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De cuando la realidad supera a la ficción

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Cuando la realidad se pone chunga, cuando en la paleta de nuestra vida cotidiana los colores que predominan son los marrones y los grises y los fundidos en negro se alargan hasta la extenuación buscamos un poco oxígeno en la ficción y nos metemos de rondón en la vida de los personales de las películas o en las series de televisión. En tiempos de una pandemia, que no olvidemos que sigue, nos hemos refugiado en otras vidas, frente al televisor. En esos tiempos de la pandemia nos acechaba un enemigo invisible, el virus estaba ahí y sigue ahí, y el miedo nos acogotaba.

Cuando pensábamos que aquella guerra de los Balcanes, en los 90, había sido como ese sueño de la razón goyesca que producía monstruos, sin despertamos del todo de la pesadilla de la COVID-19 nos hemos visto inmersos, en unas semanas, con otro virus, el de la guerra, que nos produce un 'horror vacui' que tratamos de llenar con esos personajes de ficción en el cine, la televisión o la literatura.

A través de los telediarios asistimos a esa guerra real que cada día nos cuentan con nuevos episodios como si fuera exactamente una obra de ficción, la trama de cada capítulo va cambiando y nos aturde, nos deja paralizados.

El otro día se cumplía cien años del nacimiento de un gran actor, José Luis López Vázquez, un personaje poliédrico. Cuando era un adolescente vi muchas películas de este actor, en el que allá, por los años 70 yo veía como prototipo franquista, bajito, y con ese bigotito. Aún recuerdo la primera vez que lo vi físicamente, bajaba del tren en la estación de Murcia, él venía y yo iba para Madrid. Me resultó un personaje curioso y algo raro notó en mi curiosidad y en mi perpleja mirada fija, pues de pronto me gratificó con una sonrisa amplia. Estos días he vuelto a ver 'La cabina', aquel mediometraje de Antonio Mercero, con guion de José Luis Garci, que tanto me impresionó en 1972. Y, curiosamente, me ha despertado las mismas sensaciones de aquellos momentos, que estaban almacenados en mi memoria, hasta en los más nimios detalles de los personajes secundarios. Y esos personajes de la empresa de transportes, esos operarios que trasladan las cabinas de un lado a otro me han recordado a aquellos bomberos que en la novela distópica: 'Fahrenheit 451' de Ray Bradbury, que llevó al cine François Truffaut  “con un contundente alegato contra el totalitarismo analfabetizador”; esos bomberos se dedican a quemar los libros y a descubrir la publicaciones ocultas. En los libros siempre está la historia. Los libros pueden ser artefactos peligrosos, a veces te hacen pensar.

En estos días sombríos nos refugiamos en la ficción, mientras que en la realidad vemos cada día en las televisiones esos bombardeos, casi en tiempo real, y la muerte de víctimas inocentes. Miramos, una y otra y otra vez, las características de los sucesos que estamos viviendo, viendo como otra vez como la realidad supera a la ficción.

Cuando la realidad se pone chunga, cuando en la paleta de nuestra vida cotidiana los colores que predominan son los marrones y los grises y los fundidos en negro se alargan hasta la extenuación buscamos un poco oxígeno en la ficción y nos metemos de rondón en la vida de los personales de las películas o en las series de televisión. En tiempos de una pandemia, que no olvidemos que sigue, nos hemos refugiado en otras vidas, frente al televisor. En esos tiempos de la pandemia nos acechaba un enemigo invisible, el virus estaba ahí y sigue ahí, y el miedo nos acogotaba.

Cuando pensábamos que aquella guerra de los Balcanes, en los 90, había sido como ese sueño de la razón goyesca que producía monstruos, sin despertamos del todo de la pesadilla de la COVID-19 nos hemos visto inmersos, en unas semanas, con otro virus, el de la guerra, que nos produce un 'horror vacui' que tratamos de llenar con esos personajes de ficción en el cine, la televisión o la literatura.