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Mi barbero es de derechas y me doy cuenta diez años después

Aldo Conway

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Tengo muchísimos defectos, pero mi pelo no es uno de ellos. ¿Mi secreto? Siempre voy al mismo peluquero.

Hace algunos días que pienso en Fernando, que lleva siendo mi barbero desde que cogió las tijeras por primera vez y con el que he hecho una gran amistad durante los diez años que nos conocemos. Fernando es de esos pibes de buen corazón de verdad, de ese tipo de chavales por los que existe la expresión ‘buena gente’, que todos sabemos que no es equivalente a un pulcro ‘buena persona’. Ser buena gente implica una gracia, un duende y una bondad que a las simples y llanas buenas personas se nos pasa por alto.

Para poneros en contexto: mis conversaciones con él durante una década han sido un reflejo del momento en que vivíamos, salvo con una excepción enorme: nunca habíamos hablado de política. Nunca había surgido el tema, ni siquiera en los momentos más politizados de la sociedad, en 2018 y 2019. Jamás hablamos de Podemos, a pesar de que nos conocimos antes de su fundación; nunca hablamos de Vox o de la crispación política y, de los pocos temas sociales de los que hemos habladosiempre hemos tenido posturas similares.

Y, hasta marzo de 2023, jamás habíamos hablado de política.

Hace unas semanas vino Yolanda Díaz a Murcia, y tenía que cubrir el acto para este mismo diario, así que bajé a lo de Fernando a que me dejase bien guapísimo – como siempre – para la ocasión. Lo notaba preocupado, aunque no quise preguntarle. Como mi trabajo le causa mucha curiosidad, cada vez que voy, me pregunta que a qué famoso he entrevistado o en qué líos me he estado metiendo esa semana. Porque, sí, voy a la peluquería cada diez días, que os den.

Casi siempre estamos solos en su bajo, que tendrá unos veinte metros cuadrados y lo ha reformado él mismo; de hecho, lo pudo abrir el año pasado después de nueve años currando en una peluquería de señoras que estaba un par de calles más allá, en los que siempre me decía: “algún día tendré yo mi pelu, ya lo verás”. Cuando hablamos lo hacemos mirando a los ojos del otro desde el espejo y siempre lo hacemos con sinceridad. Pero yo, estas dos últimas veces, he faltado a mi sinceridad con él.

Me preguntó a dónde iba y yo le dije que a ver a Yolanda Díaz, que me apetecía además porque me encanta [ella], creyendo, basándome en diez años de escucharle, que a él también le gustaría. Y, en realidad, le gustaba, pero él tenía otros planes en mente. “Hermano” me dijo, “yo sé que es una mierda, y no creo que vaya a ir a votar, pero a mí, que soy autónomo, lo que más me interesa es votar a Vox”. Claro, aquello, para mí, que también soy autónomo, me chocó. ¿Sabe algo que yo no sepa? Como si los autónomos no tuviésemos como única alternativa saludable el anarcocomunismo y acabar con el Estado y con las empresas y con la ONU, si eso, y con lo que se ponga por delante.

Sí que, de unos meses a esta parte, ha soltado el típico comentario: “Tengo un colega que es muy rojo y que dice [no recuerdo qué decía su colega]”. Pero, es la típica cosa, ¿no? O sea, que no digo yo que el chaval tuviera que ser del Partido Marxista-Leninista (Reconstrucción comunista), pero me choca. Es como ver desnudo a alguien a quien no habías visto nunca sin ropa. O algo así.

Tengo que aclarar, por si es que hace falta — que entiendo que no — que no tengo ningún problema con que sea de derechas: únicamente me sorprende porque, en diez años, siempre había dado por hecho que era de izquierdas, como yo, así que, en realidad, me alegra haber sabido esto teniendo la madurez suficiente: este artículo gira en torno al concepto de que no hay más ciego que el que no quiere ver. A saber:

Vamos a imaginar por un momento que el infierno es mío; en plan, de mi propiedad. Pues en ese infierno hay un lugar reservado para los que entienden mal las películas. No hablo de los que no entendieron Interstellar porque nadie le dio más importancia a esa peli que Nolan, hablo de los que no entienden una película tan evidente en lo simbólico como ‘No Mires Arriba’. Por ejemplo, porque la lista es larga.

En Twitter puedes cruzarte todos los días con varios así: foto de perfil de Tyler Durden o ese que fuma tanto de los Peaky Blinders o Walter White o Tony Soprano. Tienen menos luces que un defensa del madrí. Su metacognición del mundo, de la que presumen y con la que te sueltan tremenda turra sobre “la sociedad hoy en día” y las cosas “de este país en la actualidad”, se basa en haber entendido mal El Club de la Lucha.

Hace unas semanas leí al tuitero Lavin (@laviincompae) decir que ese perfil de personas (los Thomas Shelby de mentirijilla) necesitan interpretar mal la realidad para reforzar sus identidades. Por eso ven en tantos arquetipos de antihéroe un protagonista sin prefijo anti- que hacen el mal porque los demás son tan idiotas que no han entendido “de qué va el juego”. “Véndeme este boli” te dicen, los sinvergüenzas.

El problema no es que José Miguel, de 37 años y natural de Cadalso de los Vidrios crea que Tyler Durden monta un grupo paramilitar fascista, que Walter White es listísimo por cocinar metanfetaminas con un merluzo que le suspendía la química en tercero de la ESO y que, yo qué sé, que Tony Soprano se desvivía por el reciclaje. El problema es que cada vez son más.

En España, en los años en los que Estopa y Camela sonaban en bucle en cada garito, antes de que Melendi dejase de fumar porros y los niños empezasen a tomar bebidas energéticas e intentar parecerse a un sicario de la mara salvatrucha, un asturiano — que, de hecho, dicen, fue al colegio con Melendi — se subió a un Renault como cualquier otro currante patrio y ganó un mundial de Fórmula 1. Algunos años después, dos Eurocopas y un Mundial de fútbol. A ver quién nos aguantaba a nosotros.

En esa sublimación de la españolidad fue cuando el ‘Plus Ultra’, bordado en una cinta de gules roja en el escudo nacional, se evaporó y del aquel nuevo volkgeist brotó la impronta de las relaciones exteriores de nuestro país y vencería, por fin, el complejo de inferioridad ante nuestros ricos vecinos del norte: “Soy español, ¿a qué quieres que te gane?” Durante unos años, había gente que comparaba el PIB alemán con las estadísticas de pase de Iniesta. Y no lo hacían de coña.

Y así, entre los que entienden mal las pelis y los que entienden mal el furbo, ni me gusta el furbo ni leo opiniones. Que ya no me acuerdo ni de qué iba el artículo este.

Seguiré cortándome el pelo donde Fernando, como siempre, porque es un tipazo al que quiero y porque, pa’ cuatro pelos que me quedan, que me quiten lo bailao’.

Tengo muchísimos defectos, pero mi pelo no es uno de ellos. ¿Mi secreto? Siempre voy al mismo peluquero.

Hace algunos días que pienso en Fernando, que lleva siendo mi barbero desde que cogió las tijeras por primera vez y con el que he hecho una gran amistad durante los diez años que nos conocemos. Fernando es de esos pibes de buen corazón de verdad, de ese tipo de chavales por los que existe la expresión ‘buena gente’, que todos sabemos que no es equivalente a un pulcro ‘buena persona’. Ser buena gente implica una gracia, un duende y una bondad que a las simples y llanas buenas personas se nos pasa por alto.