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La Resaca de la burbuja

9 de enero de 2022 06:01 h

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Es una imagen que se repite recurrentemente en la Villa del Segura. Hileras de edificios rectangulares de reciente construcción, separadas por anchas calles y algún que otro jardín, y conectadas con carreteras que llevan directamente a alguno de los grandes centros comerciales del norte. Estos nuevos desarrollos urbanísticos, símbolos pétreos de todas las esperanzas y delirios que España experimentó durante la burbuja inmobiliaria, están invariablemente rodeados por la nada. Un descampado, una carretera, o una verja en mal estado suele marcar los límites de la urbanización.

Evidentemente, al otro lado hay “algo”, un algo que no tiene necesariamente porqué estar despoblado, pero las diferencias entre estas dos zonas son tan radicales que a ratos parecen lugares distintos. Son como esas fotos que ilustran las profundas desigualdades sociales de Latinoamérica, en las que un muro separa un distrito acomodado de una barriada de chabolas. Dos lugares separados por unos pocos metros, pero que en muchos aspectos están a años luz de distancia.

A un lado, nos encontramos con zonas pobladas por profesionales de clase media con hijos, dos coches por unidad familiar y seguro médico privado. Un mundo en el que se fomenta el individualismo, la competitividad, y donde la búsqueda de una etérea seguridad prima sobre cualquier otra cosa. Al otro lado, la “España Vacía” que se resiste a morir, poblada por gentes de avanzada edad, y dedicados a tareas agrarias y ganaderas. Tan lejos y tan cerca a la vez los unos de los otros.

Este modelo de urbanismo, que podríamos denominar segregador, no es un accidente producto de una mala planificación municipal, si no que cumple una función política que pasa inadvertida. Pocas formas mejores existen para fomentar el individualismo y la incomunicación social que la creación de espacios urbanos segregados, lugares donde uno solo se encuentra con personas de su misma edad, clase social, y etnia.

Este esquema constructivo, repetido sin muchas variaciones a lo largo de la Región de Murcia, es uno de los principales motivos que explican la larga y prácticamente inapelable hegemonía conservadora en el territorio. Como en el Madrid de Aguirre y Ayuso, la segregación urbana ayuda a construir sociedades donde el sector privado, regado por generosas subvenciones públicas, ayuda a construir una mentalidad del “Sálvese quien pueda” que aglutina grandes mayorías derechistas.

Pero exactamente, ¿qué relación existe entre vivir en un nuevo desarrollo urbanístico y votar por el PP o Vox? Evidentemente, el lugar donde vivimos es solo una de las muchísimas facetas que condicionan nuestra manera de pensar, política y en otros sentidos. No obstante, si vivimos en un lugar donde necesitamos movernos en coche continuamente, donde nuestro lugar de ocio más cercano es un macrocentro comercial, y donde apenas hay centros educativos o de salud públicos, siempre seremos mas sensibles a los discursos que piden acabar reducir los impuestos y acabar con el sector público, el cual es muy exiguo en estos lugares.

Los seguros de sanidad privados, y especialmente la enseñanza concertada, son un pilar fundamental en esta estrategia de segregación social y política. Como ha señalado la socióloga Isabel Cutillas, una de las funciones primordiales de educación la concertada en Murcia es dividir al alumnado en función de la nacionalidad. Así, la educación publica se queda con los alumnos de origen inmigrante, mientras que las trabas que pone la concertada a estos le otorgan una cierta “distinción”, en muchos casos mas imaginaria que real, pero que ayuda a fortalecer la incomunicación social.

Todo este análisis que acabamos de desgranar tiene, por supuesto, muy poco de original, y está basado en lo que el periodista Jorge Dioni ha denominado “La España de las piscinas”, el que probablemente es uno de los mejores ensayos publicados en este país el año que acaba de terminar. Según Dioni, este modelo de actuación urbanística, importado de Estados Unidos puesto en marcha especialmente durante los años 90, es un fenómeno poco estudiado pero crucial a la hora de entender el voto conservador.

El libro incluso llega a mencionar de pasada el fuerte impacto que la UCAM tiene en los desarrollos urbanísticos del norte del municipio de Murcia. Ante la falta de servicios públicos que unan como sociedad estas zonas, la larga mano de la Universidad Católica suple a la del estado, en un proceso de privatización del espacio y de las mentes que, a la larga, es indudablemente dañino para cualquier sociedad democrática.

Se habla mucho en los últimos tiempos sobre las burbujas digitales y la atomización que crea Internet, donde la gente solo selecciona los trozos de información que le interesan y descarta el resto. No obstante, estas burbujas no serían tan agudas si cuando fuésemos por la calle nos cruzásemos con personas distintas a nosotros. El urbanismo imperante en Murcia está pensado explícitamente para evitar esto. No solo concibe la vivienda como una mercancía, sino también como una forma de dividir a los habitantes en función de su clase social.

Quién escribe estas líneas participó activamente en un movimiento social y ciudadano que pedía activamente una “Murcia sin Muros”, una ciudad que no se viese dividida por un tren que solo beneficia a una ínfima parte de la población. Quizá sea hora de empezar a pensar en otros muros que dividen nuestra tierra, muros menos visibles, pero no menos altos.

Es una imagen que se repite recurrentemente en la Villa del Segura. Hileras de edificios rectangulares de reciente construcción, separadas por anchas calles y algún que otro jardín, y conectadas con carreteras que llevan directamente a alguno de los grandes centros comerciales del norte. Estos nuevos desarrollos urbanísticos, símbolos pétreos de todas las esperanzas y delirios que España experimentó durante la burbuja inmobiliaria, están invariablemente rodeados por la nada. Un descampado, una carretera, o una verja en mal estado suele marcar los límites de la urbanización.

Evidentemente, al otro lado hay “algo”, un algo que no tiene necesariamente porqué estar despoblado, pero las diferencias entre estas dos zonas son tan radicales que a ratos parecen lugares distintos. Son como esas fotos que ilustran las profundas desigualdades sociales de Latinoamérica, en las que un muro separa un distrito acomodado de una barriada de chabolas. Dos lugares separados por unos pocos metros, pero que en muchos aspectos están a años luz de distancia.