La agricultura murciana es seguramente una de las más eficientes del mundo. En el futuro (tras el colapso agrícola que puede que venga: acordémonos de la burbuja del ladrillo) se estudiará el éxito de este modelo económico y empresarial que ha conseguido que en la región más seca del continente se produzca una gran parte de los alimentos que consumimos en toda Europa. Nuestra agricultura cultiva cada vez más, produce cada vez más, vende cada vez más. Y consigue hacerlo, además, pagándoles una miseria a sus trabajadores que cobran en sus convenios como mucho el salario mínimo, lo que es lo mismo que decir que son los currantes peor pagados de España.
A través de sus múltiples patronales, asociaciones de exportadores, fundaciones y lobbies, el mundo agrícola murciano tiene un poder social, mediático, económico y político inconmensurable a lo largo y ancho de toda la región y más allá. Tiene poder hasta en la geografía porque la agroindustria murciana ha logrado cambiar algo que parecía inamovible: hasta 1979, de toda la vida de Dios el río Tajo nacía en los Montes Universales y desembocaba en Portugal en el célebre estuario lisboeta; así lo aprendíamos en nuestros libros escolares. Pero desde 1979 eso ya no es del todo así: aunque el río Tajo sigue naciendo donde nacía, una parte importante de su caudal ya no desemboca en el Atlántico sino en el Mar Menor murciano, y no en el bello estuario portugués sino en la sucia rambla del Albujón marmenorense tras venir durante 400 km trayendo agua por el trasvase Tajo-Segura. Y la mayor parte de esa agua es para cultivar, no para beber. Y luego llega el cuento de los nitratos, los fosfatos, la contaminación del Mar Menor y la ingeniosa creatividad informativa de la más ingeniosísima todavía Fundación Ingenio, pero eso queda para otro día. Hoy hablaremos de otra paradoja relativa a esta agricultura tan exitosa: resulta que producimos más, muchísimos más, muchos millones de limones más de la cuenta.
Porque en este año 2024 hemos asistido a un fenómeno nuevo. Cualquiera que se asome a los campos de la región desde la ventanilla del coche o del tren verá que los suelos están alfombrados de amarillo y que los árboles están llenos de fruto. Los limonares de la región están a rebosar. Han producido tanto que no es posible recoger el producto, no sale a cuenta. Se han cultivado tantos limones que es imposible venderlos en ningún mercado nacional o internacional. Según cifras de las organizaciones empresariales, hay 400.000 toneladas de limones sin recoger que se pudren en las ramas o en el suelo. En los últimos años nos hemos vuelto un poco locos en Murcia y se han plantado 7 millones de limoneros nuevos en una década. Una brutalidad, una exageración. Una crisis extraña: los agricultores hacen tractoradas y protestas ante el gobierno por los problemas de la agricultura, pero en el caso del limón murciano el sistema se cae no por problemas con el agua o por la burocracia o por los precios, sino por pura y dura superproducción. Ahora se habla de arrancar tres millones y medio de árboles, se están llevando a cabo reuniones entre las patronales agrarias y el Gobierno para ver qué se hace. Es un problemón o un problema menor, según se vea, pero la verdad es que en Murcia producimos demasiados limones, muchos más limones de la cuenta.
Supongo que el mercado se autorregulará un día, este problema desaparecerá y el año que viene estaremos hablando de otra cosa seguramente, pero siempre nos quedará la duda siguiente: ¿alguien es capaz de calcular el agua que se ha malgastado en el riego de esos siete millones de limoneros de más de los que ahora sobran la mitad? ¿De verdad tenemos los demás que ahorrar agua en nuestras casas cuando nos cepillamos los dientes si esta industria desbocada e incontrolada sigue gastando millones de litros de agua en regar más y más millones de limones que se desperdician en el suelo porque no es posible vendérselos a nadie?
Y una última reflexión: que no se enteren de esto en Castilla-La Mancha, que igual son capaces de decirle al Gobierno central que no nos mande ya más agua del trasvase Tajo-Segura, madre mía.
La agricultura murciana es seguramente una de las más eficientes del mundo. En el futuro (tras el colapso agrícola que puede que venga: acordémonos de la burbuja del ladrillo) se estudiará el éxito de este modelo económico y empresarial que ha conseguido que en la región más seca del continente se produzca una gran parte de los alimentos que consumimos en toda Europa. Nuestra agricultura cultiva cada vez más, produce cada vez más, vende cada vez más. Y consigue hacerlo, además, pagándoles una miseria a sus trabajadores que cobran en sus convenios como mucho el salario mínimo, lo que es lo mismo que decir que son los currantes peor pagados de España.
A través de sus múltiples patronales, asociaciones de exportadores, fundaciones y lobbies, el mundo agrícola murciano tiene un poder social, mediático, económico y político inconmensurable a lo largo y ancho de toda la región y más allá. Tiene poder hasta en la geografía porque la agroindustria murciana ha logrado cambiar algo que parecía inamovible: hasta 1979, de toda la vida de Dios el río Tajo nacía en los Montes Universales y desembocaba en Portugal en el célebre estuario lisboeta; así lo aprendíamos en nuestros libros escolares. Pero desde 1979 eso ya no es del todo así: aunque el río Tajo sigue naciendo donde nacía, una parte importante de su caudal ya no desemboca en el Atlántico sino en el Mar Menor murciano, y no en el bello estuario portugués sino en la sucia rambla del Albujón marmenorense tras venir durante 400 km trayendo agua por el trasvase Tajo-Segura. Y la mayor parte de esa agua es para cultivar, no para beber. Y luego llega el cuento de los nitratos, los fosfatos, la contaminación del Mar Menor y la ingeniosa creatividad informativa de la más ingeniosísima todavía Fundación Ingenio, pero eso queda para otro día. Hoy hablaremos de otra paradoja relativa a esta agricultura tan exitosa: resulta que producimos más, muchísimos más, muchos millones de limones más de la cuenta.