'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Kafka en el laberinto del sinhogarismo: una lectura de 'Silencio administrativo' de Sara Mesa
¿Les suena de algo la palabra ‘privilegiados’? Seguro que sí, suena mucho de unos años a esta parte. Lo curioso es que teniendo, como cualquier otra palabra, su significado bien conciso en nuestro diccionario (que goza de un privilegio, que sobresale extraordinariamente dentro de su clase), el analfabeto funcional ha conseguido, como tantas otras veces, deformarla y moldearla a su gusto, convirtiendo en privilegiados a trabajadores que luchan (hasta la sangre, a veces) por sus derechos, inmigrantes que acaban hacinados en campamentos insalubres huyendo de la guerra o, como el caso que nos ocupa hoy, los vagos que van a por las paguitas (ah, ‘paguita’, otra maravillosa lección lingüística del analfabeto funcional).
Para la construcción de este relato, Sara Mesa se apoya en dos personajes de ficción, una tal Carmen, que vive en la calle a base de limosnas, y una tal Beatriz, que en la vida real serán la propia autora y un grupo de personas que se deciden a ayudar a la Carmen de la vida real (que existe bajo otro nombre). El resto es totalmente verídico.
El primer concepto con el que detenerse a darse cabezazos es el de «persona sin hogar debidamente acreditada». Para acreditar esta situación, Carmen debe acudir a los servicios sociales DE SU DOMICILIO (¿no es maravilloso?). Y esta será la nota dominante de todo el texto (de todo el proceso real de petición de ayuda): una carencia total y absoluta de lógica, planificada adrede para que el proceso acabe con la paciencia del solicitante o denegado por silencio administrativo.
No obstante, e investigando por su cuenta ante el Defensor del Pueblo, Beatriz descubre que la infravivienda (chabola, caravana, cueva…), puede y debe figurar como domicilio válido en el padrón, pero son los servicios sociales quienes deben acreditar el ‘sinhogarismo’ (serpiente que se muerde la cola).
Avanzando por las páginas conoceremos los parches del sistema, como los albergues, en los que hay rotación y el indigente sale igual que entró, su situación no ha cambiado absolutamente nada, con lo que se prolongan la pobreza y la estigmatización de la misma. En el caso de Carmen buscamos ayudas pensadas para personas EN RIESGO de exclusión. Entonces… ¿qué ocurre cuando ya estás excluido? A partir de este punto de partida viciado, el procedimiento no puede funcionar en ningún momento, ni aunque al final se consiga lo demandado, como se verá.
Comenzábamos hablando de esa gente que vacía de significado el término ‘privilegiado’. Será otro de los puntos más destacados del texto la estigmatización de la pobreza mencionada anteriormente. Si nos detenemos en cualquier noticia sobre ayuda social a desempleados, inmigrantes, marginados por cualquier causa y, en concreto, en los comentarios a dichas noticias en los diarios digitales, encontraremos hordas de indignados por los millones de euros que (creen) se destinan a estas personas y todas las oportunidades que (creen) tienen y rechazan, porque es más fácil tumbarse a vivir de la ‘paguita’ (ah, ‘paguita’, magnífico detector de imbéciles). Cada caso será único, no obstante Sara Mesa desglosa la vida de nuestra protagonista (Carmen) y cada capítulo de su vida encaja con el anterior. No hay errores ni culpa: la marginalidad es una escalera descendente que sin factores externos es imposible subir. La pseudofilosofía de la actitud ante la vida y el emprendimiento es basura para privilegiados (estos de verdad).
Volviendo a la solicitud, una vez conseguida la acreditación de ‘sinhogarismo’ (nos pedían contratos de alquiler, facturas, autorizaciones del arrendador, esto es, la Administración Pública realmente cree que en España se declaran los alquileres) conseguimos al fin la cita.
La cita es dos meses después, luego dos más para recopilar papeles, informes, etc… y otros dos para la respuesta final. ¿Cómo sobrevive seis meses una persona en esta situación?
