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Un extranjero en la vida: sobre 'Cuentos' de Carlos Castán

12 de enero de 2021 13:27 h

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Todos los que amamos lo escrito por Carlos Castán veníamos notando una gran perturbación en la literatura española. Sus libros estaban desaparecidos o eran prácticamente imposibles de conseguir. Para hacerse con un ejemplar de Frío de vivir, Museo de la soledad, Solo de lo perdido, Polvo en el neón o de su novela La mala luz, había que rastrear por internet y sus páginas de venta de libros y, aun así, era muy afortunado el que conseguía hacerse con alguno a un precio razonable. Con paciencia, tiempo y determinación yo lo logré y tuve la suerte de poder leerlos. Afortunadamente, en la parte final de ese año que tantas cosas han pasado, la editorial Páginas de Espuma ha publicado un volumen con todos los cuentos de Carlos Castán.

Era necesario, era urgente. En esta época de Facebook, de Instagram o Twitter; en ese año de pandemia y aislamiento se hacen estos cuentos más necesarios que nunca. De ahí el acierto, lo oportuno de la edición. Estos cuentos que hablan de soledades, de sueños imposibles o rotos, de amor y deseo (que suelen ser lo mismo en las historias de Castán y en todas las historias), de pérdidas, de añoranzas, de memoria y derrotas.

Su lectura es un andar sobrecogido, un mirarse en el espejo y ver aparecer detrás de tu imagen reflejada, fantasmas del pasado y seres que te iluminaron con su presencia. Hechos que gozaste y otros que ya no recordabas cómo dolían. Es, también, andar sobrecogido y deslumbrado por su belleza, como cuando escuchas esos adagios de algunas sonatas para violonchelo y piano de Schubert o Schumann, tan lentas, tan sosegadas e intensas; o esos lieder de R. Strauss o G. Mahler que te atenazan con un nudo en esa zona interior localizada justo en el centro de tu cuerpo y que solo se deshace al acallarse la voz de la soprano. Belleza de esa prosa “que se descuelga sin avisar hasta el centro de nuestras entrañas”. Prosa que, como les debió de ocurrir a los primeros espectadores del cinematógrafo, asombra con las imágenes tan reales, tan exactas, tan directas y bellas. Imágenes que son la esencia misma de lo que escribe Castán. Es descubrir un estilo tan ajustado a la narración que al final no se conciben por separado, que lo que se cuenta y cómo se cuenta son inseparables, un único ser literario. Es degustar de un mundo que es tuyo y no lo es. Es reconocer, al final, que esos cuentos no hablan de ti ni de él, que son mucho más, que el mundo del que hablan está muy próximo, que bastaría con mirar o mirarnos mejor, con escuchar más atentos para descubrirlo. Un mundo que nos habita y habitamos, un mundo que es interior, pero, a la vez, nos rodea.

En su libro “Una casa lejos de casa. La escritura extranjera” (Ed. Contrabando, 2020), Clara Obligado escribe: “No tematizar, buscar desde la estructura, desde el corazón del texto. …Localizar lejos, en otro tiempo, en otras geografía”. Tal vez Carlos Castán sea eso, un extranjero en la vida y escriba para reflexionar sobre ese extrañamiento que duele dentro de sus textos y por eso hurgue en la memoria y en las distintas geografías que habitó. No sé, pero tal vez en el prólogo podamos encontrar la clave. Un prólogo que con mucho acierto se ha encargado al mismo escritor. En ese texto está toda la esencia de la literatura de Carlos Castán y nos permite redescubrir al autor y reconocer que sigue ahí, aunque haga mucho tiempo que no publica nada nuevo. Es un texto con una belleza difícilmente superable y el contrapunto perfecto para este volumen.

Y, para terminar, mi rabia: “La gente decía que yo me parecía físicamente al Bod Dylan de los primeros tiempos”. Cómo envidio a este personaje que puede ser también un trasunto del mismo Carlos Castán. De mí decían que me parecía al Julio Iglesias de los inicios y tuve que dejarme una barba que dura más de 40 años.

Todos los que amamos lo escrito por Carlos Castán veníamos notando una gran perturbación en la literatura española. Sus libros estaban desaparecidos o eran prácticamente imposibles de conseguir. Para hacerse con un ejemplar de Frío de vivir, Museo de la soledad, Solo de lo perdido, Polvo en el neón o de su novela La mala luz, había que rastrear por internet y sus páginas de venta de libros y, aun así, era muy afortunado el que conseguía hacerse con alguno a un precio razonable. Con paciencia, tiempo y determinación yo lo logré y tuve la suerte de poder leerlos. Afortunadamente, en la parte final de ese año que tantas cosas han pasado, la editorial Páginas de Espuma ha publicado un volumen con todos los cuentos de Carlos Castán.

Era necesario, era urgente. En esta época de Facebook, de Instagram o Twitter; en ese año de pandemia y aislamiento se hacen estos cuentos más necesarios que nunca. De ahí el acierto, lo oportuno de la edición. Estos cuentos que hablan de soledades, de sueños imposibles o rotos, de amor y deseo (que suelen ser lo mismo en las historias de Castán y en todas las historias), de pérdidas, de añoranzas, de memoria y derrotas.