Universalmente reconocido como poeta, dramaturgo, humanista y filósofo de un casino provinciano, Antonio Machado (1875-1939) ejerció, asimismo, el periodismo con asiduidad, agudeza y acendrado espíritu crítico. Mas esta función, la de periodista, es poco conocida de sus incondicionales seguidores. Pese a que la practicó de principio a fin de su dilatada carrera literaria, apuntando a muy diversos frentes de la actualidad y del pensamiento. Aunque, de rigor es subrayarlo, sus desmadejados artículos periodísticos nunca rayaron a la misma altura que el resto de su obra literaria, tan lograda.
Como articulista fue «en el buen sentido de la palabra, bueno». En el sentido de bondadoso. Bien que nunca insensible al envolvente panorama literario. Ni tonto por conveniencia. Cuando las circunstancias le obligaron a sacar el aguijón, el alumno de Abel Marín y vocero de Juan de Mairena (sus heterónimos) no se cortó un pelo en aplicarlo en salva sea la parte de quien procediera. Eso sí, como el que no quiere la cosa. Sin mal café ni acritud. Con elegancia moralizadora.
Pruébalo así el artículo —casi un mini ensayo— publicado en el Suplemento literario del periódico murciano «La Verdad» el 29 de junio de 1924, en el que dialécticamente pone en la balanza dos categorías contrapuestas: el que escribe en plan académico (el academicista) y el que su obra le predestina a la Academia (el academizable).
EUGENIO D'ORS, ACADEMICISTA
Desde que el admirable «glosador» de «La Veu de Catalunya», escribe sus crónicas en el diario «A. B. C. », ha ido acentuando más gravemente su tendencia inicial de confundir lo clásico con lo academicista.
Propuso un día esa extraordinaria equivalencia entre Pascal y El Greco, condenados o anatematizados ambos por el mismo pecado: romanticismo. Fue, otra vez, el anatema lanzado contra Kusevitzky—el más exacto y perfecto exegeta musical clásico.—Últimamente, establece otra nueva y más extraordinaria analogía: la de Moréas, —el seudo-clásico, seudo-poeta y seudo-francés Moréas— con Rafael.
A veces, Eugenio d'Ors 'Xenius' (1881-1954) se gustaba tanto hablando, escribiendo y filosofando que el cazurro payés Josep Pla llegó a ironizar de él que hablaba en cursivas. Remedando las Vidas Paralelas de Plutarco, D'Ors tendía a contraponer personajes y modos de hacer artísticos no pocas veces traídos por los pelos. Práctica desaprobada por Machado, 'el coplero', que en la réplica se da por aludido.
Antes, había desdeñado a Tagore y, acaso, a Juan Ramón Jiménez, — no sabemos si a aquél por causa de éste,— para exaltar, ahora, al último Antonio Machado, el actual coplero de las «Nuevas Canciones». Y al coro de las pueriles alabanzas escolares que a su Director repiten todos los meses los redactores de la Revista llamada «de Occidente», unió la suya, más importante, hablando de Atenas y Florencia, —¡y aún dudábamos del itinerario clasicista de Maurrás!—, así, escribía un: «esculpe frases miguelangelescas» en lugar del: «nuestro querido, nuestro admirable o nuestro venerado Director» que se acostumbraba.— Miguel Ángel y Ortega y Gasset, otro extraordinario paralelo—.
Puesto el toro en suerte, el crítico Machado remata la faena con un tierno rejón de castigo. En todo lo alto. O si se quiere: con sutiles banderillas negras. Sin andarse por las ramas, Machado manifiesta lo que era entonces un secreto a voces: el frasco de las esencias del Xenius corría el riesgo de evaporarse, de puro estilista. Lo que Machado consideraba una pena, por lo mucho que de él su tiempo esperaba.
Lealmente, quienes tanto admiramos la sutileza intelectual de aquel Xénius inolvidable, sentimos miedo ahora, —o tal vez inquietud, desilusión, sorpresa,— de ver perderse, una vez más en España y, también, quizás, por el periodismo, esa cosa maravillosa que debiera ser intangible: una inteligencia.
ANTONIO MACHADO, ACADEMIZABLE
Nada tiene de particular, por clásico, que dos literatos españoles rivales recreen en la vida pública la lucha sin cuartel del «Duelo a garrotazos» de Goya. Mas aquí, los garrotazos se limitan a su estricta condición de puya dialéctica, sólo al alcance de los lectores más inteligentes. D'Ors, academicista. Machado, academizable.
Cuando dos años mas tarde (24 de marzo de 1927) el academizable Machado tuvo noticias de su nombramiento para la Academia expresó aquello, tan suyo, tan de socio de un casino provinciano: «Es un honor al cual no aspiré nunca; casi me atreveré a decir que aspiré a no tenerlo nunca. Pero Dios da pañuelo a quien no tiene narices...».
Narices que el academicista D'Ors siempre tuvo pendientes de que a ellas llegara el siempre pretendido pañuelo de la Academia.
Universalmente reconocido como poeta, dramaturgo, humanista y filósofo de un casino provinciano, Antonio Machado (1875-1939) ejerció, asimismo, el periodismo con asiduidad, agudeza y acendrado espíritu crítico. Mas esta función, la de periodista, es poco conocida de sus incondicionales seguidores. Pese a que la practicó de principio a fin de su dilatada carrera literaria, apuntando a muy diversos frentes de la actualidad y del pensamiento. Aunque, de rigor es subrayarlo, sus desmadejados artículos periodísticos nunca rayaron a la misma altura que el resto de su obra literaria, tan lograda.
Como articulista fue «en el buen sentido de la palabra, bueno». En el sentido de bondadoso. Bien que nunca insensible al envolvente panorama literario. Ni tonto por conveniencia. Cuando las circunstancias le obligaron a sacar el aguijón, el alumno de Abel Marín y vocero de Juan de Mairena (sus heterónimos) no se cortó un pelo en aplicarlo en salva sea la parte de quien procediera. Eso sí, como el que no quiere la cosa. Sin mal café ni acritud. Con elegancia moralizadora.