'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Llorar el legado: una lectura de 'Eco', de Carlos Frontera
El eco tiene como sinónimos las palabras repercusión y resonancia. Se usa también como elemento prefijal en nombres como ecografía. El eco igualmente es esa reminiscencia metafórica que pervive en nuestros interiores y que dibuja los silencios que atesoramos. Y todo esto es 'Eco', la novela que se ha inventado el escritor Carlos Frontera: una confesión desparramada de un narrador en primera persona que decide ser valiente y se arriesga con la palabra para desvestir los rincones del yo: una especie de retumbo alucinado que va transformándose a medida que suceden las páginas; una confesión desoladora (y también liberadora, menos mal) de cascajos de vida que obligan a ese narrador a un continuo replanteamiento vital por la repercusión que tienen los acontecimientos narrativos en su interior.
'Eco' es como una especie de “educación sentimental” distorsionada en la que liberación y atrevimiento luchan entre las ruinas que la vida ocasiona. Pero es, asimismo (y aquí los párrafos se colman de ternura y de esperanza -camufladas, eso sí-), una ecografía de la supervivencia o sobre los deseos de encontrar tu lugar en el mundo cuando logras escapar de las secuelas de tus derrumbes. Por eso hay verdad dentro de esta novela, y esa verdad el lector la percibe en dos direcciones: por un lado, es inevitable el eco de la identificación personal; por otro, es forzoso sentir el eco de lo que parece autobiográfico y, por tanto, algo que se juzga como cercano, existente y como lo más auténtico del otro. Entonces, ese eco se ensancha y ocurre la simbiosis: narrador, escritor y lector parecen el traje (o el fantasma) de una misma entidad. Es lo que yo llamo literatura-espejo, no en el sentido stendhaliano, sino en el sentido confesional, y en el que lo íntimo se erige en auténtico protagonista de la narración, en el motor del andamiaje estructural de una novela que se ensancha en significados y resonancias, en ecos de literatura íntima por la que los escritores se dejan la piel y hasta el alma más desnudas que nunca. Es un desvestimiento catártico, aunque también doloroso: no debe ser cómodo ni fácil reconstruirse frente a los demás mostrando tus miserias morales o neuróticas (que, en realidad, son parte fundamental de la supervivencia de todos nosotros).
Infancia, desamor y legado familiar se restriegan entre sí dentro del relato. Como en la cimentación de un puzzle, el narrador recoge las piezas de un desmoronamiento que tiene mucho de crisis, pero también de exploración y de reconstrucción. Hay en 'Eco' preguntas, dudas, miedos, desplomes internos que cuestionan las decisiones que tomamos. Y, pese a todo esto, la novela también se atreve a hablar de aspiraciones, de sueños, de voluntades y de anhelos. En definitiva, de encontrar un espacio propio en el mundo como retribución a la supervivencia, que nunca es fácil ni cómoda, por supuesto. Es un relato conmovedor de principio a fin. En él, médico y doliente son la misma persona (el narrador que narra y se narra al mismo tiempo) y ambos en uno logran que el lector se ponga al día consigo mismo mientras lee y hasta después de cerrar el libro. Es lo que tiene la literatura franca y desprendida: que obra el milagro del canjeo. Dar y recibir.
Carlos Frontera tiene dos libros publicados. Ambos nos muestran a un escritor con estilo e idiosincrasia propios que lo convierten en un prosista que aporta su singularidad (para mí sobresaliente) en el panorama narrativo. En este autor destacan temas y recursos que se amasan entre sí para crear una narrativa libre y de calado profundo. Ahí están como propios: el humor (corrosivo, caricaturesco, sensible y puñetero) y las frases depuradas, repetidas o aplazadas que se acercan a un estilo poético muy cercano a la oralidad, sin perder nunca la hondura, el puntillismo o la callosidad. Sus oraciones descifran, calan y atraviesan al lector, que se reconoce (y mira) en el eco que la novela compone de manera tan sugerente, de la misma manera que nos entra una melodía de belleza inenarrable: a través del alma. El escritor sevillano hechiza con su tono cristalino, con un encanto colmado de energía narrativa encomiable, de esa que apuesta por herir y, al mismo tiempo, por reconfortar, ya que obtiene el prodigio de encajar en sus páginas la vida real, esa que hoy nos dibuja como seres con tantas grietas y tan vulnerables.
Escribir para rellenar el eco. Porque la realidad también se hereda.
El eco tiene como sinónimos las palabras repercusión y resonancia. Se usa también como elemento prefijal en nombres como ecografía. El eco igualmente es esa reminiscencia metafórica que pervive en nuestros interiores y que dibuja los silencios que atesoramos. Y todo esto es 'Eco', la novela que se ha inventado el escritor Carlos Frontera: una confesión desparramada de un narrador en primera persona que decide ser valiente y se arriesga con la palabra para desvestir los rincones del yo: una especie de retumbo alucinado que va transformándose a medida que suceden las páginas; una confesión desoladora (y también liberadora, menos mal) de cascajos de vida que obligan a ese narrador a un continuo replanteamiento vital por la repercusión que tienen los acontecimientos narrativos en su interior.
'Eco' es como una especie de “educación sentimental” distorsionada en la que liberación y atrevimiento luchan entre las ruinas que la vida ocasiona. Pero es, asimismo (y aquí los párrafos se colman de ternura y de esperanza -camufladas, eso sí-), una ecografía de la supervivencia o sobre los deseos de encontrar tu lugar en el mundo cuando logras escapar de las secuelas de tus derrumbes. Por eso hay verdad dentro de esta novela, y esa verdad el lector la percibe en dos direcciones: por un lado, es inevitable el eco de la identificación personal; por otro, es forzoso sentir el eco de lo que parece autobiográfico y, por tanto, algo que se juzga como cercano, existente y como lo más auténtico del otro. Entonces, ese eco se ensancha y ocurre la simbiosis: narrador, escritor y lector parecen el traje (o el fantasma) de una misma entidad. Es lo que yo llamo literatura-espejo, no en el sentido stendhaliano, sino en el sentido confesional, y en el que lo íntimo se erige en auténtico protagonista de la narración, en el motor del andamiaje estructural de una novela que se ensancha en significados y resonancias, en ecos de literatura íntima por la que los escritores se dejan la piel y hasta el alma más desnudas que nunca. Es un desvestimiento catártico, aunque también doloroso: no debe ser cómodo ni fácil reconstruirse frente a los demás mostrando tus miserias morales o neuróticas (que, en realidad, son parte fundamental de la supervivencia de todos nosotros).