Siento decepcionar a los lectores, pero este artículo no versa sobre el coronavid-19, el título se ha elegido para llamar la atención del lector que, en los tiempos que corren, siente una profunda preocupación por esta pandemia. En lugar de ello, en este artículo os contaré la historia de una niña; historia que no espero que os agrade, sino que os indigne.
Allá por el año 1940, en la ciudad de Estrasburgo, vivía Julie, una niña de doce años. Tenía los ojos azules y el pelo rubio, rebosaba de energía e inocencia. Le gustaba jugar al fútbol, y tenía muchísimo talento. Era la mejor de entre sus compañeras, y había ganado muchas medallas de distintos campeonatos nacionales.
Sin embargo, un día todo aquello cambió. El 2 de marzo de 1940, Julie se encontraba abrazando a su madre Marine. Le abrazaba tan fuerte que sus uñas impregnaban de marcas el cuerpo de su madre. Julie estaba aterrorizada ya que, sin comprender porqué, le estaban persiguiendo. Un día antes, su padre fue asesinado, una bala le alcanzó mientras se dirigía a comprar alimentos básicos para su familia, que se encontraba hacinada en casa. El 4 de marzo, a su mejor amigo, David, le cayó una bomba cerca, y fue alcanzado por la misma. Trasladado al hospital, tuvieron que amputarle la pierna para evitar que muriera.
Las bombas no cesaban de caer en la ciudad, y el pánico de la niña aumentaba cada minuto. La comida escaseaba, cortes de agua, de luz, personas ahorcadas en la calle… Para Julie era insoportable, le habían arrebatado todo. Por eso, ella tuvo el coraje de huir, de buscar un lugar seguro, lejos de los militares del ejército nazi, lejos de sus tropas, de sus bombas, de su odio. Solo le quedaba la ilusión de conseguirlo, de poder escapar para así intentar empezar una nueva vida.
Esta historia, como muchas de la época, era difícil que tuvieran un final feliz. Las crónicas que se vivían en tiempos de guerra son las páginas más negras de nuestros anales, sentimos vergüenza al recordar todo lo vivido, todo el sufrimiento e injusticias que se vivieron. Pero son épocas lejanas, ¿verdad?
El 7 de marzo, pero esta vez de 2020, la historia de la niña se repite. En esta ocasión cambia el nombre, hoy se llama Nora, se llama Nisrine y Ndenga, y son de Siria, de Afganistán, Eritrea o del Congo. El problema es que, en 2020, cuando esta niña decide escapar de la barbarie, salvarse, y llega a un país en el que, aparentemente puede refugiarse, es rechazada, secuestrada y, a veces, hasta gaseada.
Demasiado triste es ver que, ante esta situación, encontramos a ciertas corrientes que rechazan tajantemente ayudar a esta niña. Como el caso de algunos políticos aquí, y destaco especialmente el comentario que se hizo desde una institución europea de un parlamentario, que afirmaba que: las imágenes de las autoridades griegas gaseando a a los desplazados le parecían hermosas, o maravillosas, entré en shock, y mi mente dejó de funcionar por unos segundos, por eso no recuerdo el término exacto. Sentí mucha indignación, y sobre todo vergüenza de compartir el mismo planeta con tal persona, que le parezca maravilloso el sufrimiento de niños, mujeres, hombres inocentes y ancianas.
Quizás la crisis del coronavirus nos haga entender, un poco más, por qué las personas huyen cuando tienen miedo, cuando su vida peligra, cuando en cualquier momento te puede caer una bomba, ser ahorcado o violada. La pandemia nos deja evidente de que el mundo esta interconectado, y que las miserias, independientemente de donde nazcan, son responsabilidad de todos.
Europa, continente de los Derechos Humanos, de las libertades, de la democracia que se basa en la dignidad y la igualdad, es el continente donde fue rechazada, gaseada y expulsada esta niña. Pero ¿por qué Occidente reacciona de esta forma ante esta situación? ¿Acaso no debería proteger sus fronteras ante una “invasión”? ¿Acaso no es Europa la que soporta todo el peso de los refugiados, a los que, posteriormente tiene que darles ayudas sociales que, ni siquiera ellos mismo tienen?
Para aclarar este tema, es necesario que sepamos donde se encuentra el mayor número de refugiados, y cuáles son los países que soportan realmente el peso de estos desplazados. A continuación, se exponen los países del mundo que más refugiados reciben: más del 80 % de los refugiados se encuentra en países con escasos recursos, y sin un sistema sólido para proporcionarles seguridad y vida digna. Así pues, encabezan la lista de los países que más refugiados reciben Turquía con un 3,7 millones de personas refugiadas, Pakistán con 1,4 millones de refugiados, Uganda con 1,2 millones y Sudan con un millón. Alemania es el único país occidental que entra en esta lista, con un millón de desplazados (CEAR, 2020). Además, cabe destacar el Líbano y Jordania que son los dos países que, teniendo en cuenta la proporción de su población, son los que más refugiados reciben. El Líbano es un país con una superficie igual (incluso ligeramente inferior) a la de la Región de Murcia. Se trata de 10.400 km. (en el Líbano) frente a los 11.313 km. de la Región de Murcia.
De momento, estos son los países que soportan el peso de esta crisis humanitaria. Mientras tanto, el viejo continente, cuna de los Derechos Humanos y de las libertades, está lejos de hacer honor a los valores que fueron la base de su creación.
Un día nos acordaremos del coronavirus, y cómo lo superamos, nos enorgulleceremos de haberlo vencido, de haber creado una vacuna, nos sentiremos orgullosos de haber bailado las mejores danzas, compuesto las mejores sinfonías, cantado las canciones más bonitas, movido montañas y construido los más bellos edificios. Pero, en contraposición, nos acordaremos, y nos avergonzaremos de haber creado cánceres, de haber torturado, creado virus, nos acordaremos de Chernóbil y de Hiroshima, de haber asesinado a Malcolm X, a John Lennon y a Martin Luther King, de haber hecho a Trump presidente y, también, de haber gaseado a niñas que huían del horror.
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