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Cambios en el Gobierno y perdón de los pecados

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Ya dijimos, en esta misma sección, que los tránsfugas son bienes fungibles: se les requiere para un uso concreto, y, cuando tal uso finaliza, se les desecha. Son de usar y tirar, por más que, en el momento de la traición a su partido de origen, aparecieran como héroes de la patria, dispuestos a “sacrificarlo” todo con tal de librar a la sociedad del martirio socialcomunista. La última remodelación del Gobierno regional llevada a cabo por López Miras ha venido a confirmar este extremo: el cese de Mabel Campuzano –ex de Vox- y la reducción a la insignificancia de Isabel Franco y Valle Miguélez constituyen un paradigma del pragmatismo maquiavélico que ha guiado la acción de Gobierno de López Miras durante la presente legislatura. Aquellos a los que, en su momento, vino el mismísimo Pablo Casado a agradecerles la aporía de su “ética tránsfuga”, son ahora nada, la tenue huella de una perversión democrática que, a tenor de las reacciones, quedará como una pecado necesario en beneficio de los murcianos.

Y es que, si se atiende a la manera en que ha sido recibida socialmente la última remodelación de Gobierno ejecutada por López Miras, parece que los lamentables episodios de transfuguismo vividos en la primavera de 2021 han sido perdonados con los últimos ceses, recolocaciones e incorporaciones. Lo vivido durante los últimos días se ajusta, en efecto, a la tradicional lógica de la moral cristiana: da lo mismo la cantidad y magnitud de tus pecados, el mal que hayas hecho en vida –una sola confesión bastará para limpiarte de ellos-. Nos encontraríamos, en consecuencia, frente a un caso lato sensu de extremaunción: ante la inminente muerte de la mayoría absoluta en las próximas elecciones autonómicas, López Miras ha recurrido a la redención de última hora para llegar limpio de pecado al momento definitivo, a la hora del juicio eterno. Para que dicha confesión resulte efectiva, ha de ser sincera. Y, en este caso, y cuando se ha tratado de desprenderse del lastre de los tránsfugas, ha de reconocerse que López Miras ha sido sincero: porque, desde un principio, siempre consideró a Mabel Campuzano, Isabel Franco y Valle Miguélez como simples marionetas para que la función no tuviera una final brusco e inesperado. El problema –para los tránsfugas- fue creer que la estima era sincera y que, en verdad, tenían un lugar privilegiado en la estrategia política de su súbito Presidente.

A López Miras le ha salido bien la jugada. En estos tiempos de memoria corta y ambiciones largas, lo que cuenta es lo que haces hoy y, como una concesión extrema al pasado, lo que hiciste ayer. No hay memoria. Y la confesión tiene la facultad de borrar el pasado y poner el marcador a cero. Pocos depositarán su papeleta en la urna electoral pensando en la primavera de 2021. López Miras acudirá a las comicios de mayo limpio de pecado y dispuesto a ganar la vida eterna. Además, la torpe gestión que el ministerio ha realizado del tema del trasvase del Tajo le ha devuelto al PP la bandera del agua –más flameante que nunca-. Y la urgencia de salvar la llegada de agua al levante ha servido, igualmente, de elemento de redención del principal lastre que ha tenido López Miras durante toda la legislatura: la contaminación del Mar Menor. De repente, el debate sobre el agua se ha desplazado desde los vertidos de nitratos a la laguna al líquido elemento que el Gobierno central le roba a la Región de Murcia. Los partidos no son cómo se desarrollan, sino en la manera en que acaban. Y si hay agentes externos que ayudan a perpetuar el statu quo político, la Región de Murcia permanecerá instalada eternamente en ese “fin de la historia” que proclamó Fukuyama tras la caída del Muro de Berlín. En este caso, ya no nos encontramos ante un “Occidente sin límites” después del desmoronamiento del bloque soviético, sino de un “López Miras sin límites”, incuestionable ante la falta de una antítesis dialéctica.       

Ya dijimos, en esta misma sección, que los tránsfugas son bienes fungibles: se les requiere para un uso concreto, y, cuando tal uso finaliza, se les desecha. Son de usar y tirar, por más que, en el momento de la traición a su partido de origen, aparecieran como héroes de la patria, dispuestos a “sacrificarlo” todo con tal de librar a la sociedad del martirio socialcomunista. La última remodelación del Gobierno regional llevada a cabo por López Miras ha venido a confirmar este extremo: el cese de Mabel Campuzano –ex de Vox- y la reducción a la insignificancia de Isabel Franco y Valle Miguélez constituyen un paradigma del pragmatismo maquiavélico que ha guiado la acción de Gobierno de López Miras durante la presente legislatura. Aquellos a los que, en su momento, vino el mismísimo Pablo Casado a agradecerles la aporía de su “ética tránsfuga”, son ahora nada, la tenue huella de una perversión democrática que, a tenor de las reacciones, quedará como una pecado necesario en beneficio de los murcianos.

Y es que, si se atiende a la manera en que ha sido recibida socialmente la última remodelación de Gobierno ejecutada por López Miras, parece que los lamentables episodios de transfuguismo vividos en la primavera de 2021 han sido perdonados con los últimos ceses, recolocaciones e incorporaciones. Lo vivido durante los últimos días se ajusta, en efecto, a la tradicional lógica de la moral cristiana: da lo mismo la cantidad y magnitud de tus pecados, el mal que hayas hecho en vida –una sola confesión bastará para limpiarte de ellos-. Nos encontraríamos, en consecuencia, frente a un caso lato sensu de extremaunción: ante la inminente muerte de la mayoría absoluta en las próximas elecciones autonómicas, López Miras ha recurrido a la redención de última hora para llegar limpio de pecado al momento definitivo, a la hora del juicio eterno. Para que dicha confesión resulte efectiva, ha de ser sincera. Y, en este caso, y cuando se ha tratado de desprenderse del lastre de los tránsfugas, ha de reconocerse que López Miras ha sido sincero: porque, desde un principio, siempre consideró a Mabel Campuzano, Isabel Franco y Valle Miguélez como simples marionetas para que la función no tuviera una final brusco e inesperado. El problema –para los tránsfugas- fue creer que la estima era sincera y que, en verdad, tenían un lugar privilegiado en la estrategia política de su súbito Presidente.