madrid, al que llegó como exilada allá por los años 70. Y es que la literatura se encuentra muy ligada a la ciudad, como tema, como lugar del paseante buscador de inspiración o, a día de hoy, como espacio del denominado 'turismo cultural' (al que también se alude en uno de los cuentos incluidos). ¿Cómo vive la relación entre la literatura y la ciudad, e incluso la arquitectura? ¿Cómo la definiría?La biblioteca de agua
En los últimos años, el neoliberalismo dominante ha permitido que el centro de las ciudades, como es el caso de Madrid, se convierta en un enorme escaparate para turistas. Todo se compra, y entonces todo tiene precio: el bar de la esquina donde desayunabas, la tienda de toda la vida, incluso tus horas de descanso o el descanso de los trabajadores que atienden los negocios. Así las ciudades se van transformando en algo que no eran y se van poniendo a la venta, de manera que sólo se conserva una fachada que es la que hace que el turista sienta que no está en casa. Pero, debajo de esta desolación cultural, las ciudades permanecen de alguna manera, resisten. “Quien tuvo, retuvo”, dice el refrán, y, para quien sabe leer, allí está escrita la historia. Este fue el trabajo que realicé para recuperar el Barrio de las Letras, en La biblioteca de agua, y encontré, valga la redundancia, en el agua, un símbolo de lo que nos pasa. El primer cuento, por ejemplo, habla del presente, cuando el agua se vende embotellada. El último, que se refiere al origen, habla de cuando el barrio era un gran humedal. Las ciudades se leen, como si fueran un libro, pero hay que saber encontrar las pistas. También se escriben, por supuesto, generan y permiten un tejido de historias. Es un tema apasionante.
En este y otros libros suyos los personajes que los habitan tienen una características muy peculiares y son situados en situaciones no por cotidianas poco habituales, incluso desde la diferencia entre los personajes femeninos y los masculinos. ¿Cómo los perfila, cómo brotan en su pensamiento y en su escritura?
No pienso demasiado en los personajes cuando escribo. Posiblemente he conocido a mucha gente a lo largo de mi ya larga vida, y las historias personales me interesan. Sé escuchar, y la gente tiende a contarme su historia. Además soy bastante cotilla, en el sentido en el que todo escritor lo es, me intereso por lo que le pasa a los demás, por las causas y las consecuencias. Me preocupa, también, la manera que tenemos las mujeres de vivir nuestra propia vida, cómo vamos liberándonos de una opresión de siglos. Quizá escribo para eso, para entender qué les pasa a los demás, para entender qué es lo que nos hace humanos y también lo que nos convierte, en ciertos momentos, en seres profundamente crueles. Todo esto me lo pregunto, y sobre ello escribo. Y también sobre las raíces y causas del amor, del perdón, de la venganza. Escribir es intentar responder a grandes preguntas que no siempre tienen una solución clara.
Sin dejar de estar relacionado con las cuestiones anteriores, ¿cómo cree que influye el presente en su escritura? Se dice que los ciclos cuentísticos posmodernos buscan reflejar la incomunicación actual y que los personajes se moldean de cara a ciertas reivindicaciones de nuestro presente, cuando y donde la ciudad parece estar “devorando” otras formas de vida. ¿En su caso, en qué medida esto se da o se siente? ¿Cómo un escritor o una escritora pueden o deben posicionarse en el tiempo presente? ¿Qué es lo que no debería silenciarse hoy?
Un escritor, en cuanto ciudadano, debe posicionarse con respecto al presente y a la política, un escritor no tiene esa obligación, en cuanto escritor. O sea, soy una ciudadana interesada en lo que sucede a mi alrededor, y opino, me movilizo, voto. Pero también soy una escritora preocupada por la forma y por el lenguaje, por la lectura del pasado, por ideas simplemente literarias. Me influye el presente, cómo no, pero también el pasado, todo lo que he leído y lo que han hecho en otras generaciones para que estemos donde estamos.
Una ciudad tiene, creo, siempre muchas capas. Bajo los adoquines hay tierra y verde, hay agua bajo las calles. Nos gusta vernos como lo opuesto a la naturaleza, pero la naturaleza también está en la ciudad, en lo que vemos, en lo que comemos, en el cielo que nos cubre o en lo que asoma en cuanto hay una avería.
Respondiendo a otra parte de tu pregunta, no sé si lo mío son ciclos cuentísticos posmodernos, esas son categorías que se establecen a posteriori. En todo caso, no me siento próxima al pensamiento pesimista tan en boga el día de hoy, creo que desde el pesimismo es imposible construir la utopía que nos hace falta para sobrevivir.