Existe un tipo de conocimiento que transforma nuestra vida y otro tipo de conocimiento que no. Sin embargo, el uso que hacemos de esta palabra es bastante ambiguo, llegando a confundir con mucha frecuencia el primero con el segundo.
Voy a poner un ejemplo: todos sabemos que somos mortales y que algún día nuestro cuerpo dejará de funcionar; pero, ¿hasta qué punto sabemos realmente que dentro de unos años ya no estaremos aquí?
Aparentemente todos “sabemos” que, por poner otro ejemplo, “todo cambia” y que “nada es para siempre”, pero, ¿realmente lo sabemos?
En el primer caso, no lo sabemos cuando el futuro nos sigue dando miedo, cuando nos seguimos aferrando a lo que fue, cuando luchamos para que nada cambie o cuando nos quedamos “enganchados” a cierto tipo de relaciones.
En el segundo caso, cuando efectivamente sabe os que “todo cambia” y que “nada es para siempre” también lo somos, es decir, no podemos saberlo más que siéndolo, como dice Mónica Cavallé, lo cual afecta profundamente a cómo nos relacionamos con “nuestros” objetos, “nuestras” propiedades, “nuestras” relaciones, “mi” cuerpo, “mi” familia, “mi” trabajo… Sobre todo, cómo me relaciono con “mi” vida y “mi” historia personal.
En este segundo caso, el conocimiento modifica nuestro ser completo, pues nos permite relacionarnos con el mundo desde un lugar diferente: sin tanto temor a los cambios, sin tanta rigidez hacia uno mismo y con más espacio a la hora de relacionarnos con otras personas. Este tipo de aprendizaje tiene la peculiaridad de que no se olvida nunca, pues queda registrado en nuestra comprensión de la realidad, no solo en la memoria.
Lo cierto es que la concepción que tenemos hoy día del conocimiento no se refiere a esta dimensión transformadora. Normalmente se refiere a la adquisición acumulativa de nuevos datos que podemos clasificar, ordenar, memorizar, comparar, almacenar, etc. Estos datos modifican la mente, pero no el ser. Pueden cambiar algunos hábitos de vida, pero no pueden penetrar en nuestra dimensión más profunda. Así que es más ajustado hablar de información que de “conocimiento”. Digamos que la información es algo que se tiene, mientras que el conocimiento se “es”; no lo tenemos, sino que lo “somos”.
La ambigüedad de lo que entendemos por “conocimiento” se está acentuando todavía más con el término “Sociedad del Conocimiento”, con el que se da nombre a la nueva sociedad que ha dejado atrás el mundo organizado en torno a las fábricas y el trabajo obrero.
Si la llamada “Revolución Industrial” sustituyó en Europa a la sociedad agrícola, ahora se está abriendo paso la llamada “Sociedad de la Información y del Conocimiento”, orientada al desarrollo tecnológico y el acceso a la información. Sin duda Internet ha inundado los hogares de mucha información que antes simplemente no disponíamos: noticias, artículos, vídeos, canciones, relatos, libros, películas, etc. están hoy a la mano como nunca antes; a un “click” de distancia. Desde luego todo esto está contribuyendo a enriquecer nuestro imaginario, a tener muy accesible modos más plurales y diversos de entender la realidad, etc., pero, ¿podemos llamar a todo esto conocimiento?
La clave del conocimiento es la comprensión transformadora, la comprensión experiencial, aquella que penetra en nuestro ser modificándolo. Y esto no se logra con más datos a la mano, sino con una disposición abierta y sensible, es decir, una capacidad para “poner en suspenso” lo ya conocido y acumulado, con todas las influencias que han conformado nuestra personalidad. En este sentido dice E. Tolle que tenemos más información ahora que la que nunca pudo tener Buda, y sin embargo… ¿Es más lúcida esta Sociedad de la Información que hace 2500 años?
El suministro de información no tiene mucho recorrido si no atraviesa el proceso alquímico de la comprensión, del conocimiento. Este proceso alquímico y transformador tiene otra peculiaridad: que cuando lo atravesamos somos otros, y eso puede dar miedo, pues pone en cuestión quiénes creíamos ser, ciertas convicciones sobre el mundo, ciertos posicionamientos rígidos, etc. Pero, ¿hasta qué punto queremos estar informados o queremos experimentar una cambio real en nuestra vida?¿Hasta qué punto estamos dispuestos a correr el riesgo de saber? Y repitiendo la pregunta anterior, ¿realmente sabemos que “todo cambia” y que “nada es para siempre”?