Haciendo una lectura regional de los resultados del 20-D, resulta interesante comprobar cómo la izquierda sociológica murciana suele recurrir a la autoflagelación post-electoral con inusitada frecuencia –a excepción de los “aparatos” de los partidos, que siempre ganan por más que bajen en votos–. El derrotismo es práctica común desde los tiempos en que pasamos de ser una región moderadamente progresista a abrazar de forma masiva el conservadurismo popular.
Esto es algo que ya ocurrió el pasado mayo, cuando tras las elecciones del “cambio” muchos esperaban un terremoto político más potente del que finalmente se produjo, sobre todo en la Comunidad Autónoma y municipios importantes como Murcia o Molina de Segura, con pérdidas de mayoría absoluta que finalmente no propiciaron cambios de gobierno.
Sin embargo, ¿está justificado este pesimismo?
En mi opinión, creo que a la hora de analizar de una forma ponderada los resultados en clave regional se suele utilizar un mal diagnóstico de partida, y es ignorar el escenario específico con el que cuenta Murcia desde el 2003 aproximadamente, algo que hace difícilmente extrapolables los datos de otras zonas de España.
Aunque de forma habitual se nos metiera en el mismo grupo que la Comunidad Valenciana o Madrid como una de las “autonomías del PP”, lo cierto es que llegamos a ser un caso particular dentro de éstas. Y es que el auge conservador adoptó tintes de partido único tras el shock hegemónico que trajo el “Agua Para Todos”, campaña tremendamente útil para desarticular al contrario y monopolizar por completo la sociedad aunque inservible en lo que a conseguir recursos hídricos se refiere.
Por eso, ignorar este escenario previo nos puede llevar a una lectura equivocada –o cuanto menos incompleta– de lo que el 20-D ha traído a la región.
Así, que el PP obtenga un 40% de votos puede parecer un dato reseñable si se compara con Valencia o la cercana Alicante, pero teniendo en cuenta el 64% de apoyo de cuatro años atrás, un auténtico record con más de 40 puntos de diferencia sobre el segundo, el dato del 20-D adquiere connotaciones diferentes.
De hecho, la Región de Murcia ha sido la comunidad y la provincia de toda España donde el PP ha perdido un mayor porcentaje de voto: un -24% frente a una media nacional del -16%. Sólo se nos ha aproximado la provincia de Málaga con un -23%. Dato de bastante relevancia.
Cierto es que esa pérdida de votos no ha conseguido que dejemos de ser la comunidad con mayor porcentaje de apoyo al PP en unas generales (no así en las autonómicas), pero pretender que en apenas 4 años se produzca un vuelco que nos sitúe poco menos que en el otro extremo del tablero político resulta un juicio falto completamente de realismo.
De hecho, el 20-D sí que ha traído en cierta medida un vuelco en la situación. Y es que desde 1993 –primeras elecciones en las que los populares resultaron victoriosos en la Región de Murcia–, el PP nunca había conseguido un resultado tan malo en unas generales. Entonces obtuvo un 47% del total por el 40% del pasado domingo. Y habría que remontarse nada menos que a 1979 para observar una victoria con un porcentaje menor al actual.
El consuelo de Pedro Antonio Sánchez y los suyos ha consistido –a parte de mantener con holgura su primera posición– en apreciar un aumento del 3% de votos con respecto a mayo, pero lo cierto es que esa tendencia de superar en las generales la marca registrada en las autonómicas no es un fenómeno nuevo. Ya ocurrió en los dos comicios de 2011 así como en las elecciones de 2007-2008, 2003-2004 y 1999-2000. Por lo que más allá de esos pírricos consuelos estadísticos, los populares murcianos confirmarían su peor escenario en décadas, partiendo de los niveles que partían.
Que ese desgaste no haya sido aprovechado por un PSOE que se estanca –y sigue perdiendo peso en las zonas urbanas al igual que en el resto de España–, o que C’s haya superado a Podemos como tercera fuerza –cuando la confluencia de izquierdas hubiera quedado por encima de los de Rivera (además de lograr otro diputado al llevarse el quinto del PP)–, sí que es un mal atribuible en exclusiva a una izquierda que insiste en no tratar de forma específica las particularidades y necesidades de una tierra que hace apenas 4 años se aproximó peligrosamente a una democracia de partido (casi) único.
Haciendo una lectura regional de los resultados del 20-D, resulta interesante comprobar cómo la izquierda sociológica murciana suele recurrir a la autoflagelación post-electoral con inusitada frecuencia –a excepción de los “aparatos” de los partidos, que siempre ganan por más que bajen en votos–. El derrotismo es práctica común desde los tiempos en que pasamos de ser una región moderadamente progresista a abrazar de forma masiva el conservadurismo popular.
Esto es algo que ya ocurrió el pasado mayo, cuando tras las elecciones del “cambio” muchos esperaban un terremoto político más potente del que finalmente se produjo, sobre todo en la Comunidad Autónoma y municipios importantes como Murcia o Molina de Segura, con pérdidas de mayoría absoluta que finalmente no propiciaron cambios de gobierno.