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El calor de nuestra infancia

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Se prevé un verano caluroso, vaya noticia os vengo a dar. Estás en Murcia y te vas a asar de calor, nadie puede hacer nada al respecto. O más bien a nadie le importa, si no te gusta vete.

Una abogada te va a explicar que hay fundamentación jurídica suficiente para sostener con coherencia el deseo de que tu región sea un lugar en el que vivir cuando no puedes, o no quieres, huir durante los meses en los que vivimos a más de 40º.

Esto, incluso, lo puedes reivindicar con la cabeza alta a los poderes públicos para que destinen presupuesto en apaciguar los calores, aunque, aquí hago de oráculo, ya os digo que dudo nos hagan caso.

No tengo que explicar a nadie el calor que se acumula en nuestra región y, mucho más en nuestra capital, en verano.

No tengo que explicar tampoco que son pocas las familias que tienen la posibilidad de irse un mes entero fuera de aquí, incluso dos. Por el coste económico y porque el común de los mortales dispone de 22 días hábiles de vacaciones que son una tercera parte del bochorno murciano.

No me incluyo porque profesores y abogados tenemos todo un mes de liberación del trabajo en verano. Y pienso ¿si a mí se me queda corto, al resto qué?

Es natural que las familias se quejen del verano, la etapa no lectiva es un periodo adverso por la situación medioambiental y porque nos damos cuenta de lo solos que estamos en la crianza, de que las ciudades no están pensadas para las familias, sino para el turismo y para trabajar.

Ayer leía la noticia del bono turístico implementado en la región y pensaba: ¿cómo sería si se impulsaran refugios climáticos en nuestra región? Eso también impulsaría el turismo, seríamos pioneros y, además, tendríamos espacios que respeten el derecho humano a un medio ambiente sano para la infancia, las familias y las personas. No me refiero a un gran centro comercial donde ir a gastar o a sentarte en los codiciados sillones donde encuentras hasta a señores echando la siesta y la baba en mitad de la jungla de consumo.

Más bien imaginaba proyectos de esos modernos de cero emisiones que tuvieran grandes parques arbolados con cúpulas públicas climatizadas, con zonas de juegos, espacios culturales, actuaciones, zonas de descanso y socialización, cerca de entornos de trabajo, claro, no digo de alejar lo laboral, ojalá poner mi despacho en un lugar así.

Sitios donde el calor no sea un impedimento para disfrutar la ciudad, donde los pisos dejen de ser cárceles climáticas para las madres que están cuidando de sus criaturas en soledad. Y digo madres porque pienso en mi grupo de madres, con las que comparto cada malestar, con las que hablaba de esto hace una semana y me da ternura imaginar que disfrutarían de algo así y hablarían para quedar en vez de para desahogarse por tanto tiempo solas y acaloradas con sus peques.

No nos engañemos, nuestra infancia está hacinada en locales donde se cuelga el cartel de “escuela de verano”. Los niños con más suerte pasan el día con los abuelos entre cuatro paredes y un aire acondicionado esperando un respiro de 35º para salir al parque cuando ya no quemen los columpios.

Las ciudades no son de los niños ni de las familias, porque los derechos humanos que implican más gasto que rendimiento (a corto plazo) no son una prioridad para nadie. Nadie nos cuida.

Si tenemos un fundamento jurídico a todo esto que menciono es porque es realmente importante, de hecho, muy importante. El Derecho va muy por detrás de los avances sociales, le cuesta recepcionar las transformaciones y plasmarlas en legislación, pero aquí sucede a la inversa. Un paseo por el artículo 45 de nuestra constitución os puede dar idea de decenas de propuestas que podrían desarrollarse en tu barrio a raíz de esos breves párrafos.

Incluso a nivel internacional, la ONU, que tan lejos nos queda a veces, ha establecido como Derecho Fundamental el acceso a un medioambiente sano, porque es condición indispensable para disfrutar del resto de derechos. Esto es pionero y nace de un debate sobre la situación de los pueblos indígenas, pero no os voy a negar, que ya es alegable en nuestra propia región, que goza de buena tasa de exclusión social infantil y, en verano, es un lugar inhóspito para muchas criaturas, pero sin desierto.

Ojalá algún día se construyan espacios donde el calor de nuestra infancia pueda tener un significado distinto al que tiene hoy día.

Se prevé un verano caluroso, vaya noticia os vengo a dar. Estás en Murcia y te vas a asar de calor, nadie puede hacer nada al respecto. O más bien a nadie le importa, si no te gusta vete.

Una abogada te va a explicar que hay fundamentación jurídica suficiente para sostener con coherencia el deseo de que tu región sea un lugar en el que vivir cuando no puedes, o no quieres, huir durante los meses en los que vivimos a más de 40º.