Esta es una expresión que viene del mundo sufí. A primera vista resalta lo paradójico de la frase: ¿cómo es posible morir antes de morir?¿No es suficiente con morir una vez? De por sí tenemos bastantes problemas con relación a la muerte como para enfrentarnos a ella dos veces…
Cierto. Tenemos problemas con la muerte porque hemos perdido el contacto con ella. Por ejemplo, se ha vuelto muy difícil ver un cadáver real. Vemos muchos en las películas, pero ninguno en la realidad. Lo que solemos ver es a nuestro difunto amortajado y maquillado. Parece una ley matemática: cuanta más muerte vemos en el mundo virtual, menos vemos en el mundo real.
Esta pérdida de contacto tiene que ver también con el tipo de rituales fúnebres 'express' a los que asistimos. El pacto tácito de no hablar de la muerte en sociedad o la decadencia de festejos asociados a los difuntos. La finitud de la existencia se ha convertido en un tabú, y sólo se habla de la vida; o eso parece, porque ¿qué vida es ésa que excluye la muerte en su consideración? ¿Es posible vivir más y mejor y a la vez esconder la muerte?¿Es posible un buen vivir sin un buen morir?
Lo cierto es que nos da miedo morir, de lo contrario no huiríamos tanto de este fenómeno radical. Pero preferimos creer que somos inmortales y que no tenemos que cuestionarnos cómo vivimos. O que la muerte es un hecho tan obvio que no tenemos que dedicar ningún momento a mirarla de frente: “Total, no va a cambiar nada...”
Parece que la muerte no nos importa mucho en comparación con elevar nuestro nivel de vida: “¡Más vida, por favor!” Como si la vida fuera algo cuantificable...
Pero esto es una apariencia, porque, por más que la civilización contemporánea se esfuerza en ocultar la muerte o en multiplicar el entretenimiento hasta el infinito, el miedo sigue ahí, sólo que se vive con mayor angustia y soledad que antes. Esto explica la elevada tasa de suicidios diarios que hay en España, algo de lo que tampoco se suele hablar: 10 casos al día según el último registro.
Así que huir de la muerte o hacer como que no existe no soluciona el conflicto. Al contrario, lo agrava y se torna más doloroso. El pensamiento de la muerte vuelve antes o después, normalmente acompañado de un escalofrío.
La buena noticia es que ese escalofrío viene acompañado de un pensamiento, sólo un pensamiento. No viene de un golpe, un disparo ni nada semejante. Viene de un pensamiento. Este movimiento es tan rápido y primitivo que no lo advertimos.
El pensamiento de la muerte, con el que rápidamente nos identificamos, moviliza a su vez muchos otros pensamientos relacionados con cómo estamos viviendo, quiénes creemos ser y cómo deberíamos ser. Nos pone en contacto con la insuficiencia y el vacío que sentimos; con la exigencia de 'ganarnos' o 'merecernos' la vida. Nos da la impresión de que la vida es algo que tenemos, y no algo que somos.
Pero la pobreza de los rituales fúnebres, la pérdida del sentido espiritual y la ausencia de contacto con la muerte que ya hemos visto no sólo elevan la angustia interior, sino que también abren la posibilidad de establecer un contacto directo con el miedo a morir y todos los pensamientos que moviliza.
Este contacto directo quiere decir que permitamos la simultánea manifestación y disolución de todos los pensamientos que se están movilizando: pensamientos sobre quién creo ser, quién debería ser o que la muerte es un mal. Es decir, verlos como lo que son: pensamientos abstractos y nada más.
Además, este contacto directo quiere decir sentir la angustia como angustia, sentir el sentimiento como sentimiento, despojada de los pensamientos que la acompañan. De nuevo otra paradoja, la de permitir que se exprese ese sentimiento para que así se desvanezca.
Así que la enigmática frase de lo sufíes “muere antes de morir” nos está invitando a una última paradoja: liberarnos de la muerte; liberarnos del 'yo' asustadizo que juzga y huye de la muerte, liberarnos del pequeño 'yo' atrapado en la angustiosa lucha de creer ser alguien que no es y de pretender ser alguien que no necesita ser. Esta muerte del 'yo' se experimenta como una vuelta a nacer y nos abre a lo que Spinoza denominaba la “vida verdadera”.