Dice el aforismo que toda generación se cree más inteligente que la anterior y más sabia que la posterior. Entiendo que para cualquier generación debe de ser difícil valorar los logros de la generación de sus padres, que ya se dan por descontados. Lo que sí se ve con facilidad son los problemas que no logró solucionar dicha generación, ante los que se queda atascada en abordajes infructuosos. Si además, la nueva generación encuentra estrategias que parecen solucionar algunos de estos viejos problemas, es comprensible que se crea más inteligente, sin apreciar el sesgo de percepción en el que está presa.
En un momento dado, cualquier generación tiene más experiencia que la que le sigue, lo que explica que se sienta “más sabia”. Aquí el sesgo consiste en comparar momentos de desarrollo diferentes de las respectivas generaciones. Siendo comprensible la sensación subjetiva a la que se refiere el aforismo, no podemos tomar su contenido como una representación objetiva y universal de la realidad. Sin embargo, esto no quiere decir que todas las generaciones sean iguales.
Mi generación (estoy en la década de los 40) creció viendo la la televisión. Este aparato nos dio acceso a mucha información, noticias, documentales, historias (reales o de ficción) contadas en películas o en series… y esta información venía en un formato audiovisual donde las imágenes priman sobre las ideas.
Al menos desde que se escribió el Pentateuco convivimos con una cierta desconfianza hacia las imágenes. Al no tener el nivel de simbolización de los conceptos, las imágenes no facilitan el pensamiento abstracto del modo en que lo hace la palabra. Aunque el mundo cristiano logró acomodar la imagen junto a la palabra gracias a autores como Gregorio de Nisa, las culturas judía y musulmana muestran un mayor rechazo a la imagen, al menos en el terreno religioso. De hecho, el protestantismo revivió el rechazo a la imagen en el ámbito cristiano, ilustrando la dificultad de acomodar imagen y concepto para aprovechar lo mejor de cada uno.
La generación de mis padres amenazaba con que si veíamos demasiada televisión nos íbamos a volver tontos, y creo que tenían razón. La televisión y la comunicación visual pueden ser útiles, pero en exceso tienen el potencial de dañar el desarrollo intelectual, especialmente si desplazan a la lectura. Creo que mi generación, que se ha beneficiado de una educación universal y está casi libre de analfabetismo, ha perdido capacidad de abstracción en relación con los individuos mejor educados de generaciones anteriores.
Esta pérdida de capacidad de simbolización parece agudizada en las generaciones que están creciendo ahora, invadidas de imágenes mediante la televisión, los videojuegos e internet. Los llamados nativos digitales están inmersos en imágenes y leen menos que mi generación, como mi generación leía menos que la anterior.
Especialmente importante me parece la limitación de fuentes de lectura de las nuevas generaciones. Están acostumbradas a leer fragmentos de texto en una pantalla, pero tienen menos costumbre de leer libros que desarrollen una idea a lo largo de cientos de páginas. Más allá de esto, la que está creciendo ahora es una generación cronocéntrica que prácticamente sólo lee autores contemporáneos. No es sólo que no se acerquen a los clásicos, es que les resultan ajenas las novelas del siglo XIX que mi generación leía con avidez, e incluso se refieren con sorna a “cosas del siglo XX”. De hecho, el lenguaje florido de épocas anteriores les resulta anacrónico y oscuro.
Esta limitación temporal no sólo se limita a la lectura. Al haberlos atrapado el consumismo en el culto a lo nuevo, no suelen ver películas más antiguas que su generación. Si en mi generación, cuando sólo teníamos dos canales en la televisión, crecimos viendo películas del oeste, o de piratas muy anteriores a nosotros, incluso películas en blanco y negro y obras para adultos (siempre y cuando fuesen “toleradas”), las nuevas generaciones viven en un presente desconectado de la historia, con una gran capacidad para escoger materiales audiovisuales, pero quedando restringidos a unos límites temporales muy estrechos.
Estas nuevas generaciones van a tener que afrontar los problema ecológicos y nucleares que no se han resuelto anteriormente y además, continúan con la reinvención de modelos sociales que inauguró la Revolución Francesa. Para ello, han perdido la perspectiva que da la Historia y sólo cuentan con un modelo de lo que es correcto.
Toda generación se cree más sabia que la que le sigue, yo ciertamente creo que la mía, como la anterior, lo es. Sólo espero que las nuevas generaciones sean más inteligentes, lo van a necesitar.
Dice el aforismo que toda generación se cree más inteligente que la anterior y más sabia que la posterior. Entiendo que para cualquier generación debe de ser difícil valorar los logros de la generación de sus padres, que ya se dan por descontados. Lo que sí se ve con facilidad son los problemas que no logró solucionar dicha generación, ante los que se queda atascada en abordajes infructuosos. Si además, la nueva generación encuentra estrategias que parecen solucionar algunos de estos viejos problemas, es comprensible que se crea más inteligente, sin apreciar el sesgo de percepción en el que está presa.
En un momento dado, cualquier generación tiene más experiencia que la que le sigue, lo que explica que se sienta “más sabia”. Aquí el sesgo consiste en comparar momentos de desarrollo diferentes de las respectivas generaciones. Siendo comprensible la sensación subjetiva a la que se refiere el aforismo, no podemos tomar su contenido como una representación objetiva y universal de la realidad. Sin embargo, esto no quiere decir que todas las generaciones sean iguales.