Perdón por el chiste fácil pero ya podemos saludar al calor porque ha llegado para quedarse.
Hemos inaugurado este verano con el derrumbe de un glaciar en los Alpes italianos que dejó una veintena entre muertos y desaparecidos, así como decenas de personas afectadas. Los expertos venían advirtiendo hacia años de la amenaza creciente que suponía el cambio climático para el glaciar de la Marmolada, el pico más alto de los Dolomitas: el Consejo Nacional de Investigación de Italia (CNR) indicó que este glaciar podría desaparecer por completo en los próximos 25 ó 30 años en caso de mantenerse las tendencias climáticas actuales. Hasta la fecha ha perdido el 30% de su volumen, y el 22% de su superficie entre 2004 y 2015. Asusta. O debería.
Estamos sufriendo una ola de calor cuya manifestación más virulenta son los incendios que arden en todo el territorio español, alimentados por el sotobosque y forraje seco que creció abundantemente gracias al mes largo de lluvias ininterrumpidas en primavera. De forma tangencial, también la ganadería intensiva en detrimento de la extensiva contribuye a agravar este problema; alguien decía estos días que hace más contra los incendios una oveja en invierno que un helicóptero en verano. Europa tampoco se libra de la ola de incendios y sus habitantes viven este verano el infierno de sus vidas (de momento) con temperaturas de hasta 42â°C en Londres. La anterior temperatura más alta registrada en ese país llego hasta los 38â°C. El calentamiento global es un proceso que va in crescendo.
Viendo lo que vemos, negar lo que está ocurriendo es como tapar el sol con un dedo y decir que es de noche, pero hay formas de negación del cambio climático que son hasta divertidas (hasta que te acuerdas de que está en juego la vida en el planeta y se te congela la risa): un diputado de ese partido político que, paradójicamente, tiene nombre de diccionario, ha dicho lo siguiente frente a la evidencia del incremento imparable de las temperaturas: “Que se caliente un poquito más el planeta evitará muertes por frío” (sic), o, como se dice en mi tierra, más vale humo que escarcha. Resumiendo, para este señor la cosa del global warming quedaría así: menos muertes por frío, un ahorro en calefacción y el planeta convertido en una playa caribeña la mayor parte del año, ¿quién le puede poner pegas a algo así? Esos ecologistas zumbados que trabajan para amargarnos la vida.
De todos modos, esta postura política es prácticamente un chiste. El problema político no lo tenemos sólo en una ultraderecha que se limita a ponerse alegremente una venda en los ojos y ofrece otra a sus votantes. Tenemos un problema mucho más grave en el greenwashing a lo bestia que se está aplicando en un planeta que arde: frente a la crisis energética desatada por la guerra, ahora la Unión Europea ha decidido que la energía nuclear y el gas son energías verdes. Con esta medida, que fue aprobada por el Parlamento Europeo a principios de julio, Europa modifica la norma y permite que el gas y las nucleares entren dentro del etiquetado verde que les permite competir con la solar o la eólica, entre otras renovables, para recibir ayudas propias de tecnologías no emisoras de gases de efecto invernadero. Y ya está, problema solucionado: un termómetro trucado y el enfermo ya no tiene fiebre; ya se puede usted ir a casa, caballero.
Es urgente adoptar posturas políticas que nos conduzcan hacia el decrecimiento económico, único camino para enfriar el planeta. Las decisiones a adoptar deberían ser transnacionales y vinculantes. Sin embargo, las dos grandes economías mundiales, E.E.U.U. y China, están enzarzadas en una carrera por liderar la economía planetaria y lo último que contemplan es el decrecimiento. Alimentan la caldera por un extremo mientras por el otro arde el tren que nos conduce al futuro.
Negar un problema ni hace que desaparezca ni lo soluciona, sino que, bien al contrario, lo agrava pues impide adoptar soluciones contra algo que nominalmente no existe. No debemos (y yo diría que ya no podemos, aunque queramos) ignorar los efectos que el creciente aumento de temperaturas está provocando en el planeta. Al mismo tiempo, no podemos perder la esperanza porque la falta de ánimo desarma nuestra capacidad de reacción, pero nos quedamos sin tiempo, cómo negarlo. Disfrutemos del calor mientras sea disfrutable.
Perdón por el chiste fácil pero ya podemos saludar al calor porque ha llegado para quedarse.
Hemos inaugurado este verano con el derrumbe de un glaciar en los Alpes italianos que dejó una veintena entre muertos y desaparecidos, así como decenas de personas afectadas. Los expertos venían advirtiendo hacia años de la amenaza creciente que suponía el cambio climático para el glaciar de la Marmolada, el pico más alto de los Dolomitas: el Consejo Nacional de Investigación de Italia (CNR) indicó que este glaciar podría desaparecer por completo en los próximos 25 ó 30 años en caso de mantenerse las tendencias climáticas actuales. Hasta la fecha ha perdido el 30% de su volumen, y el 22% de su superficie entre 2004 y 2015. Asusta. O debería.