Me llamo Antonio y soy pobre.
Formo parte de los 95.000 murcianos que, generalmente, sobrevive con menos de 335 euros al mes. Y eso cuando tengo suerte.
Según el último Informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estados Español presentado en Senado, la tasa de riesgo de pobreza o exclusión social en el conjunto de la Región de Murcia se sitúa por encima del 34%.
Actualmente, formo parte de un sector de la población que, periódicamente, depende de terceros para llegar a fin de mes. En mi caso son mis padres pero también me han ofrecido imposibles préstamos tanto bancos como empresas privadas.
Aunque estoy licenciado en estudios artísticos, mi pobreza no está condicionada por mi formación. La mayoría de mis amigos tienen que convivir o depender de sus padres para salir adelante. Estoy hablando de veterinarios, profesores, enfermeros, periodistas...
Estoy hablando de horarios imposibles y jornadas agotadoras por el sueldo mínimo.
Hablo de jóvenes a los que se le prometía vivir en un sistema que recompensaba sus esfuerzos: si estudias, trabajas. Si te esfuerzas, trabajas. Si tienes un master, trabajas. Si opositas, trabajas.
Si trabajas, eres feliz.
Ninguno de ellos ha podido, por el momento, comprarse un coche de primera mano. No digamos pagar la entrada de un piso. Más de la mitad siguen viviendo con sus padres o dependiendo de ellos en mayor o menor medida.
A las puertas de los 30 años, empiezas a darle importancia al tipo de contrato que te hacen y el tipo de cotización que tienes.
De vez en cuando, suena la campana: a pesar de ser artista, fui de los primeros en mi grupo de amigos en trabajar bajo contrato, cotizando y con un sueldo “regular” (todo lo regular que mi profesión te puede permitir). Esa situación tan habitual siguió repitiéndose durante un tiempo y la combiné con trabajos puntuales que, de alguna forma u otra, abarcaban el área artística.
Pero soy pobre y consideró importante empezar a hablar de ello. Considero vital visibilizar la pobreza real. La pobreza silenciosa. La que no hace más que crecer.
Cuando leemos la cifra presentada por la EAPN, 34’7%, no estamos hablando de borrachos que malviven en las calles. Hablamos de padres y madres de familia que han perdido sus trabajos o que hacen trabajos de mierda por sueldos de mierda. Hablamos de jóvenes a los que contratan temporalmente bajo prácticas y luego despiden para que otro (más joven) ocupe su puesto poco después. Hablamos de becarios a los que, con la excusa de formarlos, les ponen a trabajar cobrando pagas ridículamente simbólicas para acabar prescindiendo de ellos. Y eso si son afortunados. Hablamos de miles de trabajadores cobrando en negro sin cotizar y sin tener contratos que les cubran en caso de percance.
De eso estamos hablando: de que en la España del siglo XXI se puede trabajar y seguir siendo pobre.
Es preocupante porque mientras nos creemos que todos estamos viviendo nuestro viaje del héroe, la realidad es que la tasa de pobreza en Murcia no ha hecho más que subir los últimos años.
Y ese viaje del héroe no acaba nunca porque nunca llega la culminación. Nunca llega la recompensa. Nunca llega el éxito que nos prometieron. Todo se reduce a una premisa sencilla: esfuérzate, esfuérzate, esfuérzate y serás recompensado.
Pero no.
Lo más triste de toda esta historia es que la deuda pública de Murcia alcanzó los 9.108 millones de euros. Eso significa que hasta el murciano más rico está endeudado con el estado. En Murcia, donde la deuda a cada murciano está en torno a los 6.000 euros, muy pocos podrían pagarla.
Soy pobre porque, aunque duela, sé que la mayoría de los jóvenes tenemos que vivir de la economía sumergida: cobrar en cheques que se justifican de mil maneras a cada cual más inverosímil. Sé de casos donde han tenido que pagar a profesores de talleres justificando en el concepto que era para “Sillas y Material Escolar” (historia 100% real). Sé de trabajos que se presentaron como remunerados donde se pagó únicamente con `experiencia´.
Hablo de espacios públicos y privados. Da igual.
De nada ha importado la formación en Portugal, en Berlín, los sobresalientes, los programas europeos, el dinero invertido en academias o la suma de máster tras máster tras máster tras…
Imagina la cantidad de graduados que, al terminar sus estudios, deciden opositar. Se suman por centenares. Súmalos a la cantidad de españoles que llevan años estudiando (en academias o en casa). Ya son millares. Ahora, ten en cuenta que las oposiciones no se convocan de forma anual sino que están más dilatadas en el tiempo. ¿Te imaginas la cantidad de gente que está esforzándose por esas plazas de trabajo? Y lo peor es que, cada año que pasa, más y más jóvenes alimentarán ese grupo de opositores que rezan por una de esas 4.000 plazas (eso cuando la convocatoria es alta). ¿Sabes que ese número es menos del 0´01% de la población española? ¿Recuerdas que nuestra tasa de pobreza está, en el caso de Murcia, por encima del 34’7%?
Me llamo Antonio y acepto lo que soy: soy pobre.
Un pobre del siglo XXI: dependiente, con ingresos puntuales e irregulares y sin acceso a una vivienda a pesar de tener 29 años.
Soy un pobre de un sistema a punto de colapsar.
Olvídate de todo lo que crees conocer: los pobres de hoy día no estamos pidiendo en la calle. Somos tus vecinos, tus amigas de copas, tus compañeros de juegos o, por desgracia, tú mismo.
Yo soy pobre, ¿y tú?