¿Qué es lo que lleva a algunas personas a hundirse en el dolor y en la desesperanza en vez de intentar luchar por derechos fundamentales? ¿Qué línea separa la desolación de la dignidad? ¿Qué frontera delimita la rendición, la desesperanza, la autoestima, las ganas de reivindicar los derechos que cualquier ser humano merece? La respuesta reside en la organización, en el empoderamiento ciudadano, en la revolución de las pequeñas cosas -como dice en estas páginas el activista José Coy- y, sin duda, en la compañía. Es prácticamente imposible hacer frente a la exclusión social o a un desahucio en completa soledad.
La compañía que tantas personas se han hecho en estos últimos años, a través de movimientos sociales, de iniciativas como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o de proyectos como las Marchas por la Dignidad, ha sido fundamental para aislar el discurso que culpabiliza a las víctimas de la precariedad. “Soy un ni-na”, dice uno de los entrevistados en este libro. “Es decir, uno de aquellos a quienes la crisis ha dejado sin nada”.
Ahogarse en el fondo del sofá sin apenas autoestima o levantarse cada mañana con ganas de seguir a pesar de ser un “nina”: El grosor de la línea que separa ambas actitudes depende mucho de lo colectivo. Los desahucios se paralizan a través de la organización y las víctimas de los desahucios que no se rinden resisten porque están acompañadas. Son heroicidades logradas a través de las incontables pequeñas acciones de gente desconocida.
Dijo el historiador estadounidense Howard Zinn que a veces esas incontables pequeñas acciones de gente desconocida conforman la base de los grandes momentos de la Historia. Esta época en España es uno de esos momentos. Las personas que sufren la precariedad y que aún así reúnen fuerza para rebelarse contra ella están construyendo un camino de dignidad colectivo fundamental para levantar un proyecto más justo de futuro.
El sentido común está vivo ante esta guerra sin balas que nos declararon a través de los recortes y del aumento de la desigualdad, consecuencia de políticas al servicio de una minoría. Se ha logrado construir una respuesta organizada y solidaria a nivel político y social, y en ella han sido clave los testimonios y los esfuerzos de tantas personas que, percibiendo su condena a la invisibilidad, elevaron su voz para hacerse visibles.
La mejor manera de entender bien una época histórica es observar cómo viven los privilegiados y los desfavorecidos y analizar en qué dirección se mueve el dinero. El intercambio de dinero y poder entre las autoridades, los empresarios, el poder financiero y la prensa tiene, como dijo Walter Benjamin, su sistema de distribución legalizado. Dicho proceso se ha acelerado en los últimos años, gestionándose de forma cada vez más abreviada, lo que constituye en sí mismo un acto de corrupción. Mientras tanto, la gente de a pie, la ciudadanía, ha ido sufriendo un proceso de desposesión, a través de políticas que han provocado el aumento de la desigualdad, la precariedad y la explotación.
Este libro es un espejo vivo de nuestra actualidad, pues en él se narra y se siente el latido de gente precaria y el trabajo de quienes han logrado dar la vuelta a la vergüenza, para señalar a los culpables en vez de a las víctimas. Que haya gente que se mete en la cama a las siete de la tarde porque no puede pagar la calefacción mientras las eléctricas aumentan el precio de la luz es una realidad cotidiana que describe a la perfección el momento que vivimos. Que crezca la pobreza infantil en España mientras los más ricos acumulan más que nunca define bien nuestra época histórica.
Más allá de la riqueza económica hay otra riqueza que no contabiliza en las estadísticas y que debemos proteger porque no es propiedad de nadie. Más allá de los mensajes bidireccionales de compraventa estamos nosotros como personas, con todos los pliegues de humanidad que ello implica. Más allá de las dinámicas que nos reducen a meros agentes comerciales de nosotros mismos, a simples productos del mercado laboral, está nuestro inapelable derecho a vivir con dignidad, con acceso a nuestras necesidades básicas, a una educación y sanidad de calidad, a una vivienda y un empleo decentes. Y también, cómo no, está nuestro derecho a disfrutar de lo que una inmensa cúpula de estrellas tenga que decirnos en mitad de la noche. Qué sería de la civilización si no miráramos más allá de la pantalla del televisor.
Aceptar la desigualdad como natural es convertirse en un ser fragmentado. Es, como escribió John Berger, no concebirse más que como la suma de un conjunto de posesiones, de circunstancias, de necesidades. Aceptar la desigualdad como natural es creer que podemos ser de forma aislada, sin sentirnos apelados por lo colectivo. Rebelarse contra ella es defender la dignidad de todos, el derecho a vivir disfrutando y no sufriendo; es decir, aquello por lo que debería luchar todo Estado libre y democrático que se precie. Lamentablemente, las políticas de los últimos años se han ejercido en dirección contraria al interés general. Lo que no han hecho los estadistas que están en el poder lo está tejiendo la gente, construyendo una respuesta organizada y solidaria a nivel político y social. De eso habla este libro, su autor y sus protagonistas. Del qué, del cómo, del por qué, y de las inmensas dificultades que afrontan quienes padecen vidas precarias y quienes luchan por mejorarlas, “por recuperarlas”.
La creación de la PAH y sus logros, la reacción de tanta gente frente a las medidas injustas adoptadas en España en los últimos años, son dignas de estudio. Este es un momento en el que todo suma y en el que la suma de uno, más uno, más una, más uno, más una... puede cambiar la cartografía de nuestras miradas y de nuestro futuro. Lo que se cuenta en estas páginas es buena prueba de ello.