Volvemos a la absoluta carencia de lógica. Admitido el ‘sinhogarismo’, sabiendo la administración que nuestra solicitante vive y duerme en la calle, ¿cómo piensan que puede recibir una notificación, rellenar UN FORMULARIO WEB? El simple hecho de apoyar un papel en el muslo para apuntar un dato que se le da por teléfono (suponiendo que, además de teléfono, tenga papel y bolígrafo) ya es una odisea si vives mendigando con bastón y sordera.
Todo este periplo no está exento de las maravillas que narraba Larra en «Vuelva usted mañana» (Sara Mesa hace varias referencias a Dickens y Kafka). Encontraremos que «certificación de inscripción padronal colectivo» no es lo mismo que «certificado colectivo de historial de domicilios». Formularios y jerga que se supone domina nuestra solicitante. Y cada vez que no se cumple un trámite en diez días, el expediente se detiene, cuando no se deniega la solicitud. Obviamente la parte pública si puede retrasar sus plazos sin consecuencia alguna. Como dijimos al principio, toda esta telaraña burocrática parece diseñada para hacer desistir al solicitante o denegarse de oficio.
Durante estos meses, Beatriz descubre una renta a la que la solicitante puede aspirar (no era la que en inicio se pedía). En ningún momento los servicios sociales han informado de ello, del mismo modo que nunca informaron de que se puede ‘regularizar’ la situación de ‘sinhogarismo’ que, recordemos, fue una actuación casi intuitiva de Beatriz ante el defensor del pueblo. ¿Para qué sirven, entonces, los servicios sociales? La autora en ningún momento duda de la bondad y disposición de estas personas, pero sí de su formación y preparación por parte de la administración.
Y en todo este asunto no se puede esquivar la responsabilidad de los medios, que ¿informan? de estas situaciones como algo negativo, pero no por la persona realmente afectada, sino haciendo ver que pueden poner en peligro la paz social, que genera delincuencia, que afea el turismo. De nuevo estigmatización del más necesitado, de nuevo titulares sensacionalistas y de nuevo comentarios en prensa digital y redes sociales de «un pico y una pala les daba yo».
Y todo esto para que, al final del camino, y sólo en el mejor de los casos, se obtenga una renta que sólo servirá para saldar deudas acumuladas, nunca para vivir con dignidad. Porque, sinceramente, traten de imaginarlo: llevan dos años sobreviviendo en la calle, en albergues, en pisos donde se les ha maltratado física y psicológicamente, sobreviviendo a golpes de calor en verano y heladas en invierno, a neumonías y huesos rotos, a palizas en el suelo, a que te orinen encima… Y un buen día te levantas, toses sangre y alguien te dice, porque ya no puedes ni insertar la tarjeta ni ver los números en la pantalla, que tienes 425 € en el banco. Y que los tendrás durante cinco meses más.
En serio, díganme qué se logra con eso.
¿Les suena de algo la palabra ‘privilegiados’? Seguro que sí, suena mucho de unos años a esta parte. Lo curioso es que teniendo, como cualquier otra palabra, su significado bien conciso en nuestro diccionario (que goza de un privilegio, que sobresale extraordinariamente dentro de su clase), el analfabeto funcional ha conseguido, como tantas otras veces, deformarla y moldearla a su gusto, convirtiendo en privilegiados a trabajadores que luchan (hasta la sangre, a veces) por sus derechos, inmigrantes que acaban hacinados en campamentos insalubres huyendo de la guerra o, como el caso que nos ocupa hoy, los vagos que van a por las paguitas (ah, ‘paguita’, otra maravillosa lección lingüística del analfabeto funcional).
Para la construcción de este relato, Sara Mesa se apoya en dos personajes de ficción, una tal Carmen, que vive en la calle a base de limosnas, y una tal Beatriz, que en la vida real serán la propia autora y un grupo de personas que se deciden a ayudar a la Carmen de la vida real (que existe bajo otro nombre). El resto es totalmente verídico.