'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
¿Realismo... experimental? : una lectura de `Cuántos de los tuyos han muerto´ de Eduardo Ruiz Sosa
Cuando compro un libro de un autor vivo que conozco en persona y cuya obra he leído, me gusta fantasear con la idea de que no tengo la más mínima referencia previa sobre él y cuáles serían mis impresiones iniciales antes de comprarlo, partiendo sólo de la portada, la foto del autor y su país de origen. A ver, ¿qué tenemos aquí? Un título, Cuántos de los tuyos han muerto; un dibujo de lo que parece la figura aporcelanada o enmaderada de la Santa Muerte mexicana; y mexicano es su autor, ni más ni menos que de Sinaloa. Muerte, Sinaloa... El prejuicio ya está a punto de caramelo. Me lo llevo.
Cada país o región, cada cultura, está condenada a cargar con una costra publicitaria promovida por el devenir de los acontecimientos históricos o recientes. El caso que nos ocupa es el de un escritor sinaloense —el cártel de ese estado es ahora una marca, una imagen, una “moda” de fama internacional— que, al poner a la muerte protagonizando once relatos, parece que vaya a centrarlos en morbosos casos de violencia por narcotráfico. ¿Y hay violencia? No más que en cualquier obra de narrativa breve contemporánea en cualquier idioma. ¿Y hay narco puro? Apenas en un relato, y de manera indirectamente escenográfica.
Así pues, superar esta prueba es fácil si hay un lector que aprecie el malabarismo literario de primera división, exquisito en el juego verbal, aunque metiendo las manos en harina y barro cuantas veces lo requiera la trama. Ahí están las posibilidades de la eutanasia, el drama de la inmigración, el de los “desaparecidos”, la presión vital del cuidador de un enfermo crónico, la elección del suicidio como salvación, los límites sociales tenebrosos que puede traspasar un performista, la autodestrucción por la vía del fervor religioso, esoterismo doméstico, humor negro, maldiciones inventadas, carnicerías forenses, intertextualidad borgeana... Desde el primer relato, ‘Desaparición de los jardines’, se nota que Eduardo Ruiz Sosa es algo más que un contador de historias. Un servidor, que lee con frecuencia novela, pero escribe más poesía que otra cosa, sabe percibir a kilómetros qué narrador pasa por ser un profundo lector de poesía atemporal y qué narrador ha leído cuatro sonetos clásicos contados por su abuela. Eso se percibe en la música de la ficción. Eduardo es cualquier cosa menos sordo. Y para muestra, un botón: la mayoría de las citas que encabezan cada relato son versos de T. S. Eliot, Antonio Gamoneda, Juan Carlos Mestre, José Barroeta o Diego Sánchez Aguilar.
Memoria y muerte se enmadejan hasta el último cuento. Quien desee recibir una lección magistral sobre la memoria y sus laberintos que aparte de un manotazo cualquier tesis académica, por muy rigurosa que sea, y pida de inmediato en su librería de confianza la novela total de Ruiz Sosa Anatomía de la memoria (Candaya, 2014). En Cuántos de los tuyos han muerto hay un añadido importante: el autor, en su vida real, fue golpeado por la muerte de seres queridos muy cercanos —se puede morir en vida también— poco antes de sembrar el grano de esta cosecha.
Es feliz la memoria cuando no somos deudores. Es casi un paraíso sin leyes de expulsión. Schopenhauer decía que la recordación actúa como la placa de una cámara fotográfica; capta todas las cosas y nos da una imagen mucho más bella que el original. El recuerdo del halago es quebradizo, pero el del dolor es tenaz. Eduardo Ruiz Sosa trata, pues, la memoria como una enfermedad y la diagnostica once veces, sirviéndose de herramientas ortográficas (párrafos con ausencia de puntuación), espaciales (la prosa, de repente, se desgrana en forma versal y vuelve a prosificarse) o estructurales (con juegos de espejos, giros de técnica cinematográfica, cambios gramaticales y de voz narrativa), conformando una polifonía fúnebre y espolvoreando oro argumentativo en este cuerpo fragmentado: «Yo me quedé pensando en la idea de que el amor fuera una servidumbre. El que ama, un siervo. Poseer, ser poseído»; «Cometiendo un crimen puede hacerse justicia»; «Creo que a veces es la muerte la que nos hace miembros de la misma familia»; «Nada hay que nos desafecte el cuerpo herido. Aquel hombre, sin embargo, insistía en el sol, en la quemadura, en la evaporación».
Abandonamos el cuerpo y somos puro recuerdo. Y cuando muere el cuerpo de la última persona que nos recuerda, nos extinguimos del todo. Una teoría obsesiva en este libro, en los anteriores y, arriesgándome a profetizar, diría que en la obra futura de Eduardo. No es realismo ortodoxo, no es realismo mágico. ¿Qué son, entonces, estas once crónicas poéticas, estas confidencias con la espalda llena de latigazos pensativos? ¿Está abriendo la puerta Eduardo Ruiz Sosa a un “tercer realismo”?
Cuando compro un libro de un autor vivo que conozco en persona y cuya obra he leído, me gusta fantasear con la idea de que no tengo la más mínima referencia previa sobre él y cuáles serían mis impresiones iniciales antes de comprarlo, partiendo sólo de la portada, la foto del autor y su país de origen. A ver, ¿qué tenemos aquí? Un título, Cuántos de los tuyos han muerto; un dibujo de lo que parece la figura aporcelanada o enmaderada de la Santa Muerte mexicana; y mexicano es su autor, ni más ni menos que de Sinaloa. Muerte, Sinaloa... El prejuicio ya está a punto de caramelo. Me lo llevo.
Cada país o región, cada cultura, está condenada a cargar con una costra publicitaria promovida por el devenir de los acontecimientos históricos o recientes. El caso que nos ocupa es el de un escritor sinaloense —el cártel de ese estado es ahora una marca, una imagen, una “moda” de fama internacional— que, al poner a la muerte protagonizando once relatos, parece que vaya a centrarlos en morbosos casos de violencia por narcotráfico. ¿Y hay violencia? No más que en cualquier obra de narrativa breve contemporánea en cualquier idioma. ¿Y hay narco puro? Apenas en un relato, y de manera indirectamente escenográfica.