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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El Pozo y el péndulo

Hace algún tiempo se discutía entre la opinión pública si ciertos animales como los grandes simios son humanos o no, o tienen algo, al menos, de humanos. Dadas las técnicas ganaderas usadas hoy en día en las granjas, cabe preguntarse si nosotros somos humanos. A la vista de lo que nos descubrió Igualdad Animal sobre las granjas de Grupo Fuertes, debemos responder que no lo somos.

El Pozo

El Grupo Fuertes es una de las mayores fortunas de la mitad Sur de España, con una facturación anual de más de 1.000 millones de euros (teniendo en cuenta sus filiales de “Diversificación”); junto con otras cinco empresas constituyen el 20% del PIB regional total.

No todo en este conglomerado empresarial es malo, El Pozo fue, del año 71 hasta el 79, una de las ganaderías primeras en implantar métodos sanitarios modernos y diversificar su negocio hacia la comida sana. El hecho de que haya mantenido muchas granjas y naves de procesado en la tierra que lo vio nacer, le hace un ente muy popular.

Hace unos meses esta imagen idílica era cuestionada al pretender poner una megagranja porcina encima de un yacimiento de arte rupestre de Yecla, las faldas del Monte Arabí, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La plataforma “Salvemos El Arabí” organizó a los vecinos y el mismo dueño de El Pozo salía a los medios para declarar haber entendido el mensaje y cambiar la ubicación de su granja.

Hoy, después de la investigación llevada a cabo por Igualdad Animal y emitida por La Sexta como parte del programa `Salvados´, esa imagen idílica de empresa familiar y consuetudinaria, ha desbarrancado estrepitosamente.

El péndulo

La explotación de animales en granjas de crianza intensiva viene siendo cuestionada desde las más altas instancias: la Organización Mundial de la Salud (OMS) lleva más de veinte años recomendando al europeo y norteamericano medio, la reducción del consumo de carnes rojas a la mitad; investigadores de la OMS han revelado en revistas como Lancet, sus conclusiones sobre la salud humana y el consumo de este producto: las carnes rojas son agentes carcinogénicos (productores de tumores cancerígenos) en el ser humano.

Si algo faltara en esta evolución del consumo humano de carne, la crisis económica, bajando las ventas, vino a poner la puntilla a la ganadería. Tercos en conservar sus beneficios, los empresarios de la carne rebajaron sueldos, despidieron trabajadores, se acogieron a prácticas dolosas en la contratación de sus empleados con tal de no pagar los impuestos debidos a la Seguridad Social: las falsas cooperativas, los falsos autónomos explotados en régimen de esclavitud, los migrantes amenazados de despidos y los sindicalistas amenazados o extorsionados, se convirtieron en una lacra habitual que los gobiernos populares no han querido revisar, reformar o siquiera multar. El Grupo Fuertes practica esta política de falsear sus explotaciones ganaderas bajo filiales o bajo empresarios del sector que les trabajan en exclusiva, arriesgando su persona y patrimonio en el negocio, sin que el grupo matriz sufra los inconvenientes de la durísima gestión de un matadero o de una granja.

Lo que ha seguido en la producción de carne para consumo humano solo puede ser calificado de infierno en la Tierra. Hace unos años supimos, por la “enfermedad de las vacas locas”, que la producción de carne de ternera usaba restos animales para fabricar piensos y se los daba de comer a las vacas, haciéndolas, de esta manera, caníbales a su pesar. Las consecuencias en cerebros, huesos y composición de estos animales se ha documentado sobradamente. También su efecto en seres humanos.

Ninguno de los empresarios que puso carne en los comederos de un herbívoro puro ha sido acusado de nada.

Hoy, hemos sabido del estado de las granjas porcinas de nuestra zona, que no es exclusivo del Grupo Fuertes: reportajes de activistas de todo el mundo están en la red a disposición del que quiera documentarse sobre las torturas que transcurren en granjas y mataderos.

Como en aquel cuento de Poe, “El pozo y el péndulo” nos hemos asomado a un infierno: animales alimentados con antibióticos y hormonas que crecen en 4 meses hasta el tamaño adulto, forma que en condiciones normales, no alcanzarían hasta el año y medio. Las consecuencias de ese tratamiento anómalo son: tumores, malformaciones, huesos débiles, psicopatologías (sí, psicosis: los cerdos son animales inteligentes; pertenecen, junto al delfín y los grandes simios a la tríada que corona el mundo animal próximo al ser humano)

Es decir, estamos atrapados, como en el cuento de Poe, entre la explotación humana y la explotación animal. Viene y va el péndulo sobre nuestras cabezas, nos sentimos apresados y atemorizados. No sabemos qué nos causa más estupor: el sufrimiento del trabajador migrante, desposeído hasta de su vida o el sufrimiento del animal enloquecido, deforme, hacinado sobre sus propios congéneres.

El sistema de producción de carne debe ser removido y revisado desde sus cimientos.

Para empezar, las inspecciones desde el Gobierno regional deben hacerse de nuevo a todo el sector: por sorpresa, con más medios y con la capacidad de cerrar inmediatamente las granjas defectuosas.

El Grupo Fuertes y otras ganaderías han permitido que bajo su paraguas se llevan a cabo estos infiernos, han permitido animales deformes, torturados. La respuesta de la sociedad debe ser contundente. No nos quedemos en las formas de peticiones online, hagamos cosas reales en las instituciones oficiales.

Hace algún tiempo se discutía entre la opinión pública si ciertos animales como los grandes simios son humanos o no, o tienen algo, al menos, de humanos. Dadas las técnicas ganaderas usadas hoy en día en las granjas, cabe preguntarse si nosotros somos humanos. A la vista de lo que nos descubrió Igualdad Animal sobre las granjas de Grupo Fuertes, debemos responder que no lo somos.

El Pozo