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¡Danzad, danzad, malditos! ¡Y emprended, que no queda otra!
Esta joya cinematográfica del amigo Sidney Pollack viene al pelo para el manido asunto de los emprendedores. Durante la Gran Depresión, en Estados Unidos organizaban concursos donde bailaban parejas día y noche, hasta la extenuación. Ganaban quienes más resistían y todo, diría S. Leone, por un puñaíco de dolares. Estos maratones danzarines eran auténticos espectáculos de la miseria. Hoy el asunto de la forzada conversión en autónomos de numerosos trabajadores sin salida nos recuerda esos torneos de la necesidad. La diferencia es que nadie entonces hizo de aquello la solución para paliar los devastadores efectos sociales y laborales de la depresión.
Y es que las nuevas construcciones del pensamiento neoliberal parecen desbocadas y no vemos forma de embridarlas. El fomento de la idea de empredimiento se ha convertido en su juguete ideológico. De tal guisa que la figura idealizada del emprendedor de sí mismo surca España a lomos del pensamiento liberal como la gran solución al futuro laboral del país, sea en su variante sorayo-marianil, sea en la de las anaranjadas huestes de Ciudadanos.
Los nuevos vendedores de humo son sumamente hábiles, tanto para estafarnos con preferentes o hipotecas, como para hacernos bailar con sus letras. El truco es tan simple como llamar emprendedores a autónomos y pequeños emprensarios. Y a partir de ahí, darles cera con tan simpático término.
Sube el número de inscritos en el régimen especial de trabajadores autónomos. El Gobierno se regocija y lo presenta sin pudor como síntoma de la ficticia recuperación económica. Sabemos que se trata en gran medida de falsos autónomos, currantes forzados a facturar a las empresas por servicios que anteriormente realizaban trabajadores por cuenta ajena. Y por otra parte, parados de larga duración urgidos por la necesidad de ofrecer a saldo al inhóspito mercado lo mucho o poco que saben hacer. Eso sí, enfrentándose a las singularidades patrias: una cuota mínima que alcanza los 280 euros mensuales, ganes lo que ganes, y multitud de requerimientos administrativos y fiscales que se acaban abonando a otros profesionales. Y si hablamos del pequeño comercio, un verdadero campo de minas que acaba por hacer inviable para muchos el tan cacareado emprendimiento.
Y a servidor, que para colmo es autónomo, le escuecen ya los colindrones con tanta impostura. En especial, cuando son los repeinados voceros de este modelo económico, incapaz de dar soluciones laborales a la mayoría social, quienes venden tanto rollo de emprendimiento. Se trata en el fondo de hacernos responsables de nuestra deriva laboral por no ser capaces de ponernos el mercado por montera y lanzarnos a la feliz aventura emprenderil.
Sí, pareciera que España se postula como gran fábrica de emprendedores a escala global: una suerte de China del emprendimiento. Surgen autónomos por doquier y pese a ser un síntoma más de la precariedad del modelo, para nuestros gobernantes es claro motivo de orgullo.
Esta crisis, que algunos definen como oportunidad, les vino de guinda. Parafraseando a Jorge Alemán, autor freudiano, lacaniano y demás cosas que acaban en ano, al tomar los jóvenes sin futuro y demás precarios las iniciativas, éstos ya no dependen de nadie, ni esperan nada del Estado. Todos se tornan empresarios de sí mismos, sometidos al rendimiento ilimitado del mercado, a punto siempre de reventar por el plus de gozar.
El modelo mediático es obviamente el del triunfador; ese emprendedor que sortea ufano la crisis, que tira de coach y personal training, de manuales de autoayuda sobre cómo ser padre, o incluso cómo encontrar pareja: pues no halla tiempo, entregado siempre a un emprendimiento infinito. Intuyo que en breve surgirán también personal fuckers. La euforia emprenderil genera además una alta tasa de emprendimiento indirecto, I+D+i, valor añadido, la leche en vinagre y hasta un poco de diarrea.
La testaruda realidad es bien diferente: autónomos y pequeños comerciantes que penan sin consuelo por este disparate laboral de trabajadores precarios, exiliados económicos, parados y emprendedores a la fuerza. Necesitamos medidas de rescate dirigidas a este grupo de trabajadores, comerciantes y pequeños emprensarios duramente castigados por la crisis, que pretenden disfrazar de glamour emprenderil.
España constituye una anomalía y una pesadilla para los autónomos. Urge aliviar sus cargas administrativas, equipararlos al menos al resto de Europa. El 80% de los mal llamados emprendedores son hoy los verdaderos currantes, los pequeños actores que sostienen la economía local. Son panaderos, mecánicos, cristaleros, antenistas, pintores de brocha gorda, que se baten el cobre cada día por salir adelante.
Uno es hijo, nieto, sobrino y primo de pasteleros de Cartagena, administrativamente autónomos. Emprender, lo que se dice emprender, nunca han emprendido 'un pijo', aunque currar, han currado lo que no está escrito. Durante décadas les han hecho sentir que no eran trabajadores al uso, que pertenecían a una suerte de clase media cuyos intereses defendían los mismos que defendían a bancos y eléctricas. Dorarles la píldora llamándoles emprendedores es mantener esa ficción.
Cada vez que reciben facturas eléctricas de 1500 euros mensuales por su minúscula industria, entienden que sus intereses son los mismos que los del 90% de la población. Son sin duda nuestra gente: trabajadores decentes ninguneados por quienes interesadamente ensalzan su figura. Si algo están por emprender, es un cambio profundo en su percepción política. No sé si votarán finalmente a Podemos, sé que el rabico lo tienen ya bien pelao como para danzar con gaviotas, naranjitos o seudosocialistas. ¡Y que encima les tilden con el palabrico de las narices!
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