La corrupción política y económica es quizás el principal mal que sufre la democracia, porque tiene el poder de paralizar la mejora de la vida social, produce impotencia y mina los valores de buena parte de la ciudadanía. La corrupción implanta un ‘sálvese quien pueda’ que dificulta la innovación social y que se afronten los problemas que nos acucian como comunidad. Y ello ocurre en beneficio de los grupos poderosos y de que trepas y sinvergüenzas sigan medrando. El problema que tenemos en España es que hemos vivido una época en la que se han naturalizado los comportamientos ilícitos, incorporándose a la cultura popular como una forma de costumbrismo: un comportamiento que nos ha resultado gracioso con resultados a veces envidiables e impunes. Lo que es muy grave: es urgente una regeneración política basada en la transparencia y la rendición de cuentas, reconstruir comunidades eficientes y sostenibles basadas en la participación y el bien común. Cada día nos lo recuerda José Molina, el presidente del Consejo de Transparencia de la Región de Murcia.
Pensando -quizás desvariando- sobre estas cosas nos hemos encontrado con un cómic valiente que compendia de forma satírica las corruptelas de nuestras élites políticas y económicas en un volumen dorado (literalmente: desde la cubierta al interior) como el ansia de riqueza de quienes lo protagonizan: 'Primavera para Madrid', de Magius (Autsaider, 2020). Es la historia de toda una patulea de personajes que llevan años avergonzándonos con sus manejos para situarse, medrar o mantenerse en los reportajes del Hola: aunque Magius cambia sus nombres son muy fácilmente reconocibles políticos corruptos, conseguidores, presidentas de comunidad autónoma, banqueros, empresarios, especuladores, constructores, patanes que se atribuyen derecho de pernada, mequetrefes arribistas, directivos de fútbol, espías de tebeo y periodistas de prensa o televisión al servicio del mejor postor. Y por supuesto, la familia real, desde el primogénito de la primogénita al emérito y sus amantes.
Juntos representan un sainete muy divertido, pero la historia de esta mafia patria -pues también usa el patriotismo como coartada- es más bien triste porque resulta absolutamente verosímil, lo que refleja la tolerancia española con la sinvergonzonería y el pillaje. Una forma de ser que no querríamos considerar consustancial -la picaresca, el caciquismo, el enchufismo y el compadreo- pero que se viene contando en nuestra Literatura desde 'El Lazarillo de Tormes' o 'Rinconete y Cortadillo' a 'Crematorio', perdiendo cualquier resto de inocencia que nos hubiera podido quedar de nuestro Siglo de Oro.
El dibujante underground murciano Diego Corbalán firma como Magius sus trabajos en memoria del miniaturista de uno de los Beatos, el de San Miguel de Escalada. Por tanto, en algún sentido se siente heredero de los que ilustraron el Apocalipsis, el fin de los tiempos y el juicio final durante la Alta Edad Media. Y es verdad que, aún aplicando el humor, lo que viene haciendo Magius es dibujarnos un mundo caótico cuyo mejor destino parece ser la autodestrucción. En 'Murcia' (Entrecómics, 2015) nos presentó una ciudad gobernada desde las catacumbas por una secta mafiosa oculta entre cofradías de Semana Santa y coloridos huertanos en lucha por el poder local, montando su particular orgía de secuestro y muerte. En 'El método Gemini' (Autsaider, 2018) nos contó una historia de la mafia italiana implantada en el Nueva York de la década de los setenta: el ascenso y caída de un aprendiz de carnicero convertido en gran capo: Mike Dioguardi. Y ahora nos vuelve a sorprender con su retrato esperpéntico de las élites corruptas españolas y de cómo amasan el poder en encuentros que muchas veces son vulgares fiestorros o francachelas en los que apañarse.
Diego Corbalán, la persona detrás de Magius, es alguien más bien discreto y reservado, y a raíz de divertirme y pensar con su obra le he pedido que me contestara algunas preguntas, lo que ha hecho amablemente y con sinceridad.
Es una satisfacción ver cómo un autor alternativo, que publica en una editorial alternativa desde su nombre, Autsaider, está siendo capaz de conectar con los lectores de cómic y ser conocido fuera de los círculos underground, manteniéndose fiel a su estilo. ¿Estás dejando de ser outsider? ¿Cómo valoras estar saliendo a medios mainstream?
