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Rosario Villajos, escritora: “Quería embrutecerme escribiendo y es más fácil cuando no te conoce nadie”

Rosario Villajos debuta en la novela con Ramona (Mrs. Danvers, 2019), la historia autobiográfica de un personaje, Ramona Ucelay, que acaso se parezca bastante a la propia autora (o acaso no). En realidad, Villajos ya había publicado una primera obra narrativa, la excelente novela gráfica, Face (Ponent Mon, 2017), y ambas historias tienen mucho en común. En Face, la protagonista, llamada igual que el volumen, carece precisamente de rostro; la autora, a través de las vivencias de Face en Londres, aborda el tema de la identidad y su problemática conformación.

En Ramona podemos considerar que se aborda este mismo tema de la identidad, solo que ampliando bastante el contexto: aquí el periodo biográfico abordado es bastante más extenso, y los personajes que rodean a la protagonista se multiplican considerablemente en número. Si en la primera novela de Rosario Villajos dominan las emociones y la soledad, en la segunda el personaje protagonista se halla rodeada continuamente de otros personajes, muchas veces (casi siempre) a su pesar, y el tono que domina la historia es carnavalesco, cuando no directamente esperpéntico.

Huelga decir que ambas novelas son completamente independientes la una de la otra, pero este lector encuentra muy estimulantes ciertos caminos comunes y a la vez divergentes (cruzados, en fin) entre ambas obras: En Face queda claro que el personaje es la propia autora, y sin embargo carece de rostro; en Ramona, jugando quizás más a la pura invención, el personaje sí tiene un rostro bien definido (o dicho de otro modo: tiene una personalidad apabullante, uno de los elementos que más hacen disfrutar de la novela). Charlamos con Rosario de cara a las presentaciones de Ramona en la Región (viernes 10, a las 20 horas, en La Montaña Mágica de Cartagena junto a José Óscar López, sábado 11, a las 12 horas, en Libros Traperos de Murcia junto a Miguel Ángel Hernández).

Ramona da la impresión de ser el resultado de una investigación muy viva. ¿Tenías todo muy claro, antes de ponerte a escribir, o se ha tratado más bien de reflejar ese proceso de investigación, digamos, en torno a la identidad?Ramona

Pues supongo que un poco de las dos cosas. Sabía que quería que mi personaje tomara forma a través de las peripecias o las cosas que le pasaba, incluso en cuanto a lo físico. Por ejemplo, sabemos que su pelo es rizado porque alguien se lo cepilla en casa para que parezca liso o que tiene las caderas anchas porque eso es lo que le dice su vecina. En cuanto a investigar la identidad, yo siempre digo que mis textos son más listos y más rápidos que yo, así que a medida que iba escribiendo se me iba apareciendo su forma de ser.

En Face das a entender claramente que la protagonista y la autora son la misma persona. En Ramona, sin embargo, te has inventado a otro personaje, con su propio apellido y hasta su propio perfil en Facebook.Face ¿Ha sido una forma de darte mayor libertad a la hora de fabular, de inventar?

Sí, quería embrutecerme escribiendo y es más fácil cuando no te conoce nadie, sobre todo personas que consideran que soy una persona “dulce”. No sé, me daba vergüenza escribir en general, pues imagínate escribir sin pudor.

El empeño de Face es querer ser normal, tener un rostro. Ramona, por el contrario, se puede entender como un comentario ácido (por decirlo de forma suave) a esa normalidad. Los personajes que tratan de actuar más apegados a una supuesta “normalidad”, más estandarizada socialmente, son de hecho los que salen peor parados, como el padre de Ramona y los absurdos privilegios que se concede, como padre, a sí mismo. Y bueno: las maestras de la guardería, las monjas y curas, los vecinos, los novios y exnovios, los compañeros de piso. Qué raros somos todos, ¿no?

Creo que Ramona escribe para descubrir si es una cobarde o si tiene complejo de superioridad, pero ni de una forma ni otra se considera a sí misma normal y tiene que disimular porque quiere lo mismo que ella cree que tienen los demás, una “vida”.

Los numerosos personajes que rodean a Ramona comparten un espacio, un extrarradio andaluz que a veces parece un lejano oeste sin reglas. Después pienso en el Londres donde vive Face y todo me encaja. En la gris Inglaterra, Face anda falta de identidad. En el desbordante extrarradio español de los 80, Ramona va más bien sobrada de ella. ¿Es imposible sobrevivir a nuestro país sin este exceso —divertidísimo en tu novela— de personalidad?

Yo creo que sucede lo contrario, cuanto más te abraces a la discreción, a hacer lo mismo que todo el mundo, más fácil será tu supervivencia. Yo en Londres era una “looser”: cerca de cuarenta, compartiendo pisos en los que siempre había ratones, sin pareja (o con extrañas parejas) y casi sin amigos a los que acudir cuando tenías un mal día porque la mayoría de la gente con la que tienes una conversación trascendental a las dos de la mañana está de paso, y los demás, ya tienen su vida hecha, que casualmente tiene forma de familia tradicional en la que supongo que no me apetecía embarcarme a toda costa. De esa perdedora que tenía que mentir diciendo que tenía treinta y dos años para encontrar habitación en Londres nació Face, que fue una verdadera terapia de aceptación para mí y con la que me volví a España debajo del brazo (y en esta línea es cuando suena “Goodbye Stranger” de Supertramp).

El anecdotario que manejas en Ramona es asombroso por su variedad, su exageración y su hilaridad irresistible (aunque estas anécdotas abren al lector a posteriores reflexiones más serias). Últimamente están como muy de moda las banderitas en los balcones de nuestros vecinos; pero,Ramona tras leerte, a uno le queda la convicción de que la única construcción pendiente que nos queda, y bastante urgente, es la de nosotros mismos.

Estaría bien esa construcción, pero me encantaría que fuera comunitaria. Estamos en un momento de individualismo supino, vemos claramente que tampoco nos hace felices y algunos se aprovechan y vienen a engañar a la gente diciéndoles que pongan banderitas en los balcones para sentirse parte de algo, que es una cosa tan tonta como cuando vemos Juego de Tronos para tener de qué hablar con los demás o decimos que nos gusta Rosalía y el saber que le gusta a mucha gente te hace sentir menos bicho.

¿Me permites soñar un poco? Imagina un mundo donde no exista la familia tradicional, donde los niños que nacen en un vecindario son, por decirlo de algún modo, de todos o están al cuidado de todos. Imagínate qué libertad tanto para los pequeños, que también se hartan de sus adultos, como para sus padres biológicos, que podrán hacer una escapada a Groenlandia sin llevar a un bebé incordiando al resto de pasajeros del avión durante cinco horas. Todo el mundo estaría acostumbrado a atender a un bebé, por ejemplo, todos sabríamos lo que es ser madre y padre sin que nos tenga que correr la misma sangre por las venas. Suena utópico, porque lo es.

Vuelvo al presente: creo que ya nos hemos convertido (como si de una religión se tratase) en el individualismo, en el súper autoanálisis, en echar la culpa a los demás de cómo somos (véase Ramona), y en el independentismo de cualquier cosa que no nos guste, por muy absurda que sea, y da la impresión de que no hay vuelta de tuerca, solo vuelta atrás, es decir, vuelta a pensar que nuestro pasado fue mejor, pero, si hurgamos un poco en la propia basura (véase Ramona otra vez), sabemos de sobra que eso no es verdad.