Mujeres con menores a su cargo: el nuevo perfil de solicitante de alimento en Murcia por la crisis del COVID-19
Son las 10 de la mañana en la calle Eulogio Soriano de la ciudad de Murcia y decenas de personas esperan ya frente a una gran puerta en la que se puede leer Comedor Social de la fundación Jesús Abandonado. Gente de distintas edades, sexos y nacionalidades hacen tiempo, ya sea de pie o sentados, mientras salen a recibirlos. “Todas estas personas vienen a recoger la bolsa de alimento que entregamos diariamente de 11.30 a 12.15”, cuenta Amparo García, una de las trabajadoras sociales que forma parte de la plantilla de la fundación desde 2006.
La COVID-19 ha cambiado las rutinas de trabajo de esta fundación. Durante el confinamiento, que acabó el pasado 21 de junio, tuvieron que cerrar el comedor social. Ahora, con un límite de aforo, han tenido que reorganizarse para cumplir la nueva normativa, evitar las aglomeraciones, y hacer frente al incremento de la ayuda social que se ha cristalizado con la aparición de “un nuevo perfil de personas que normalmente no hubiesen solicitado alimento”, relata la trabajadora social. Este perfil corresponde a personas que estaban trabajando en empleos muy precarios o inestables como la hostelería, y que por la COVID-19 se han quedado sin trabajo y, por tanto, sin ingresos. Además, tienen menores a su cargo. “Sobre todo son mujeres, aunque también hay algún hombre. Asimismo, suelen ser familias monomarentales”, recalca García y añade que “con la desescalada estas personas siguen recibiendo ayuda de la fundación Jesús Abandonado, porque todavía no se han recuperado”.
“Desde esta pandemia estamos muy mal”, asegura Mercedes (nombre ficticio), una de las mujeres que ha empezado a recibir ayuda de la fundación tras la COVID-19. Desde que vino a España, Mercedes se dedicaba al cuidado de personas mayores, pero sufrió una hernia discal, pendiente de ser operada. “Llevo 18 años viviendo en España, pero antes no tenía papeles y la gente se aprovecha cuando esto pasa”, afirma Mercedes que ha cotizado, “pero muy poquito, por lo que ahora no percibo ningún ingreso”.
Su lesión y la falta de trabajo tras la pandemia hicieron que no pudiese hacer frente al pago de su casa. “Estaba de alquiler y me quedé sin empleo, por lo que me echaron a la calle”, relata la mujer. Ahora, se encuentra viviendo con unos amigos y acude al comedor social de la fundación: “Si no fuera por Jesús Abandonado no podríamos hacer nada, nos quedaríamos en la calle, con hambre, y con todo”.
Como Mercedes, hay otras 440 personas que hacen uso del comedor social. “Desde Jesús Abandonado estamos entregando una media de 200 bolsas diarias de alimentos para que las personas se las lleven a su domicilio. Además, en el comedor social en abierto atendemos cerca de 120 personas tanto para cenar como para comer”, afirma García. Pero no solo es la ayuda alimentaria, Jesús Abandonado también brinda apoyo mediante su centro de acogida situado en la calle Santa Catalina, que acoge a 109 personas diariamente.
“Intento recuperar el tiempo perdido”
Una de las personas que vive ahí es Pedro (nombre ficticio), un hombre de 63 años que residía en el municipio murciano de Los Alcázares con su familia. Pedro fue médico durante treinta años, pero una mala racha familiar unido a un abuso en el consumo de drogas, hicieron que acabase viviendo en la calle y aparcando coches para poder subsistir. Antes del confinamiento, una trabajadora social de Jesús abandonado lo encontró en la calle y le pidió que pasase por la fundación si necesitaba ayuda.
“Pase de estar malviviendo en la calle y rodeado de gente que no me era muy positiva, a vivir en un alojamiento en el que tenía derecho a una cama, a un techo y a una ducha”, relata Pedro y agrega que lleva seis meses limpio: “Ahora estoy aquí, intentando recuperar el tiempo perdido”.
Pedro vive en el centro de acogida, acude al comedor social tanto a la hora del almuerzo como de la comida, y el resto del tiempo lo pasa en el centro de día de la fundación -otra instalaciones de Jesús Abandonado cuyo aforo se ha visto limitado por la COVID-19- donde lee, ve películas, escucha charlas y socializa con el resto de sus compañeros.
“El objetivo del centro de día es que las personas sin hogar no pasen tanto tiempo en la calle”, afirma García. “Si estás en la calle al final te encuentras con cosas que te recuerdan al pasado, amigos de consumo y, en general, cosas negativas. A mí me quitas esto y me hundes. Para mí esto es mi salvación”, concluye Pedro.
“O pagan el alquiler, o comen”
“El perfil más común sigue siendo el hombre entre los 40 y 60 años, sin ingresos o con ingresos muy limitados como personas con pensiones no contributivas, con domicilio y que o pagan el alquiler del domicilio y/o la habitación o comen”, afirma García y señala que “esto se da sobre todo en los temporeros”.
Carlos (nombre ficticio) es uno de estos temporeros. El hombre trabajaba en el campo hasta que sufrió una rotura en el tendón del brazo izquierdo. “La empresa me mandó a la mutua donde me tomaron varias radiografías, pero me dijeron que no tenía nada grave aunque yo no podía mover el brazo. Me concedieron la baja por seis meses mientras me hacían pruebas. Al no encontrarme nada me dieron de alta, pero a mí me seguía doliendo mucho el brazo y lo tenía inflamado, por lo que no podía trabajar”, relata Carlos. Ante esta situación, acudió a Jesús Abandonado donde le dieron asesoramiento y alimentos mientras le seguían haciendo pruebas para saber qué tenía.
“Un día desde Jesús Abandonado me mandaron a la piscina y se me hinchó el brazo, fui al medico y me hicieron una resonancia después de dos años y ocho meses desde que sufrí la lesión”. La mutua le concedió una indemnización de 4.800 euros, pero la Seguridad Social no le reconoció ninguna incapacidad por lo que Carlos inició una demanda. El juicio terminó el octubre pasado y el fallo salió en su contra: “Me dijeron que se me rompió el tendón por viejo, no por el trabajo”.
A sus 60 años, Carlos se encuentra cobrando una renta básica de 430 euros con la que paga el alquiler de su habitación en Murcia y ayuda a su familia en lo que puede. Recibe su bolsa diaria de alimentos de Jesús Abandonado y realiza cursos con lo que ampliar su formación a través del Centro de Empleo y Formación de Jesús Abandonado, en colaboración con el Instituto Murciano en Acción Social (IMAS) y la Sociedad de Empleo y Formación (SEF).
El Covid también ha afectado este espacio dentro de la fundación. “Antes teníamos 15 alumnos, eran dos por mesa, y ahora solo tenemos uno por mesa para respetar el metro y medio de distancia”, afirma Ángel Redondo, otro trabajador de Jesús Abandonado y encargado del centro de día. “A nosotros nos dan subvenciones con las que realizar el curso de 15 personas. Con la COVID-19, hay que reducir el aforo a la mitad, pero nosotros tenemos que pagar al profesor una cantidad por dar un curso tanto tiempo, por tanto, no puedo pagarle por dar dos cursos porque no me da el dinero”, señala Redondo.
Pese a la situación, la red de trabajadores sociales y voluntarios de Jesús Abandonado sigue en pie de guerra para ofrecer todos estos servicios de lunes a domingo -la fundación abre todos los días de la semana-, identificar las necesidades de los usuarios, y ofrecer una solución a los más perjudicados por el coronavirus: las personas en riesgo de exclusión social.
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