Cuando los Beatles comenzaron a alcanzar notoriedad, George Harrison permanecía circunspecto ante el éxito trepidante que obtenían las composiciones del impetuoso dúo Lennon-McCartney. Y es que el reconocimiento recaía hasta entonces sobre los dos ‘cerebros’ del grupo de Liverpool en detrimento del resto.
Un día alguien, no logro recordar si el mánager o el productor del cuarteto, le sugirió a Harrison que se sentara también a escribir canciones y se dejara llevar por su inspiración y sensibilidad. Él, al que muchos consideraban el beatle silencioso, lánguido y melancólico. George escuchó aquel sabio consejo y se puso a la tarea. De su talento salieron muchos temas, en especial ‘Something’, una composición que para tipos nada profanos como Elvis o Sinatra resultó ser lo mejor de lo mejor.
Pasado el tiempo, ya sabemos que a Lennon lo acribilló un loco en 1980 y Harrison murió de cáncer en 2001. A día de hoy, Paul y Ringo Starr siguen vivos y coleando. La vida te enseña que no por estar arriba en un momento determinado, ser el primero o el más destacado, se es el mejor. Que no todo es blanco o negro y que hay matices y tonos grisáceos. Que lo importante es ser tú y acostarte cada día con la conciencia tranquila de no haber pisoteado a nadie para alcanzar el objetivo marcado.
Esta es la historia de tres chavales veinteañeros que, con apenas 14 años, agarraron con ahínco sus guitarras en locales de ensayo, lejos del centro de su ciudad, y se pusieron a tocar. Unos chicos de banda de garaje, que se dice. Que se sentaron a componer, que llegaron a actuar en salas y garitos y que tuvieron un sueño. Que un día se presentaron a un casting para un programa de talentos televisivos junto a otras 7.000 personas. Que cogieron un autobús, alquilaron una habitación en la gran capital y aguantaron una cola interminable de muchas horas, en plena calle, soportando el frío más implacable del gélido invierno de Madrid. Y que, con canciones propias, rasgadas en las cuerdas de sus guitarras y escritas en un bloc, entre las cuatro paredes de sus habitaciones de casi aún adolescentes, consiguieron pasar la criba y situarse entre la media docena de elegidos en el concurso, sin exteriorizar complejos ni frustraciones e intentando agradar y alegrar a la audiencia.
No han alcanzado la final, pero da lo mismo. El elegante agradecimiento y el ‘sí se puede’ que expresaron la última noche fue un canto a la esperanza de cuantos albergan un sueño y no se atreven a realizarlo. Al fin y al cabo, están empezando. No sabemos hasta dónde llegarán. Tienen proyectos y ambición, que de eso no falta a su edad. La perseverancia es un don solo al alcance de los que persiguen un fin noble.
Como Harrison, que no se quedó en el lamento eterno cuando sus compañeros componían y se lanzó a escribir algunas de las canciones más hermosas de la historia de la música del siglo XX. Salvando las distancias siderales, estos a los que me refiero, participantes en la última edición de Factor X, se llaman Álex, Gabri y Carlos. Son Malva y son murcianos. El vocalista es mi hijo. Y por él, cuando me preguntan, respondo que hasta hoy he hecho lo que he podido.