Me parece bien lo de ser más mainstream; sin embargo, el mundo del cómic sigue siendo pequeño y sigue siendo outsider. Y no tengo un estilo en concreto: hago siempre lo que me gusta, y no me veo dibujando superhéroes, porque nunca me han gustado.
¿Quién te apetecería que presentara tu 'Primavera para Madrid'? ¿El emérito, Froilán o el Pequeño Nicolás…?
Pues me gustaría que fueran los tres a la vez. Aunque supongo que en la situación actual no sería posible, y la presentación del cómic con el emérito tendría que ser en algún sitio oculto de Arabia Saudí… En cambio, si me lo presentaran Froilán y el Pequeño Nicolás un buen sitio sería la discoteca Pachá de Madrid, y sólo podrían asistir los niños pijos del barrio de Salamanca.
La pandemia nos está haciendo vivir una experiencia inédita y dramática, que confiábamos que nos podría hacer más fuertes o mejores, permitir una reconstrucción más sostenible de la vida tras la tragedia. Algo, sin embargo, que hoy por hoy parece una quimera en lo que se refiere a nuestra clase política ¿Harías un cómic sobre la pandemia y cómo está siendo vivida por políticos, sanitarios o ciudadanos? ¿hay espacio para la sátira sobre las mezquindades durante la pandemia?
En las últimas páginas de 'Primavera para Madrid' hay unas referencias a la pandemia, porque lo terminé cuando estábamos ya en confinamiento. Supongo que podría hacer un cómic sobre la actitud de determinados sectores de la sociedad ante una situación real de peligro como la que tenemos con el coronavirus. Parece que hasta ahora hemos vivido en una sociedad muy ficticia, la sociedad del entretenimiento, y cuando hemos descubierto cómo funciona la realidad algunos no se la terminan de creer. Dicen que es una distopía e intentan explicarla por medio de las teorías conspiranoicas y lo que llaman “el nuevo orden mundial”, en el que unos extraterrestres manejan a las élites para engañarnos y utilizarnos como cobayas en sus experimentos. Un buen cómic sería representar este mundo falso que creíamos que era lo cotidiano.
Ojalá veamos esa historia dibujada pronto, promete ser otra lectura crítica del presente, pero, ¿crees que la corrupción y los comportamientos mafiosos están implantados y son inevitables en nuestra sociedad? ¿no tenemos arreglo? ¿eres pesimista? ¿crees que puede haber regeneración política, práctica de un gobierno abierto con transparencia y participación ciudadana?
La corrupción y los comportamientos mafiosos son un residuo del capitalismo. Cuando la cosa iba bien nadie se quejaba, pero ahora la práctica corrupta está amenazando las instituciones del Estado. Cuando alguien cuestiona el sistema capitalista, automáticamente se le acusa de comunista, igual que cuando se cuestiona la monarquía. Creo que hay muchas alternativas democráticas a la monarquía parlamentaria, y no es ninguna locura plantearlas. Igual que criticar el neoliberalismo económico no nos convierte automáticamente en comunistas ni antisistema. La sociedad ha utilizado muy mal su libertad renunciando a toda responsabilidad pública, que parece territorio único para los políticos; de este modo, si algo sale mal, se les echa la culpa de todo. Es una actitud hipócrita e irresponsable.
Diego, te mojas y a la vez nos lanzas una crítica y un reto. Por cierto, ¿cuál es tu próximo reto como dibujante?
Quiero hacer la futura historia de Murcia como país soberano e independiente; será entre mítica y metafórica y haré una mezcla de política, religión y Nuevo DesOrden Mundial.
Las historietas de Magius en algún sentido van evolucionando desde la contracultura a la sátira gráfica con mirada política, y por eso las relaciono con la brillante tradición de autores como El Perich o Chumy Chúmez, que siguen hoy El roto, Eneko, Mauro Entrialgo, Fontdevila o Flavita Banana -entre otros muchos- con diverso grado de acidez. La sátira gráfica no quiere ni requiere exégesis: a cada persona le dice o le evoca distintas cosas sin más análisis, y sus creadores no suelen gustar de instrumentalizaciones didácticas o moralizantes. Sin embargo, como profesor o como bibliotecario se me ocurren muchas posibilidades para discutirlas en clubes de lectura, en clases de Historia Contemporánea o Lengua y Literatura. Harían mucho para ayudarnos a comprender el presente o recuperar la memoria, a reírnos de nosotros mismos y a cuestionar nuestra sociedad.