Lo que ocurrió la semana pasada en el Congreso de los Diputados entre Pablo Casado y Santiago Abascal era lo único que podía ocurrir. Ante la moción de censura con Abascal como candidato y sin posibilidad aritmética alguna de salir adelante, Casado solo podía arremeter contra el candidato de la extrema derecha. La moción no se dirigía contra el gobierno, sino que era la escenificación de un asalto más en la guerra abierta por la herencia de José María Aznar. Esa batalla tenía antes lugar en los pasillos de los congresos del Partido Popular, cuando todo el conservadurismo español se cobijaba bajo esas siglas. Un alma más liberal conservadora frente a otra que entroncaba con el pasado franquista. Es curioso que esa parte más radical, más aznarista, más alejada del centro político y con mayor simpatía hacia la dictadura que gobernó España durante casi la mitad del siglo pasado, fuese también la parte más joven del PP. Los representantes de esa corriente más rancia, reaccionaria y derechista eran Pablo Casado y Teodoro García Egea. Cuando el Partido Popular tuvo que elegir si quería parecerse a Vox o si quería asimilarse de una vez a la derecha democrática europea, eligió lo primero. Y cuando el Partido Popular tuvo que decidir si poner distancia con el fascismo y tejer un cordón sanitario –de igual modo que hacen Merkel o Macron- o apoyarse en ellos para gobernar en comunidades autónomas y ayuntamientos, eligieron lo segundo. Luego vinieron las fotos de Colón, las llamadas a la “reunificación” del campo de la derecha, los pines parentales y otras concesiones en aquellas instituciones en las que el Partido Popular depende del fascismo. Y por supuesto, el blanqueamiento del discurso del odio en la mayor parte de los medios de comunicación, aceptando a quien defiende abiertamente el machismo y la homofobia como un interlocutor válido. El resultado es que, a los pocos meses de las elecciones autonómicas, el águila franquista levantaba el vuelo y plantaba un nido con 52 polluelos en el Congreso de los Diputados.
El ejemplo más claro ha sido precisamente nuestra tierra. En la Región de Murcia hemos tenido el gobierno autonómico que más delirios de Vox ha implantado. Algunos de ellos han sido anulados por los tribunales, en especial aquellos que atentan contra la dignidad de las personas LGTBI y de las mujeres. Un gobierno autonómico que en mitad de la crisis sanitaria más grave, utiliza como cortinas de humo a la inmigración y la ocupación, impulsando el racismo y criminalizando la pobreza, en lugar de dar soluciones a los problemas reales de la gente. El resultado de esa brillante estrategia de López Miras, teledirigido por García Egea desde Madrid, ya lo sabemos todos: Vox es primera fuerza política en intención de voto en la Región de Murcia. Bravo, presidente. Y un aplauso para Teo, que no ha tenido reparo alguno en utilizar su propia tierra como laboratorio para sus experimentos político-sociales.
Reconozco que el discurso de Pablo Casado me gustó. Me gustó el fondo y me sorprendieron las formas. Pero como decía, Casado no podía hacer otra cosa. La moción de censura era contra él, no contra Pedro Sánchez. Las opciones que el presidente del PP tenía encima de la mesa no eran plato fácil de digerir. Votar a favor de Abascal significaba entregarle definitivamente el timón de la derecha y hubiese sido de facto la investidura de un jefe de la oposición. La abstención implicaba demostrar que el bloque que apoya al Gobierno de España es amplio y sólido. Si el PP se llega a abstener, se hubiese visto a un Partido Popular sin rumbo frente a una mayoría absoluta de partidos que sustentan al actual ejecutivo y que no van a permitir el regreso de la derecha más carpetovetónica al poder. Sólo le quedaba dejar solo a Vox y asumir, de una vez, que la única estrategia para que el Partido Popular tenga algún tipo de futuro a medio -e incluso a corto- plazo es la del alejamiento de las posiciones de Vox y el acercamiento a la derecha continental. Casado sólo podía situarse frente a Abascal y culparle de intentar destruir al PP, aunque ese ataque de Vox supusiese fortalecer al Gobierno que tanto dice detestar.
Pero ¿qué hay de real en el discurso de Casado en la Moción de Censura? Sinceramente, creo que en el Partido Popular hay a quien le gustaría ver ese distanciamiento materializado. Sin embargo, a día de hoy, los gobiernos de Partido Popular (y Ciudadanos) dependen de Vox en al menos 3 comunidades autónomas, varias capitales de provincia y decenas de municipios. Volvamos a Murcia. ¿Va a romper López Miras los compromisos adquiridos con Vox para su investidura o va a seguir, por el contrario, copiando el discurso y las medidas de la extrema derecha? Y la vicepresidenta Isabel Franco, ¿va a seguir tragando con disparates como la censura parental sobre los contenidos escolares mientras que ejerce de consejera LGTBI? Mucho me temo que todos conocemos ya la respuesta.
