La literatura fantástica nos sirve como prueba de que el lenguaje levanta mundos enteros a base de un peculiar barro: el de los sonidos y las letras. A la orilla de esos ríos de palabras donde un libro nos permite acampar, las lectoras y los lectores vivimos esas ficciones con gusto; sobre todo cuando, entre otras razones, la realidad que físicamente nos rodea y asalta, nos agota. En mi generación, disfrutamos a Hermione, Ron y Harry casi como compañeros de clase y de aventuras. Los Targaryen de Juego de Tronos parecen ser unos pirómanos -lo típico de “ya que yo no me quemo, pues que ardan los demás”-, y, en cada descenso aéreo de sus dragones para carbonizar al que allí anduviera, el aliento ignífero de la bestia mitológica ha prendido también la entregada carne de nuestra imaginación. Sin embargo, la literatura fantástica no nos concibe como tontos útiles.
En la rondada política actual, el discurso que nos arrojan las intentonas neofascistas de auparse o mantenerse en un poder autoritario monta realidades paralelas, con toda la pirotecnia de los sonidos y las letras, para atraer y encantar al único vasallo que les ofrece el siglo XXI: el tonto útil, casi siempre varón de nacimiento. Aquí, claro está, no voy a situar la moción de género, porque el juego con hierro y fuego, por nombrarlo de algún modo, es una involución exclusiva de la prehistórica masculinidad belicosa que aún hoy -ahora mismo- se sienta en un sillón de mando y trata de segregar a la civilización humana. El relato cultural del empoderado varón patrio que planta afrentas y hace la guerra por el bien de su pueblo, regurgitado una y otra vez en las producciones cinematográficas, perdura, inaguantable, tanto en la realidad como en la ficción desde que la primera comunicación verbal fluyera por las bocas homínidas. Siento mucho que, si te ofenden en lo más profundo estas alusiones porque te sorprendes referenciado, es que probablemente eres un pistolero más.
Los tontos útiles deberían saber que el político fascista, el de extrema derecha, aunque eleve en el aire castillos y fuegos artificiales con los que no arderá él, solo animal mitológico no se va a querer quedar. Arrasará los árboles, quemará los libros y se alejará de las gasolineras. Seamos tontos inútiles.
La literatura fantástica nos sirve como prueba de que el lenguaje levanta mundos enteros a base de un peculiar barro: el de los sonidos y las letras. A la orilla de esos ríos de palabras donde un libro nos permite acampar, las lectoras y los lectores vivimos esas ficciones con gusto; sobre todo cuando, entre otras razones, la realidad que físicamente nos rodea y asalta, nos agota. En mi generación, disfrutamos a Hermione, Ron y Harry casi como compañeros de clase y de aventuras. Los Targaryen de Juego de Tronos parecen ser unos pirómanos -lo típico de “ya que yo no me quemo, pues que ardan los demás”-, y, en cada descenso aéreo de sus dragones para carbonizar al que allí anduviera, el aliento ignífero de la bestia mitológica ha prendido también la entregada carne de nuestra imaginación. Sin embargo, la literatura fantástica no nos concibe como tontos útiles.
En la rondada política actual, el discurso que nos arrojan las intentonas neofascistas de auparse o mantenerse en un poder autoritario monta realidades paralelas, con toda la pirotecnia de los sonidos y las letras, para atraer y encantar al único vasallo que les ofrece el siglo XXI: el tonto útil, casi siempre varón de nacimiento. Aquí, claro está, no voy a situar la moción de género, porque el juego con hierro y fuego, por nombrarlo de algún modo, es una involución exclusiva de la prehistórica masculinidad belicosa que aún hoy -ahora mismo- se sienta en un sillón de mando y trata de segregar a la civilización humana. El relato cultural del empoderado varón patrio que planta afrentas y hace la guerra por el bien de su pueblo, regurgitado una y otra vez en las producciones cinematográficas, perdura, inaguantable, tanto en la realidad como en la ficción desde que la primera comunicación verbal fluyera por las bocas homínidas. Siento mucho que, si te ofenden en lo más profundo estas alusiones porque te sorprendes referenciado, es que probablemente eres un pistolero más.