'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.
La maldición del consolador humano
Mi herencia sociocultural se pelea a menudo con mi ideal utópico social. A mí me gustaría que tode quisque estuviera liberadísime sexoafectivamente, pero no es tan sencillo. Vivimos en una sociedad en la que hay toda una serie de tabúes, prejuicios y patrones viciados en torno a lo afectivo y a lo sexual. No nos podemos librar de ello ni siquiera por el mero hecho de decidirlo libre y conscientemente. Mala suerte.
El otro día leí a una hetero (Mª Fernanda Ampuero, os la recomiendo) contar sus historias con los hombres con los que quedaba, quejarse de cómo se sentía utilizada y maldecir el hecho de ser heterosexual. Ignoro si en los encuentros afectivosexuales lésbicos la cosa es muy distinta a la hetero o la gay (a pesar de que mi amiga Chá me llama lesbiana cada dos por tres y no seré yo quien contradiga a una bollera a la que quiero).
Yo comprendo que ella no quiera ser hetero, por esto de tener que bregar con señoros, ya que me parece innecesario codificarlo todo desde la opresión. De hecho, aprovecho para refregaros en toda la cara que el hecho de que me gusten los hombres y de que haya hombres a los que gusto es —más que gusto— gustazo en muchos aspectos. No está exento de pegas, nada más lejos de la realidad, pero existe una cierta liberación sexual en el varón que lubrica las posibilidades de contacto. Aún así, hay toda una serie de trabas al disfrute —desde mi perspectiva, vinculadas con la (no) educación afectivosexual masculina— y voy a ver si os las puedo desgranar.
El ligoteo por perfiles
Como criatura de la clase media de los 80, tuve pronto acceso a un ordenador e internet. Además, había sido muy prudentito sexualmente durante mi adolescencia (creía mucho en el amor romántico, puedo constatar en las anotaciones de mi diario) y se me juntó el momento de liberarme con la aparición de sitios web de perfiles. Así que solamente aprendí a ligar por medio de la pantalla. Qué buena palabra: «pantalla».
Tiene una ventaja en términos de autoestima: a la cita vas ya sabiendo (normalmente) que al otro le has gustado, al menos en foto y por lo que decías. Eso te da algo de confianza. De todos modos, solo es una vía más de conocer a alguien. Luego hay que lidiar con la realidad, con los olores, con los modos y con los detalles que pueden gustarnos más o menos.
A partir de aquí es como cualquier cita corriente. En mi caso, suelo sorprender, pero eso va con mi ser ecléctico y pizpireto. Lo difícil es sorprenderme a mí.
La desventaja principal resulta ser que, aunque uno vea un catálogo que parece extenso, la compatibilidad es algo distinto y la seducción se reduce a la palabra. En esto tengo suerte, claro.
El cancaneo
El término más preciso sería cruising. ‘Cancanear’ es caminar sin rumbo, vagar: tontear, vaya. El cruising masculino es una práctica claramente originada en el hecho de que las relaciones entre hombres fueran clandestinas. Consiste en encuentros eminentemente físicos que se dan en lugares lo «suficientemente públicos» como para que accedan bastantes señores y lo «suficientemente privados» como para rozarse a la primera de cambio.
Nuestros lectores menos atrevidos se preguntarán qué sitio puede ser así... Pues bien, no se trata solo de dónde, sino también de cuándo. Porque en la mayoría de ciudades de cierto tamaño es posible encontrar espacios donde, fuera de horario infantil, se dan estas condiciones. Desde parques donde haya rincones para esconderse lo suficiente o áreas de servicio y recreo accesibles únicamente con coche, hasta los aseos del centro comercial El Triangulito Verde (mwahajá) o los de las estaciones y aeropuertos de todo tipo, pueden convertirse en áreas de cruising, amigas.
La gracia está en que —a diferencia de la venta por catálogo— el género se puede ver y, a menudo, oler y tocar antes de catarlo. Como lo leéis. Es increíble lo aceptado que está que, a modo de saludo y antes de cruzar una sola palabra, el candidato meta mano en la entrepierna y se arrime al cuello. La pega es que la intención es muy carnal y el afecto brilla por su ausencia. Una especie de capa de masculinismo recalcitrante cubre las interacciones y es harto difícil que nada de aquello tenga tintes cariñosos. A lo sumo, algo de complicidad, que viene a ser el sustituto de afecto macho.
El mundo de color de rosa (no tanto)
Luego se supone que se puede ligar en cualquier sitio. Eso, si estás tan fuera del armario como moi, claro, si no: véanse apartados anteriores. También hay espacios más dedicados, como los denominados ‘locales de ambiente’ o gay friendly*. Hay bares, restaurantes, hoteles, balnearios, discotecas o similares donde ponen una banderita con seis colores y ¡hala!: ya sabes que puedes ir a ser persona completa, a menudo por un ligero porcentaje más de pecunio que en cualquier otro lugar.
De manera equivalente al cancaneo, hay espacios como saunas y clubs liberales a los que también se va a pillar cacho. Pero no me voy a poner aquí a hacer más propaganda de espacios de pago.
La normatividad
Y luego está eso de echarse pareja. La heteronorma, ahora convertida en homonorma. Por un lado me parece necesario que exista ese derecho de igualdad, tanto legal como socialmente aceptada. Por otro, me apena que —ya que habíamos desatado una mordaza con la aceptación de la atracción y el afecto romántico entre personas del mismo sexo y/o género**— no hayamos conseguido que se acepten formas de vivir el afecto más allá de la pareja exclusiva.
Existen y funcionan, amén de necesitar lo mismito que la monogamia clásica: comunicación, honestidad, confianza ¡y cuidados! Pero en la pareja exclusiva la sexualidad se puede reducir notablemente y se restringe a una serie de experiencias con otra persona nada más. Además, nada garantiza que el trato vaya a ser mejor, pues hay parejas que dejan de intercambiarse afecto aunque hayan mantenido una vida sexual activa.
Un poquito deporfavor
deporfavorAl final, mi experiencia es que con los hombres, y especialmente los que van de masculinos, sea por la vía que sea resulta difícil que no haya falta de tacto, o temor u otro tipo de aversión al intercambio de muestras de afecto. Como escribía Mª Fernanda (leed su artículo, con especial atención al final), soy persona y requiero ternura, deseo, y también deseo caricias y otras muestras de cariño, independientemente de que mañana haya dejado de apetecerte que nos veamos. Que la gente haga lo que quiera, pero creo que es más elevado un cierto contacto con alma, hasta en los encuentros más livianos.
Ya me comentaréis aquí debajo qué pensáis vosotros.
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* El término gay friendly significa ‘apto para homosexuales’, que ya habría que plantearse qué cuernos hace que esto se tenga que especificar en pleno siglo diecin… veintiuno: si es una cuestión de mercado (busquen los términos ‘gaypitalismo’ o ‘capitalismo rosa) o es una cuestión de desigualdad y discriminación. No tengo más alegaciones, señoría.
** La diferencia entre ‘sexo’ y ‘género’ es «de primero de educación afectivosexual», así que si no la tenéis clara, os invito a que indaguéis.