El discurso de Casado era la única salida que le quedó de la ratonera en la que Abascal intentó meterle. Para cualquier demócrata, que la derecha histórica española se sacudiese de los hombros la caspa fascista, siempre será una buena noticia. Pero lo de la semana pasada fueron solo palabras. Un hecho sería, por ejemplo, que López Miras anule el acuerdo al que llegó con Vox para sacar adelante sus presupuestos, plagados de recortes en materias tan sensibles como sanidad mientras que se otorgan más de 100.000 euros a fomentar la caza o 70.000 a la tauromaquia. Otro, retirar de inmediato la instrucción (anulada por los tribunales cautelarmente) a los centros escolares que obliga a solicitar una autorización de los padres para que los adolescentes reciban contenidos relacionados con el respeto a la diversidad sexual y de género. Otro hecho más: recuperar las ayudas a las ONG de Cooperación al Desarrollo, que Vox obligó a reducir y esconder en el presupuesto. Podríamos seguir un largo rato, porque la lista de concesiones de este gobierno regional a Vox es interminable. No ocurrirá porque, en el fondo, en el PP no acaban de entender qué está ocurriendo. Porque por desgracia, en el Partido Popular, y especialmente en el de Murcia, lo que en realidad quieren es ser como Vox. Aunque no se atrevan a decirlo, aunque el nuevo giro de Casado les obligue a disimular, todos son hijos de Aznar.
Lo que ocurrió la semana pasada en el Congreso de los Diputados entre Pablo Casado y Santiago Abascal era lo único que podía ocurrir. Ante la moción de censura con Abascal como candidato y sin posibilidad aritmética alguna de salir adelante, Casado solo podía arremeter contra el candidato de la extrema derecha. La moción no se dirigía contra el gobierno, sino que era la escenificación de un asalto más en la guerra abierta por la herencia de José María Aznar. Esa batalla tenía antes lugar en los pasillos de los congresos del Partido Popular, cuando todo el conservadurismo español se cobijaba bajo esas siglas. Un alma más liberal conservadora frente a otra que entroncaba con el pasado franquista. Es curioso que esa parte más radical, más aznarista, más alejada del centro político y con mayor simpatía hacia la dictadura que gobernó España durante casi la mitad del siglo pasado, fuese también la parte más joven del PP. Los representantes de esa corriente más rancia, reaccionaria y derechista eran Pablo Casado y Teodoro García Egea. Cuando el Partido Popular tuvo que elegir si quería parecerse a Vox o si quería asimilarse de una vez a la derecha democrática europea, eligió lo primero. Y cuando el Partido Popular tuvo que decidir si poner distancia con el fascismo y tejer un cordón sanitario –de igual modo que hacen Merkel o Macron- o apoyarse en ellos para gobernar en comunidades autónomas y ayuntamientos, eligieron lo segundo. Luego vinieron las fotos de Colón, las llamadas a la “reunificación” del campo de la derecha, los pines parentales y otras concesiones en aquellas instituciones en las que el Partido Popular depende del fascismo. Y por supuesto, el blanqueamiento del discurso del odio en la mayor parte de los medios de comunicación, aceptando a quien defiende abiertamente el machismo y la homofobia como un interlocutor válido. El resultado es que, a los pocos meses de las elecciones autonómicas, el águila franquista levantaba el vuelo y plantaba un nido con 52 polluelos en el Congreso de los Diputados.
El ejemplo más claro ha sido precisamente nuestra tierra. En la Región de Murcia hemos tenido el gobierno autonómico que más delirios de Vox ha implantado. Algunos de ellos han sido anulados por los tribunales, en especial aquellos que atentan contra la dignidad de las personas LGTBI y de las mujeres. Un gobierno autonómico que en mitad de la crisis sanitaria más grave, utiliza como cortinas de humo a la inmigración y la ocupación, impulsando el racismo y criminalizando la pobreza, en lugar de dar soluciones a los problemas reales de la gente. El resultado de esa brillante estrategia de López Miras, teledirigido por García Egea desde Madrid, ya lo sabemos todos: Vox es primera fuerza política en intención de voto en la Región de Murcia. Bravo, presidente. Y un aplauso para Teo, que no ha tenido reparo alguno en utilizar su propia tierra como laboratorio para sus experimentos político-sociales.