Este sábado fue un día especialmente triste. Un día de vergüenzas al aire, de pérdidas muy valiosas y de sentirnos aún un poco más vacíos. Me despertaba mirando fotos en las portadas de los medios regionales y todas mostraban las caras de más cargos públicos vacunados antes de tiempo. Más y más, como aquella canción de La Unión y esto no parece tener fin.
Otra vez la insolidaridad y el egoísmo de quienes deberían dar el mejor ejemplo, latente y en primera plana de esta tierra nuestra. Fui incapaz de escribir nada sobre ello. Miraba esas caras preguntándome, como ya lo hice anteriormente, ¿Qué razones pueden existir para que alguien decida saltarse su turno y colarse, no de la fila de un supermercado sino de la garantía de vida de los más mayores o los más vulnerables? Ninguna excusa, ni las ya dadas, ni las que vengan después, que las habrá, pudieron o podrían justificarme nunca estas trampas.
Me siento obligada, sin embargo, a mostrar mi respeto a quienes han decidido esperar su turno; a los que han rechazado la oferta y antepuesto la razón a sus propios miedos, sean del color que sean. Y necesito decir esto, porque sé que los hay y porque las gentes de esta Región, las que no entienden nada, las de la calle, las que están desesperadas, las que han perdido a sus seres queridos, las que están enfermas, las que también tienen miedos o están agotadas, esas muchas gentes y que son la mayoría, se merecen y deben saber que, aunque ahora mismo sientan tanta impotencia como yo misma, también hay personas honradas en cargos públicos y en política que hacen lo correcto, denuncian lo ilegal, los defienden y representan.
Más tarde volvía a leer una noticia muy triste: La primera concejala del Ayuntamiento de Murcia en democracia, Mari Carmen Lorente Aguilar, sello de rebeldía, feminismo y lucha, había fallecido tras pelear varios años contra el alzhéimer. No la conocía personalmente, pero supe que había nacido en mi pueblo y, tras preguntar a mi suegra -no hay mayor eminencia en lo de localizar familias-, conocí mucho más de ella y de su incansable trabajo por mejorar los derechos sociales y laborales desde bien joven. Contaba el Diario La Opinión que “en el Entierro de la Sardina de 1981 la carroza del Ayuntamiento estaba estacionada junto al Jardín de Floridablanca a la espera de que saliese el desfile y Mari Carmen se subió a la misma. Los sardineros se plantaron allí diciendo que no, que no podía ser, que en las carrozas no podían subirse las mujeres. Ella se atrincheró dentro y exclamó: ”soy concejala, yo de aquí no me bajo“”.
Una sensación de tremendo orgullo me recorrió al saber que una mujer así nos había representado y plantado cara al machismo hace cuarenta años. Sin embargo, cuatro décadas después, algunas de esas costumbres se siguen permitiendo. Aún hay colectivos que reciben subvenciones públicas, pagadas también por los impuestos de mujeres y que se atreven a imponer normas totalmente antidemocráticas en sus estatutos, como que las mujeres no podemos participar en determinadas fiestas, peñas o desfiles públicos. Si guardara silencio me convertiría en cómplice y la memoria de Mari Carmen, como la de tantas otras mujeres que levantaron la voz como ella a lo largo de la historia, merece que quienes seguimos aquí, demos la cara ante lo injusto; que escribamos, hablemos, gritemos y, por supuesto, que no permitamos que nos bajen de ninguna carroza o nos saquen de un desfile solo por el hecho de ser mujeres o porque lo digan no sé qué tipo de normas que, en definitiva, no son más que otro ejemplo del machismo y la desigualdad que aún campa a sus anchas por nuestras instituciones y calles.
Me habría encantado conocerte, compañera.
Para rematar el día, la COVID-19 nos arrebataba a otro socialista ejemplar, José Molina Molina, el que fuera expresidente del Consejo de Transparencia de la Región de Murcia y Consejero de Economía y Hacienda en los años ochenta. Recuerdo leer hace apenas unas semanas un artículo suyo donde escribía con rotundidad, postrado en la habitación de un hospital público y refiriéndose al escándalo de las vacunas: “dimitir no es suficiente”. Con esa acción volvía a dejar latente su honradez y ejemplaridad denunciando la corrupción hasta en el peor momento de su vida. Solo alguien transparente y enorme sería capaz de tener un gesto así. Gracias, compañero.
Este domingo fue 14 de febrero, ese día señalado en el que desde niñas nos venden que hay que celebrar un amor idílico y perfecto, pero donde la realidad del cuento es otra muy, pero que muy distinta. Ya hablaremos de ese 'amor romántico' otro día porque hoy, con más de 1300 vidas menos en la Región de Murcia desde el comienzo de esta pandemia, siento que no toca. La cúpula de la Diócesis vacunándose haciéndose pasar por capellanes, altos cargos del Gobierno Regional saltándose todos los protocolos, una lista vergonzosa de seiscientos nombres que aún hay quién justifica o mira de lado y todo esto en plena tercera ola de la peor crisis que recuerdo.
Nada que celebrar, mucho que respetar. Ni si quiera el amor.
Este sábado fue un día especialmente triste. Un día de vergüenzas al aire, de pérdidas muy valiosas y de sentirnos aún un poco más vacíos. Me despertaba mirando fotos en las portadas de los medios regionales y todas mostraban las caras de más cargos públicos vacunados antes de tiempo. Más y más, como aquella canción de La Unión y esto no parece tener fin.
Otra vez la insolidaridad y el egoísmo de quienes deberían dar el mejor ejemplo, latente y en primera plana de esta tierra nuestra. Fui incapaz de escribir nada sobre ello. Miraba esas caras preguntándome, como ya lo hice anteriormente, ¿Qué razones pueden existir para que alguien decida saltarse su turno y colarse, no de la fila de un supermercado sino de la garantía de vida de los más mayores o los más vulnerables? Ninguna excusa, ni las ya dadas, ni las que vengan después, que las habrá, pudieron o podrían justificarme nunca estas trampas.